En las últimas dos décadas el impacto de la imagen cada vez ha sido más poderoso. El mundo de la ópera no ha podido abstraerse a esta fiesta de la imagen disparada por por internet y las redes sociales y se ha mimetizado de esta nueva manera de “ver y sentir” la lírica en general y la ópera en particular, por parte de unos espectadores que son más voyeristas que melómanos y que reclaman la “buena imagen”, antes que el trasnochado bel canto.
La tiranía del teatro sobre la voz, impuesta por los actuales directores de escena, la necesidad de esa buena imagen de los artistas, tan necesaria para que funcionen los planos cortos de las representaciones operísticas que se ofrecen vía streaming desde la mayoría de los grandes teatros de todo el mundo, reclaman cada vez más unos estándares de belleza que poco tienen que ver con los de aquellos años en los que las divas y divos de los escenarios eran precisamente aquellos cantantes tan gordos como María Callas, Montserrat Caballé, Deborah Voigt o Luciano Pavarotti, con gargantas de oro y unos cuerpos que, a pesar de su volumetría, apenas se percibían como tal, hasta que quedábamos hipnotizados por su canto envolvente.
“Entre dos polos, siempre está el Ecuador, que es precisamente el punto que a mí personalmente más me interesa y es el que, al menos, intenté plasmar en el escenario mientras fui director artístico de un teatro de ópera”, confiesa Antonio Moral, director del CNDM y director artístico del Teatro Real entre los años 2005 al 2010.
Sea la tiranía de la voz, sea la dictadura de internet o de las retransmisiones en streaming, lo cierto es que los reyes de la lírica ya no son lo que eran. En 2004, Deborah Voig abrió la caja de pandora cuando protagonizó un escándalo inédito hasta entonces. El director pretendía que llevase en la Ariadna de Strauss un vestidito negro de corte lencero, pero su corpulencia no soportaba aquella osadía. Su contrato con el Covent Garden fue revocado por considerarla demasiado corpulenta para el papel según la idea del director de escena. Voigt demandó al teatro sí, pero también se sometió a una operación de by-pass gástrico con la que perdió 61 kilos. De manera que en la temporada 2008 regresó triunfante al escenario de donde la había echado. Regresó metida en la piel de Ariadna.
Deborah Voig abrió la caja de pandora cuando fue expulsada de una producción del Covent Garden por gorda
Lisette Oropesa lleva dos semanas en Madrid enfrascada en los ensayos de Lucia di Lammermoor, la obra de Donizetti que se estrenará en el Teatro Real el próximo 22 de junio. Lleva la música en la sangre. Su madre era cantante de ópera y su abuelo también, aunque no de forma profesional como su madre. Creció con música, rodeada de vinilos de Montserrat Caballé, de Renata Scotto, De Anna Moffo. “Teníamos miles de discos y yo pasaba las horas muertas escuchandolos. Cuando era chiquita, me burlaba de la forma de cantar de mi madre, pero la escuchaba y la imitaba”. Empezó a estudiar flauta porque quería hacer algo diferente, no pretendía ser la proyección de su madre. La adolescente Lisette cantaba en el coro de la iglesia, con sus hermanas, con su madre, con su abuelo. “Mi madre me recomendó que cuando fuera a la universidad procurara hacer una audición para los profesores de canto”. Ella le hizo caso y se presentó cantando O mio babbino caro. Así cambió la flauta por el canto, aunque confiesa que nunca ha abandonado el instrumento. “Me enamoré del canto, no sabía que era tan emocionante, que me conmovía tanto. Para mí era lo que hacía mi madre, no era algo mío. Cuando empecé a estudiar lo hice mío, era algo que tenía dentro”.
Confiesa que de todas las divas de la que más ha aprendido es de la Callas. “Mi madre sólo tenía un disco suyo, era una recopilación de arias. Le pregunté por ella, no era una gran fan, me dijo que era la más famosa, pero que a ella le gustaba más la Scotto. Así que me compre discos y la escuchaba una y otra vez. Esta mujer canta con una expresión que no la he oído nunca en la vida. Hace seis años cuando empecé a estudiar La Traviata, ella fue la que me inspiró, tenía el color en la voz”.
Siempre había sido gordita, pero cuando gané el National Council Audition me invitaron a hacer una audición para James Levine, entonces director del programa Met's Lindemann Young Artists Development. La aceptaron. “La primera semana ya me dieron un buen toque por el físico. Me recomendaron bajar de peso porque estás demasiado gordita para los papeles que podía cantar”.
En este cambio conceptual de la ópera, todo el mundo pretende echarle la culpa a Peter Gelb, director del Metropolitan Opera House de Nueva York desde hace 12 años. Gelb fue el creador e impulsor del programa Live in HD que se emite en más de 2.000 salas de 70 países con una audiencia de dos millones y medio de personas cada temporada. Mientras los gerentes de los grandes teatros de ópera del mundo lamentan ingentes pérdidas en taquilla, Gelb se jacta de haber vendido más de 22 millones de entradas, sólo de cine, desde 2006. “Pues no, esto me pasó cuando todavía Joseph Volpe era gerente del Met”. Sí aquel que empezó en el Met como aprendiz de carpintero en 1964 y abandonó la institución habiendo llegado a director general el 1 de agosto de 2006.
