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Santiago Bernabéu, el "caudillo" del fútbol que forjó un imperio

Cuando asumió la presidencia del Real Madrid, en 1943, concibió un proyecto casi utópico pero que le llevaría a convertir aquel club en el más laureado del mundo

Santiago Bernabéu en su época como presidente del Real Madrid, en una foto de archivo.
Santiago Bernabéu en su época como presidente del Real Madrid, en una foto de archivo.

Cuentan que el conde Gómez Tortosa, amigo de su padre, se refirió a él lamentando que "este niño va a ser un desgraciado, no tiene ambición ninguna". Siete décadas después, cuando el cáncer agotaba sus fuerzas, solía repetir a su mujer: "Voy a palmar, María. Ya no veré la séptima".

Cuando Santiago Bernabéu murió, el 2 de junio de 1978, daba ya nombre al estadio del club que había presidido durante casi 35 años y al que había llevado a convertirse en el equipo más laureado del panorama futbolístico mundial. Si el Real Madrid era entonces leyenda viva del fútbol internacional se debía, en gran medida, a la labor de aquel hombre nacido en Almansa, de escasa significación política o económica, que había empeñado la mayor parte de su vida en engrandecer unos colores que se enfundó por primera vez siendo un niño.

Según se recoge en el Libro de Oro del Real Madrid, publicado en 1952, con motivo de los 50 años de la entidad, Santiago Bernabéu "es para el Real Madrid como para España fue Felipe II: su mejor rey". Un monarca que, sin embargo, hasta ese momento, apenas había cosechado éxitos deportivos desde su llegada a la presidencia del Real Madrid, en septiembre de 1943.

El equipo cuyos mandos asumió Bernabéu era un proyecto deshecho. Tras protagonizar una etapa prometedora entre 1931 y 1936, coincidiendo con el régimen republicano, "el Real Madrid sufrió especialmente las repercusiones negativas de la Guerra Civil; el conflicto bélico le partió por el eje", apunta el profesor Ángel Bahamonde en su obra El Real Madrid en la historia de España, en la que explica que el equipo blanco "se enfrentó a una especie de hora cero en abril de 1939; sin dinero, sin plantilla, sin directiva, sin socios y con el estadio seriamente dañado, y bajo sospecha política". Los primeros años bajo el nuevo régimen supondrían poco más que un mero ejercicio de supervivencia. 

El equipo cuyos mandos asumió Bernabéu en 1943 era un proyecto deshecho

Por eso resulta especialmente meritorio el envidiable palmarés que los madridistas lucían al término del mandato -y de la vida- de Bernabéu. Un éxito que se había fraguado, casi desde cero, en pleno franquismo, una coincidencia temporal que durante mucho tiempo, y aun hoy, ensombreció los méritos del club, denostado bajo la etiqueta de "equipo del régimen".

A lo largo de su vida, el histórico dirigente blanco combatió con contundencia estas acusaciones. "Eso es mentira. Jamás hemos tenido influencia con los políticos. Ni con Franco. A ver, ¿qué nos ha dado? Ni una sola peseta. Lo que pasa es que los hijos de puta, que también son criaturas de Dios, cada año abundan más", llegó a decir una vez muerto el dictador.

Lo cierto es que Bernabéu podía aducir no solo una larga serie de desencuentros con los responsables del deporte durante el régimen franquista, también famosos encontronazos con relevantes personalidades del régimen (llegó a vetar la entrada al estadio al general José Millán-Astray) y, sobre todo, la falta de apoyo público en algunos movimientos clave en su gestión: la construcción de un nuevo estadio, al poco de asumir la presidencia, y el intento en 1973 de recalificar los terrenos donde se levantaba el Santiago Bernabéu, una operación con la que trataba de obtener fondos suficientes para recuperar la hegemonía europea.

Pero nada de esto implica que las relaciones entre el Real Madrid y el régimen fueran siempre tirantes. Al contrario. Por momentos la armonía entre el uno y el otro fue muy estrecha. Como reconocería el propio Raimundo Saporta, mano derecha de Bernabéu en la directiva, "el Madrid ha sido siempre tan poderoso por estar al servicio de la columna vertebral del Estado".

Son, no obstante, los éxitos del Real Madrid los que empujan al régimen a buscar una relación más estrecha con el conjunto blanco, más que lo contrario. Así el diario El País publicaría, el mismo día del entierro de Bernabéu, que "más que ser el Madrid el equipo del régimen y Bernabéu un hombre apoyado por éste, como se ha dicho, fue el régimen el que se favoreció de la tarea de Bernabéu".

El Nuevo Chamartín, posteriormente renombrado Santiago Bernabéu, inaugurado en diciembre de 1947.

