Aldeas blanquiazules, calas hasta donde llegan los pinos, puertos de pescadores, infinitos olivares, bazares con aromas a especias… La esencia del Mare Nostrum descansa en estas porciones del paraíso donde apearse del mundo para ver la vida discurrir alejada de las urgencias cotidianas.
Unas son auténticos vergeles en medio del azul; otras, formaciones rocosas herederas de un pasado volcánico; y otras tantas museos a cielo abierto de arquitectura milenaria. Así son las islas mediterráneas. Un catálogo de postales tocadas por la magia de este mar de alma profunda y oscura. Recorremos siete de las más adorables donde soñar con el retiro perfecto.
Córcega (Francia)
Lo dijo el pintor Henri Matisse: «aquí todo es color, todo es luz». Una referencia al paisaje natural de la que, dicen, es la más verde del Mare Nostrum, anillada por un poderoso litoral de arenas blancas. Esta isla, cuyo nombre está unido para siempre al de Napoleón, ha sabido proteger sus poblaciones tradicionales y su modo de vida, pese a haberse convertido en un elegante y exclusivo destino que ejerce de imán para las celebrities. Si los griegos la llamaron kallisté (la más bonita) no fue por casualidad.
Cefalonia (Grecia)
Del infinito rosario de joyas insulares desperdigadas por el país heleno, nos quedamos con la mayor de las Jónicas. Y lo hacemos no tanto por la espectacularidad de Myrtos, una de las playas más valoradas del mundo, como por esconder gratas sorpresas bajo su cordillera escarpada: viñedos, ruinas romanas y vertiginosos acantilados. Las pintorescas poblaciones de Assos y Fiscardo, con sus casas venecianas de color pastel tras un cortinaje de cipreses, completan la estampa bucólica de esta isla hermana de Ítaca.
Estrómboli (Italia)
La más bella del archipiélago de las Eolias, al norte de Sicilia, se distingue por los ecos mitológicos y la cólera volcánica. Y es que esta isla de laureles y buganvillas que, cuentan, fue la morada del dios Eolo, está dibujada por el cono más perfecto, el mismo en el que Julio Verne situó su Viaje al centro de la Tierra. Más allá de sus calas de arena negra, sus aldeas marineras y su apacible campiña, nada puede compararse a una puesta de sol desde la cumbre del volcán con el impagable espectáculo de sus erupciones fortuitas
Djerba (Túnez)
Exótica y apacible, esta isla separada del continente por un canal al que los romanos ya dotaron de una calzada, se debate entre el mar y la arena. Tal vez por ello su fascinación se remonta a la época de Homero, que emplazó aquí un pasaje de la Odisea. Djerba atrae por su historia tumultuosa, por su animada capital, Houmt Souk, con su puerto pesquero y su ruidoso mercado, y por Guellala, el atractivo pueblo de los alfareros. Pero sobre todo atrae por sus playas salpicadas de hoteles de lujo donde entregarse al dolce far niente.
Formentera (España)
Cómo no incluir a la menor de las Pitiusas en esta lista de naufragios soñados. Una isla de aureola hippy-chic mecida por un dulce ritmo de pareo y chill out. Cierto es que en verano es un hervidero de turistas y un escaparate de yates, pero nadie puede negar a sus aguas un encanto irresistible, con esa tonalidad al más puro estilo caribeño. La razón: contar con la pradera de posidonia más grande del Mediterráneo. También están sus mercadillos de artesanía, sus faros cinematográficos, sus rutas verdes… y hasta sus lagartijas azules.
Brac (Croacia)
Viajeros de todo el mundo fantasean con visitar la mayor isla de la Dalmacia central sólo por darse un chapuzón en la más fotogénica playa del Mare Nostrum: Zlatnic Rat, en Bol, un cuerno de arena calcárea que se adentra hasta medio kilómetro en el mar turquesa. También por su impresionante paisaje de barrancos y por sus coquetas aldeas cinceladas con la piedra del lugar, que es famosa en el planeta: con ella se ha construido desde el Palacio Diocleciano en Split hasta la Casa Blanca de Washington.
Malta
Enclavada en el corazón geográfico y sentimental de este mar que nos ocupa, esta isla acariciada por unas aguas transparentes, ideales para el buceo, es toda ella solemnidad arquitectónica como bien muestra la mezcla de estilos de sus palacios, iglesias y jardines. Además La Valeta, su soleada capital de color ocre, ostenta este año la capitalidad cultural europea, un acontecimiento que potencia aún más si cabe su interés, gracias a una jugosa agenda de festivales, exhibiciones y espectáculos varios.
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