¿Qué hubiera sido de la vieja Europa si Gran Bretaña hubiera decidido no intervenir en la Primera Guerra Mundial? ¿Qué hubiera ocurrido si Alemania hubiera ganado esa guerra? ¿Europa se habría ahorrado el nacimiento del fascismo en el caldo de cultivo de una Alemania humillada? ¿Y si Churchill hubiera preferido no plantar cara a los alemanes de Adolf Hitler? ¿Alemania se habría hecho con todos los territorios a su paso fundando su propia Unión Europea?... ¿Los ingleses conducirían hoy por la derecha?
Son preguntas que un historiador habitualmente se haría solo como mero pasatiempo, después de dedicarse a investigar los hechos, lo que pasó, para tratar de entenderlos. Sin embargo, durante los dos últimos siglos se han escrito ríos de tinta sobre cosas que no pasaron y, sobre todo, sobre lo que podían haber desencadenado. Se trata del pensamiento contrafactual, que no convence a los historiadores, pero sí al gran público, como relata Richard J.Evans en Contrafactuales ¿Y si todo hubiera sido diferente? (Turner Noema, 2018).
Porque, aunque es lógico pensar que solo con el cambio de un elemento en la historia no es posible saber cómo habría sido lo que vino después (tantos y tantos factores interactúan entre sí), es difícil resistirse a ese juego.
Ya lo hizo Napoleón en su retiro en la Isla de Santa Elena tras ser derrotado en la batalla de Waterloo en 1815. Pensaba entonces que si los rusos no hubieran quemado casi por completo Moscú tres años antes, sus tropas podrían haberse refugiado en la ciudad para pasar el invierno y tomar Rusia con buen tiempo. Sería en ese momento el señor de un vasto imperio y así le recordaría la posteridad, pensaba.
Napoleón no llegó a reescribir su historia. De ello se encargó Louis Geoffrey, en el siglo XIX, el primer contrafactual reconocido, que desarrolló una historia alternativa en la que Napoleón ganaba en Waterloo antes de retirarse a Santa Elena, pero ya por puro gusto.
También Charles Renouvier, coetáneo, se dedicó a este tipo de juegos definiéndolos como “utopías del pasado”; y en España, ya en el siglo XX, el escritor catalán Víctor Alba, cuyo libro 1936-1976. Historia de la II República Española narra la historia reciente de una España en la que no hubo Guerra Civil después de que el gobierno detuviese a los conspiradores a tiempo de que no se creara un bando nacional y de que jubilara a Franco antes de tiempo.
Un juego de deseos
El pensamiento contrafactual tiene menos de historia que deseo en muchas ocasiones. Por eso, es a partir de los años 90 del pasado siglo y sobre todo de la mano de pensadores conservadores (con el declive de la teleología y las teorías deterministas de la historia, y la proliferación de individualismo y el libre albedrío), cuando las especulaciones contrafactuales no han dejado de proliferar tomándose cada vez más en serio.
Las fuerzas conservadoras plasman en las páginas con más frecuencia que las de izquierdas (más dadas a pensar que todo ocurre porque tenía que ser ocurrir) la historia como, de manera inconsciente, querrían que hubiera sucedido, sugiere Evans.
Y es aquí donde cabe ofrecer algunas posibles respuestas a las preguntas del inicio. Porque esas preguntas se las hicieron, como buen ejemplo de pensamiento contrafactual, muchos historiadores británicos de inclinación conservadora a mediados de los años 90, cuando tras un largo periodo de hegemonía del partido conservador, iniciado en 1979, llegaba a su fin con la sustitución de Margaret Thatcher por John Major. Sin duda, un político ampliamente cuestionado por una juventud tory a la que pertenecían muchos contrafactualistas.
El historiador británico Niall Ferguson tiene una teoría. Considera que si Gran Bretaña se hubiera mantenido neutral en la Primera Guerra Mundial, los objetivos de guerra de Alemania habrían sido más modestos y habría ganado la guerra y no habría sufrido la humillante derrota que en realidad afrontó. No habría habido Hitler ni Segunda Guerra Mundial.
Escribe Ferguson que “si Gran Bretaña se hubiera mantenido al margen, aunque fuera durante unas semanas en 1914, Europa continental se habría podido transformar en algo que conectar de algún modo con la Unión Europea que hoy conocemos, pero sin la gran contracción en el poder británico de ultramar que supuso luchar en dos guerras mundiales”. Dicho de otro modo, de no haber entrado en la Primera Guerra Mundial, el imperio británico podría haber sobrevivido como una superpotencia mundial en lugar de ser “una simple parte constituyente de una Europa unida dominada por Alemania”, como ha resultado ocurrir en el siglo XXI.
Como complemento, el historiador John Charmley desarrolla en su libro Churchill: the end of glory, publicado en 1997, que el primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, se equivocó de nuevo entrando en la guerra contra el fascismo. Dilapidó una gran cantidad de recursos, endeudándose con una EEUU que después de la guerra le destronó en el nuevo orden mundial.
¿Acaso una Gran Bretaña neutral no habría sido invadida o al menos controlada por Alemania durante todo el siglo XX?
Mientras tanto, prosigue Charmley, los laboristas aprovecharon la dedicación de Churchill a la guerra para convencer al electorado de su capacidad para gobernar. En efecto, le acabaron apeando del Gobierno en 1945 y construyeron el Estado del bienestar contemporáneo que impidió a Gran Bretaña crecer con solidez hasta que llegó el Gobierno de Margaret Thatcher al borde de los 80 con su agenda reformista.
Casi una década después, este gobierno conservador pone las espadas en alto tras la caída del muro de Berlín, y extiende el temor a la configuración de una Alemania unificada dispuesta a fundar el Cuarto Reich. Esta visión se tornó en hostilidad ante el avance de la Unión Europea. Nace el euroescepticismo británico que ha perdurado durante décadas y que ha triunfado con el Brexit, precisamente ante una Europa comandada económicamente por Alemania.
Sin embargo, todo son conjeturas, según Evans. ¿Acaso una Gran Bretaña neutral no habría sido invadida o al menos controlada por Alemania durante todo el siglo XX? De ser así, cabría especular casi con toda seguridad que los ingleses conducirían a día de hoy por la derecha.
“La gente hace su propia historia, pero no la hacen como les apetece, no la hacen en circunstancias escogidas por ellos mismos”. La frase es de Karl Marx, otro objeto preferido de los contrafactualistas. Queda para otro momento imaginar qué sería de los historiadores sin el pensamiento contrafactual.
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