Hace exactamente 60 años, en junio de 1958, arrancaba en Suecia el primer Mundial televisado de la historia. No se veía todo, ni se veía en directo. A los pocos y privilegiados hogares que poseían un aparato llegaban resúmenes granulados, poco claros. La Copa del Mundo aún se leía mejor de lo que se veía, pero fue una de las primeras ocasiones en las que el mundo pudo fijarse en el arquero vestido de riguroso negro que defendía la portería de la Unión Soviética. Lev Yashin aparece en los pósteres promocionales del Mundial de 2018 y es todavía hoy el único icono indiscutible que devuelve la historia del fútbol ruso. El primer y único portero que se hizo, en 1963, con el Balón de Oro que le reconoció como mejor jugador del mundo.
En 1958 no brilló demasiado. De los archivos se puede rescatar un penalti que le paró al austriaco Hans Buzek, y un fuerte enganchón con el árbitro tras señalar otro en un partido contra Inglaterra. Ese no lo detuvo. La Unión Soviética perdió contra la anfitriona en cuartos de final, pero la prensa habló mucho de aquel equipo. Los periódicos escribían sobre Yashin, pero a la vez echaban de menos al compañero que debía llevar al equipo a cotas más altas. A Eduard Streltsov, el delantero más talentoso jamás nacido en Moscú, el mundo no le pudo ver. Sus compañeros de prisión en el Gulag, sí.
Streltsov había sido compañero de Yashin en la plantilla que se hizo con el título olímpico de 1956. Aunque en su hogar nunca colgó una medalla...porque no la recibió. El Comité Olímpico sólo entregaba las preseas a quienes jugaran en la final, y Streltsov no lo hizo pese a ser el delantero más habilidoso de la plantilla y una de las estrellas de la selección. Oficialmente se adujo una lesión, pero sobre la alineación ha pesado siempre la sombra de que el entrenador, Gavril Kachalin, fue presionado para introducir en el equipo a por lo menos un jugador del CSKA de Moscú, el equipo del Ejército Rojo. El agraciado fue Nikita Simonián, que incluso se ofreció a regalar su medalla a Streltsov. Este la rechazó con una profecía: "Ganaré muchos más trofeos". No lo hizo.
Streltsov peinaba tupé, bebía y fumaba en cantidad y las crónicas de la época le caricaturizaban como un adúltero empedernido. Mientras a Yashin el gobierno comunista le adoraba, a Streltsov le detestaban. El oficial Pravda escribió de él que "no era un héroe" tras una expulsión en un partido con la selección. "Tiene la enfermedad de una estrella: fuma, bebe y provoca peleas". El régimen elaboró informes, posteriormente desclasificados, en los que se subrayaban sus dudas sobre el movimiento: "Según una fuente fiable, Streltsov le dijo a sus amigos en 1957 que siempre sentía pena de regresar a la Unión Soviética cuando volvía de algún viaje al extranjero".
Que Streltsov, uno de los primeros ejecutores del taconazo sobre un campo de fútbol, fuese un borracho, se le podía perdonar. Como se le perdonaba a Yashin, cuyo Mundial de 1962 recuerda así Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra: "Anduvo con mala pata. El mejor arquero del mundo se comió cuatro goles ante Colombia, porque parece que se le fue la mano con los traguitos que lo entonaban en el vestuario".
Lo que no le perdonaron nunca fue la terrible falta de respeto que mostró en una fiesta en la que coincidió con Yekaterina Furtseva, quizá la mujer más poderosa de la historia política de la Unión Soviética. Fue en 1957, Furtseva era desde hace años secretaria del Partido Comunista en Moscú y se enteró de que Streltsov había conocido a su hija menor de edad, Svetlana. Le abordó y le sugirió que se casara con ella. "Ya estoy casado", le respondió el delantero cuando aún estaba sobrio. Más tarde, ya con más vodka en el cuerpo, le confesó a un amigo que "nunca se casaría con ese mono". Fue en un tono lo suficientemente alto como para que lo escuchara la madre que un poco antes le había hecho el ofrecimiento.
Dos fiestas arruinaron la carrera de Streltsov: en una insultó a la hija de una influyente política comunista y de la siguiente salió detenido y acusado de violación
Ese carácter promiscuo fuera del terreno de juego contrastaba con su tremenda fidelidad deportiva. Jamás en su carrera abandonó el humilde Torpedo de Moscú, un club incómodo para el oficialismo. El régimen trató de reclutarle en varias ocasiones para el CSKA y para el Dinamo, los equipos del Ejército y del KGB respectivamente. Sin éxito. La última intentona se produjo en 1958, pocas semanas antes de que su vida cambiase por completo.