El Nuevo Chamartín, posteriormente renombrado Santiago Bernabéu, inaugurado en diciembre de 1947.

A medida que las victorias del Real Madrid en las competiciones europeas aumentaban su prestigio internacional, el régimen franquista vio en el club blanco una eficaz máquina de propaganda que no se podía desaprovechar. "Al régimen le vino muy bien encontrar un club que paseara en triunfo el nombre de España por medio mundo y, por ello, además de utilizarlo, le prestó apoyo en ocasiones", observa Julián García Candau en el libro Bernabéu, presidente. 

Pero Bernabéu no contó con ningún respaldo institucional en el momento de poner los cimientos del Real Madrid legendario que legaría en el momento de su muerte. Pieza clave fue la construcción del nuevo estadio, en un Paseo de la Castellana aún en vías de desarrollo, que favoreció un espectacular auge del número de socios (de 15.000 en 1946 pasaría a 46.000 solo dos años después), y de las recaudaciones, base fundamental en aquella época del poderío económico de los clubes de fútbol.

Aquel estadio inaugurado a finales de 1947, con capacidad para más de 100.000 espectadores (la mayoría de pie), y sufragado mediante la emisión de obligaciones de deuda -el sorprendente respaldo de la afición, pese a la escasez de éxitos deportivos resultó fundamental-, dispararía los recursos en manos del club a un nivel sin parangón en España y al que solo podían aproximarse los grandes clubs de Italia e Inglaterra.

La construcción del nuevo estadio, con mayor capacidad, sentó las bases del poderío madridista

Sin este movimiento sería difícil explicar los grandes fichajes de la década de los 50, como los de Alfredo Di Stefano, Paco Gento, Raymond Kopa o Ferenc Puskas ni, por supuesto, la hegemonía alcanzada en Europa, con la obtención en cinco años consecutivos de la recién inaugurada Copa de Europa.

Precisamente, fue Bernabéu uno de los grandes impulsores de aquel torneo, ideado por varios redactores del periódico galo L'Equipe, al comprender que podía ser una ocasión ideal para poner de relieve el poderío del Real Madrid. El acierto de aquella decisión quedó pronto patente. "Los triunfos en las primeras cinco copas de Europas repercutieron directamente en la trayectoria del Real Madrid y en todos los órdenes de su actividad, hasta convertirlo en el principal referente de la modernidad futbolística a escala mundial", considera Bahamonde.

El camino del éxito

El camino hasta aquel éxito no había resultado nada sencillo. "Bernabéu había elaborado un proyecto de enormes dimensiones que parecía utópico a la altura de 1944, pero en el que creyó con firmeza y que repetía machaconamente", afirma el catedrático de la Universidad Carlos III, quien añade que el almanseño tenía "suficiente personalidad, voluntad y capacidad de trabajo para llevar las riendas del equipo, así como suficiente generosidad y cercanía para suscitar afectos, un sentido muy desarrollado de la fidelidad y una gran capacidad de liderazgo y de autoridad para el ejercicio del poder”.

Las tres décadas y media de Bernabéu al frente del Real Madrid estarían marcados por el carácter presidencialista de su sistema de mando, en el que reservaba para sí el valor representativo y simbólico del club, al tiempo que también fijaba las grandes líneas de actuación y no dejaba de participar muy directamente en decisiones deportivas, como los fichajes. Incluso, en ocasiones, bajaría hasta el vestuario para alentar a sus jugadores con discursos encendidos que serían bautizados como "santiaguinas".

De él diría la revista Triunfo que "dirigió los destinos del Real Madrid, como Franco, caudillo invicto, ejerció los de España", y el periodista Francisco Cerecedo señaló que había "conseguido que su liderazgo sea indiscutible y que toda disconformidad con su gestión sea identificada como un ataque a las más profundas esencias del club".

Como es lógico, no todos los que le conocieron guardaron un recuerdo afable de él y el periodista Gregorio Morán lo definiría como "brutal y grosero, se consideraba imprescindible como un caudillo, y como buen caudillo no permitía que nadie que no fuera él afectara a sus súbditos. Nadie tan arrogante como él".

Poco importaban sus defectos y sus fracasos -porque lo cierto es que el glorioso ciclo de la segunda mitad de los 50 ya no tendría igual en los años posteriores- a una hinchada que veía en él al hombre que había hecho resurgir al Real Madrid de sus cenizas y lo había proyectado a lo más alto del fútbol mundial.

Por eso, con su muerte, el madridismo pudo experimentar una inquietante sensación de vacío. Saporta, su fiel escudero durante tantos años, auguró entonces que "después del mito viene la nada". Pero el mito nunca se marchó.

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