Sin pasado no hay futuro. En función de la visión que tengamos de nuestra Historia podremos construir un gran futuro, uno más pequeño o tal vez ninguno. La transición fue un indudable éxito democrático y económico, pero de rondón se coló un fracaso: de pronto hablar de España, de su historia y cultura, en términos elogiosos se convirtió en un asunto peligroso que podía afectar a la salud, física y mental de quien osara tamaña afrenta. En palabras del filósofo Fernando Savater: “ser «catalanista», «andalucista» o «vasquista» podía llevar a excesos, pero era, sobre todo, positivo; ser «españolista» resultó un insulto”. Se echó la culpa al franquismo que como mancha indeleble contaminaba (y sigue contaminando cuarenta años después) todo, incluso nuestros símbolos nacionales aunque fueran mucho más antiguos. Nada parecido pasó en Italia, a pesar de Mussolini; ni en Alemania, a pesar de Hitler; ni en Francia, a pesar de un pequeño emperador (Napoleón) causante de millones de muertes en Europa, cuya historia ha sido un ejemplo exitoso del mantra “redecora tu vida”.
¿Por qué España no puede ser un país como los otros? ¿Por qué el separatismo se da al sur de los Pirineos y no al norte? Se ha dicho, al menos desde Ortega, que se debe a la falta de un proyecto sugestivo de vida en común, semejante al de la Revolución francesa. Pero este aserto no admite un análisis riguroso: el centralismo jacobino se impuso con levas forzosas y a sangre y fuego (e.g. guerra de La Vendée), con la coartada de que cualquier fuero o privilegio medieval atentaba a la igualdad y a la modernidad. Compárese con la actitud de Felipe IV en 1652 cuando recupera Cataluña de la opresión francesa y de la oligarquía local “a petición de los propios catalanes”.
España lleva siglos bajo el imperio de una propaganda negativa fabricada sobre la base de “fake stories”
En realidad, llueve sobre mojado. España lleva siglos bajo el imperio de una propaganda negativa fabricada sobre la base de “fake stories”. Empezó por pura necesidad de nuestros adversarios que, al no poder ganarnos en el campo de batalla, tuvieron que recurrir al panfleto y la desinformación. Luego continuó por puro cálculo de interés perverso: la leyenda negra anti-española servía para tapar las vergüenzas de los demás, mucho peores que las nuestras. Desde entonces se instaura un principio básico en la mayor parte de los estudios historiográficos cuando se trata de juzgar o valorar lo hecho por españoles: la doble vara de medir. Lo singular de este caso, y lo que constituye nuestro verdadero hecho diferencial: es que esa historia llena de bulos, exageraciones, hechos sacados de contexto o simples patrañas, la hicimos nuestra: nos la creímos. Se formó un imaginario colectivo acomplejado que incluso llevó a que legitimáramos que para hablar con autoridad bien (o mal) de España había que ser extranjero. Así surgieron los hispanistas. Prueben a buscar anglicistas o francistas.
Cierto es que ya no somos el enemigo a batir, ni tenemos ningún Imperio en el que no se ponga el sol, pero el relato hispanófobo no es cosa ni mucho menos del pasado remoto. Basta ver cómo trata la prensa (nacional o no) los posibles fracasos españoles (e.g. la crisis del pepino, una partida de yogures caducados o la prima de riesgo que nos llevó a ser encuadrados dentro de los “PIGS”) y los de los demás (la mayor contaminación de vertidos petrolíferos es cosa de la inglesa BP en el golfo de México, la empresa que ha ocasionado el mayor ataque al medioambiente en España fue la sueca “Boliden”, o el accidente aéreo más reciente fue cosa de la compañía alemana Germanwings, que no cumplía las normas de la IATA). Cuando afecta algún error a una empresa española nos hacemos el “hariquiri” colectivo, interno y externo; cuando es una empresa extranjera se trata de casos aislados y punto. Los suecos pueden seguir siendo los más medioambientalistas de Europa aunque sus empresas contaminen y no paguen ninguna indemnización por ello. Los alemanes y británicos pueden presumir de ser los más eficaces y cumplidores del derecho internacional…
Y así llegamos a la cobertura mediática del desafío separatista catalán a nuestra Constitución, nuestros tribunales y leyes. ¿De verdad se creen que si Puigdemont fuera corso no estaría hace meses en una prisión de París? Si Texas o Baviera hubieran convocado un referéndum en contra de varias sentencias de su Tribunal Constitucional o Supremo, y la policía o la guardia nacional hubieran tratado de hacer cumplir esas sentencias, ¿alguien en Europa o Estados Unidos habría osado acusar a las fuerzas de seguridad de nazis o esclavistas? Sigan soñando.
Nos robaron nuestra historia. Ahora quieren quitarnos nuestro futuro. Superemos el estado de ingenuidad. Despertemos de nuestro letargo. Hagamos frente a la guerra… cultural.
Alberto G. Ibáñez
Autor de La leyenda negra. Historia del odio a España
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