Fue en otra fiesta, como el incidente con la secretaria Furtseva. Un 25 de mayo, mientras preparaba con la selección el mencionado Mundial de Suecia. Tras un entrenamiento, fue invitado a una fiesta organizada a las afueras de Moscú en la residencia de Eduard Karakhanov, un militar que volvía a la metrópoli tras haber servido en Siberia. Fue una invitación extraña, pero la aceptó igualmente. Él y algunos compañeros. Entró al evento como una estrella. Salió con la vida rota. Acusado de haber violado a la joven Marina Lebedeva, detenido, y presionado para que confesara bajo el pretexto, falso, de que podría jugar la Copa del Mundo si lo hacía.
El caso jamás se aclaró del todo. Nada extraño para la época. Se sabe poco de las pruebas, porque o no las hay o se han mantenido en un secreto de décadas. Alguna vez se han mencionado unas fotografías de Lebedeva con la cara arañada en el momento de la denuncia, aunque los escépticos señalan que no era para nada habitual que la Policía soviética actuase con tanto detalle tecnológico en estos casos. En un artículo publicado en The Guardian en 2006 se recordaba la conversación del entrenador Kachalin con el historiador Axel Vartanyan: "Corrí a la sede de un comité regional del Partido Comunista y pedí al secretario que suspendiera el caso hasta después del Mundial. Me dijeron que no se podía hacer nada y me señalaron hacia arriba. Entendí que era el final. Escuché que Furtseva odiaba a Streltsov, ¿pero quién sabe lo que pasó exactamente?".
El delantero pasó cinco años en el Gulag, donde era la estrella de partidos de fútbol organizados para calmar a los internos
Lo que sí se sabe es que el delantero fue condenado a doce años de trabajo forzado en el Gulag. Y que allí pasó cuatro meses hospitalizado porque era constante objeto de palizas de un recluso joven que la tomó con él. Y que la dirección de la cárcel, cuando quería calmar a los internos, organizaba partidos de fútbol en los que Streltsov era la estrella. El futbolista celebraba golazos en mitad de la nada, sin la pasión que desataba cuando lo hacía en Moscú. Finalmente salió del campo de trabajo en febrero de 1963, aunque sobre él aún pesaba la prohibición de dedicarse al fútbol profesional.
Streltsov no se resignó a dejar la pelota y se incorporó al equipo amateur de la fábrica automovilística ZiL, que era la base social del Torpedo de Moscú. En los partidos de la liga industrial, hasta entonces semiclandestina, comenzaron a congregarse enormes multitudes para verlo a él. La atención que recibía no gustaba al gobierno, que en algún momento llegó a ordenar al entrenador de su equipo que no lo alineara. Se generaban entonces algaradas y protestas, que se elevaron hasta las instancias políticas más altas. Llegó el momento en que miles de personas, miembros del partido incluidos, recogieron firmas para que el nuevo presidente, Leónidas Brezhnev, levantara el veto sobre Streltsov y le permitiera regresar a la Liga profesional. Algo que sucedió finalmente en la temporada de 1965.
A los campos volvió un Streltsov sin tupé, menos fino sobre el campo. Un jugador distinto, pero todavía eficaz: marcó 57 goles en la Liga Rusa en cuatro temporadas y llegó a regresar a la selección. Jugó 17 partidos defendiendo a la Unión Soviética que le metió en prisión y anotó siete goles, aunque sorprendentemente no llegó a ser incluido en la convocatoria para la fase final de la Eurocopa de 1968, la última que disputó su amigo Yashin.
Ambos se retiraron prácticamente al mismo tiempo, al comenzar la década de los 70, y ambos permanecieron siempre unidos a los clubes en los que habían desarrollado toda su carrera. Yashin en el Dinamo y Streltsov en el Torpedo, que le puso su nombre al estadio. Murieron, también, al mismo tiempo. Los dos de cáncer en 1990. Yashin recibió un funeral de Estado, Streltsov no. Descansan prácticamente al lado, ambos en el cementerio Vagánkovo, al oeste de Moscú, donde una vez se vio a Marina Lebedeva dejar flores en la tumba del delantero siete años después de su muerte. A seis kilómetros de allí, en el Estadio Olímpico Luzhniki, inaugura este jueves el Mundial la selección de Rusia, que se enfrenta a Arabia Saudí. Sin mitos.
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