Sumidas durante el largo invierno en el letargo de la oscuridad, es ahora cuando despiertan bajo una luz que no se apaga. Porque cerca del Círculo Polar, en los puntos más septentrionales de Europa, el sol no se pone durante todo el verano. Al amparo del cielo encendido, los bares suben el volumen. Bienvenidos a las metrópolis donde los días son eternos.
Una claridad similar a la del alba, con sus tonos anaranjados, se cierne sobre estas ciudades pasada la madrugada. Es el fenómeno del sol de medianoche que tiene lugar durante casi tres meses. Un período en el que el polo norte queda inclinado hacia el astro rey y la luz invade el tiempo y el espacio como si se tratara de un ocaso perpetuo. Los rayos no llegan a ponerse... y el reloj biológico, claro, no detecta que ya es hora de irse a dormir. Recorremos algunas de las metrópolis del norte de Europa que hierven de animación en estos días infinitos:
Estocolmo
Vale que la claridad no es absoluta como en otras ciudades suecas (Kebnekaise, Kiruna, Porjus…) pero en la capital el sol permanece activo al menos unas 20 horas. Tiempo suficiente para descubrir que, en esta urbe levantada sobre catorce islas, la no-noche es un espectáculo. Con un tercio de agua, otro de zona construida y otro de oxigenantes parques, no hay rincón que se resista a la congregación de los jóvenes. Especialmente en Södermalm, el barrio exponente de la bohemia, donde se funde la música, la gastronomía y cierto misterio literario. Y es que Estocolmo conjuga con mucho tino su enigmática estética medieval con atrevidas tendencias de diseño.
Helsinki
Si la capital finlandesa brinda una lección de buena vida incluso en los días sin luz, imagínese durante el verano, cuando el sol apenas se sumerge en el horizonte. Helsinki es especialmente deliciosa en estos meses, con sus cafés al aire libre y sus omnipresentes saunas abiertas hasta muy tarde. Una ciudad que es el paradigma del bienestar, no tanto por su delantera social como por su carácter pragmático, creativo, emocionalmente ligado a una naturaleza que se cuela por el asfalto. Los conciertos se suceden en sus múltiples bosques e incluso existe el Festival del Sol de Medianoche, celebrado en la isla de Seurasaari. Todo para retrasar el momento de caer sobre la cama.
San Petersburgo
La ciudad más europea de Rusia, la más refinada también, vive las noches blancas con una energía especial. Los jóvenes abarrotan los bares, los clubes alargan su horario y calles como la avenida Nevski o la ribera del río Neva rebosan de movimiento. Hay mútiples eventos culturales, como el prestigioso Festival de las Estrellas, dedicado a la música clásica. Alegría, color y mucha vida, todo parece fluir entre la magnificencia de esta Venecia del Norte que, si algo regala en estas fechas, es un extra de luz para admirar su inagotable belleza. Y para no perderse la descomunal fachada del Hermitage teñida, bajo este fenómeno, con trazos de rojo y oro.
Tromsø
Es la capital del norte de Noruega, una ciudad de animada vida universitaria que oficia como puerta de entrada a las maravillas del Ártico. Aquí el invierno despiadado apenas da tregua a la capa de nieve de más de un metro de grosor y a la oscuridad que invade incluso las horas del día. Por eso, claro, con el sol de medianoche, la gente parece enloquecer. Están las atracciones urbanas (léase bares y restaurantes abiertos) pero es la naturaleza el escenario principal. Nada hay como montar en bicicleta de madrugada, plantar la tienda de campaña en pleno bosque o dar un paseo en barco entre los cercanos fiordos. Todo es posible en el verano polar.
Reikiavik
Lejana, misteriosa, encajada en medio de una naturaleza primitiva, la capital de Islandia es una ciudad vibrante que combate el aislamiento con altas dosis de proyección cultural, una gastronomía interesante y un agradable ritmo de pueblo que no renuncia al cosmopolitismo. Cuando llega el periodo estival y la luz se vuelve casi eterna, su fisionomía se transforma: es momento de acoger una procesión continua de gentes por sus calles y locales sin hora de cierre donde despachan bacalao seco y cerveza (rica pero cara) que corre de mano en mano. También música estruendosa hasta bien entrado el día, en la que casi nunca faltan Björk y Sigur Rós.
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