Una serie para quien no ve series. Así terminó viéndose Canción triste de Hill Street cuando en la primavera de 1987, la comisaría de la calle de la Colina cerraba sus puertas. Aclamada por la crítica, secundada por una audiencia más selecta y exigente. Si veías Canción triste es que no veías Dallas, tu gusto era refinado. Al menos, en Estados Unidos.
Los años cincuenta inventaron el concepto de policía-héroe, con Dragnet. Las series de investigación se adhieren a este tipo de protagonista bajo el canon holmesiano: un caso, un capítulo. Planteamiento (con comienzos in medias res), nudo y desenlace. Todo eso se rompe cuando la NBC encarga a dos guionistas de la Metro Goldwing Meyer una serie policíaca adaptada a los nuevos tiempos. Acababa de nacer el canal de noticias CNN y la competencia entre cadenas por cable empieza a agudizarse; los videocasetes domésticos amenazan la liturgia colectiva de la televisión.
Steven Bocho y Michael Kozoll fueron sus padres. El primero falleció este año. Rodada en Los Angeles y Chicago, el nombre vino por ser el barrio donde estudió Bocho, pero no tiene nada que ver con él en la serie. Hill Street era un no-lugar y todos a la vez. Las series, aquellos años, bebían de Los Angeles, pero ese mundo de carteristas, asaltantes, prostíbulos y drogas era un retrato global al que se enfrentaban seres humanos antes que policías.
Condenada al cierre tras la primera temporada
La serie se estrenó en enero. Fue un fracaso de audiencia, pero para el verano la gente la tenía en el radar. Se llevó ocho Emmys. Dice el crítico Steven D. Stark en Glued to the Set que, de haberse estrenado unos años antes, tras ese verano Canción triste de Hill Street hubiera sido retirada de la parrilla por su baja audiencia. Cada capítulo costaba 1,5 millones de dólares -echaron al propio Bochco por "caro" en la quinta temporada-. Pero en la NBC se dieron cuenta del enorme tirón entre el público de 18 a 34 años. ¿Y si habían inventado la serie del futuro?
En Canción triste de Hill Street se abrían varias tramas en un capítulo y se extendían por los demás. Tan importantes eran los casos como las vidas de los policías, hombres, claro, en conflicto y con pequeños dilemas morales. Todo ocurría en un día.
El eje era Michael Conrad (el sargento Esterhaus), el hombre que cada mañana hacía el repaso de las tareas a repartir y que glosaba sus intervenciones en la comisaría con el clásico "tengan cuidado ahí fuera" ("let's be careful out there", ojo al matiz inclusivo de la frase original). Enfermó de cáncer. Su deterioro se incorporó a la trama, así como su propia muerte, por voluntad del actor. La escena en que el capitán Furillo (Daniel Travanti) anuncia el fallecimiento del personaje/intérprete es todo un canto a la telerrealidad.
Se editaba imitando a un directo, incluyendo correcciones de cámara al hombro
En lo formal, los productores se dan cuenta de que la televisión está marcando unos nuevos códigos. Las noticias son ya relato y emoción en directo y, de alguna manera, una serie de polis tiene que competir con los copa televisados de verdad. Muchas escenas se ruedan cámara al hombro, como quien quiere perseguir el suceso en un documental. Se editaba imitando a un directo, incluyendo correcciones de cámara. Los diálogos se apartan a veces del artefacto escénico y se cortan e interrumpen.
Luego llegarían La ley de Los Angeles, Policías de Nueva York o, incluso Urgencias, series que bebieron de aquellos hallazgos. La ABC también quiso dirigirse a ese mismo público objetivo con Luz de luna. Le salió bien, de hecho, mucho mejor de audiencia.
El título en España fue una traducción casi literal de Hill Street Blues que, en América Latina no fue otro que El precio del deber. Ciertamente, más ajustado al compás de los dilemas de esos hombres cargados de cuidado ahí fuera, sin histrionismos, con el balbuceo inicial de la sirena ochentera de aquellos coches tan largos como frágiles colina abajo. Y con esa música (mil veces versionada, hasta por Ramoncín) de Mike Post y Velton Ray Bunch, que no se llevó ningún Emmy y que era menos tarareada que otra de sus míticas creaciones: la banda sonora de El Equipo A.
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