Lisette, que llevaba oyendo la misma cantinela desde el colegio, decidió que no iba a desaprovechar una oportunidad como aquella por no cuidarse. Perdió 80 libras (algo más de 36 kilos) en cinco años. Fue todo un proceso lento y con cabeza. “No es verdad que la falta de peso afecte a la voz, siempre y cuando lo pierdas gradualmente”. Ha pasado más de una década, hoy Lisette es vegana, hace deporte todos los días y confiesa que se ha enganchado con el running. Desvela que la primera vez que entró en un gimnasio no sabía qué hacer. “Me dedique a seguir a una chica por todos los aparatos y repetía lo que ella hacía. Seguro que pensó que yo estaba loca. Me lo tomé muy en serio porque no quería perder la oportunidad. Me había trasladado a Nueva York, había cambiado toda mi vida, estaba en el Met y no valía la pena perder todo lo que había conseguido por comer hamburguesas”.
Coincide Lisette con la opinión de José Manuel Zapata. El tenor granadino sostiene que esto de la importancia del físico es una consecuencia lógica de la cultura, de la moda y del cine del siglo XXI. “Yo no lo llamaría dictadura del físico, pero está claro que con cierto físico no te van a coger a no ser que tengas una voz excepcional y que no haya otra igual”.
“No estamos grabando discos donde sólo importa la voz, estamos haciendo producciones más grandes, con más riesgo, hay que interpretar y resultar creíbles”, añade Ordesa.
Se ha terminado el tiempo en el que los cantantes levantaban una mano y daban la nota"
“Es un compendio de las dos cosas, de la voz y del físico. No debe ser una esclavitud, pero hoy resulta necesario que los personajes sean como se describen en el libreto. No quiero decir que una gorda o un gordo no se puedan enamorar, pero se ha terminado el tiempo en el que los cantantes levantaban una mano y daban la nota. Eso ya ha pasado”, añade Zapata.
Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, coincide con Zapata en esta afirmación. “Soy el primero en admirar que un cantante sea capaz de dar la nota pero esto no más que la mitad de lo que se espera de él”.
Ni Zapata ni Lisette consideran que la pérdida de peso afecte a la voz. A ambos les parece toda una leyenda urbana. “Pavarotti o la Caballé han sido gordos porque se pondrían ciegos comiendo. No es cierto que para ser cantante de ópera tengas que ser gordo”, destaca el tenor. La primera actriz de cine que se instaló en la ópera fue María Callas. Ella adelgazó 36 kilos en un año para hacer un papel. “Perdió la voz por condicionantes sentimentales y hay quien dice que por culpa de una mala técnica”, matiza.
José Manuel Zapata ha adelgazado 60 kilos en un año gracias también a un by-pass gástrico. En su caso ha sido por salud, en absoluto por cuestiones profesionales. “De hecho, mi trabajo no ha variado. Yo soy un tenor enclavado en papeles cómicos y que estuviera gordo no afectaba. Si te tienes que vestir de señora incluso queda más jocoso, más verosímil incluso. Es cierto que ahora duermo mejor, descanso mejor y todo eso es mejor para la voz y para el cuerpo”.
Si el público no te cree es la muerte de la ópera. “Hoy los cantantes de ópera son estrellas con un físico como el de Jonas Kauffman, Juan Diego Flores, Anna Nebretko o Anja Harteros”, recuerda Zapata.
El mundo de la ópera ha cambiado mucho. Ahora todo resulta mucho más inmediato. Un cantante puede actuar en diferentes lugares del mundo con una diferencia de tiempo mucho más corta. “Este mundo es muy cruel, hay mucha gente que espera a que se caiga el ídolo para machacarlo, por eso entiendo también que las grandes figuras cancelen conciertos. Jonas Kauffman si no está al 100% cancela. No es que tenga problemas con la voz, es que si un día no estás a tope, los medios acaban contigo. Su repertorio es más dramático, más exigente y el peso de su voz es diferente, por ejemplo, que el de Juan Diego Flórez. No es lo mismo levantar cinco kilos que diez. Te pongo un ejemplo, Kraus podía hacer 50 representaciones en el mismo tiempo que Kauffman se hace hoy 100. La industria presiona para que los artistas lleven un ritmo brutal”, se queja.
Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, niega que se le dé tanta importancia al físico
Resulta muy curioso descubrir que al tiempo que los cantantes de ópera asumen la presunta imposición de la belleza en la ópera, los directores artísticos no admiten que esto suceda. Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, niega que se le dé tanta importancia al físico. “No me lo creo en absoluto. Lo que es importante no es el físico sino la capacidad expresiva del cantante, el hecho de que además de cantar también sea capaz de actuar. Desde luego que determinados físicos pueden dificultar la expresividad, pero no se trata de algo automático. Hay cantantes voluminosos que son extraordinariamente expresivos, mientras que otros con cinturas envidiables son incapaces de expresar nada. Desde luego, lo normal es que las dos cosas vayan más o menos juntas”.
Mientras Zapata considera que “entre dos voces iguales (incluso una un poco peor, siempre van a escoger al cantante que tenga mejor físico”. Matabosch lo niega rotundamente. “En absoluto. Se va a escoger al que mejor funcione en la dramaturgia que se quiera desarrollar en una determinada puesta en escena. No siempre hace falta a alguien con el mejor físico. A veces hace falta justamente lo contrario”, recalca.
Para Matabosch el determinante tiene mucho más que ver con que “la ópera ha dejado de ser un concierto con los cantantes disfrazados y se ha convertido en teatro. Y, por lo tanto, hacen falta actores y actrices, además de cantantes. Ser creíble no es perder, sino ganar calidad”, concluye.
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