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Madagascar, la última aventura

Avenida de los baobabs. | CC Rod Waddington

Hogar de cientos de especies vegetales y animales endémicos, la isla más grande de África esconde en su variada red de parques nacionales una aventura perfecta para el viajero más osado. Ahí le esperan carreteras infinitas llenas de baobabs gigantes, ríos atestados de cocodrilos y paisajes rocosos donde lémures de diverso tamaño y pelaje campan a sus anchas. Como fin de fiesta, nada mejor que unos días de descanso en alguna de las fantásticas playas de la costa occidental del país.

Madagascar es uno de los últimos destinos en el que vivir una verdadera aventura, una isla dentro del continente más aislado, África, de la que apenas sabemos nada. Su carácter insular ha permitido a este país desarrollar una ingente cantidad de endemismos y de una variedad paisajística que no deja de sorprender. Separada del continente africano hace 160 millones de años esta isla gigante es una rara avis en todos los sentidos. La mayor parte de sus habitantes proceden de Indonesia, desde donde llegaron en simples botes hace cientos de años atravesando más de 5.000 km en el Océano Índico.

Las playas paradisíacas de Madagascar son uno de sus grandes atractivos. cc Rod Waddington

Aunque mucha gente se acerca hasta este confín del planeta para disfrutar de las playas de Nosy Be, una paradisíaca isla situada en el noroeste del país, para descubrir el verdadero Madagascar hay que viajar por pistas de tierra y navegar por ríos para llegar a los Parques Nacionales más espectaculares del suroeste del país.

Antananarivo, más conocida como Tana, es la capital del país y su principal puerta de entrada. Desde ella parte la principal carretera, la Route N7, que hay que tomar para empezar la primera de las experiencias que vamos a vivir, la de recorrer en canoa a lo largo de 150 km por el río Tsiribihina. Aunque existe la posibilidad de hacer el mismo recorrido en un barco a motor, hacerlo en una canoa es mucho más ecológico y auténtico, pero sobre todo más silencioso, lo que nos permitirá ver más fauna a lo largo de los días y una noche que dura el viaje.

Tsiribihina significa en malgache “no te bañes porque hay cocodrilos”

Tsiribihina significa en malgache “no te bañes porque hay cocodrilos”, aunque solo los verás tomando el sol de la tarde en las orillas, mejor hacer caso a la etimología y no meterse al agua hasta que llegar a la cascada y la laguna azul, junto a la que algunos guías montan el campamento para pasar la noche. Buscadores de oro, pescadores, pastores y cultivadores de arroz y tabaco comparten las riquezas de este territorio que comparten con los martines pescadores y los camaleones. Convertirse en un observador de toda esta riqueza desde la precaria comodidad de la canoa es otro de los alicientes de este viaje.

Lemur. CC Rod Waddington

El Gran Tsingy de Bemaraha

El viaje en canoa finaliza en un embarcadero donde nos espera una carreta de cebúes y un 4x4 que recorrerá la sabana hasta la puerta de entrada al Parque Nacional del Tsingy de Bemaraha, un laberinto de agujas de roca caliza en el que se pasea por encima, cruzando pasarelas y vías ferratas no aptas para los que tienen vértigo.

Este remoto espacio sagrado es un lugar lleno de “fady”, tabúes que todos, locales y visitantes, deben cumplir durante la visita, por ejemplo, abstenerse de señalar nada con el dedo extendido. Cada lugar de la geografía de Madagascar, cada aldea, tiene sus propios fady o tabúes, convencionalismos sociales y culturales referentes a la comida, a cada día de la semana o del año. Para facilitar la visita y no meter la pata, la entrada al parque nacional incluye un guía que nos dará las pautas de comportamiento adecuadas.

En el Tsingy es fácil ver ejemplares de algunas de las especies de lémures que habitan la isla

El Gran Tsingy, como se llama a la parte más espectacular del Parque Nacional, ofrece recorridos de diferente dificultad, algunas incluyen pasos bajo tierra, atravesando cuevas talladas por el agua en las que se ven raíces de árboles que recorren decenas de metros en busca del abundante agua de este fresco universo ajeno a los rigores del trópico.

Los guías son jóvenes de las aldeas cercanas con conocimiento del entorno y una desarrollada una capacidad para ver animales comuflados en el paisaje. En el Tsingy es fácil ver ejemplares de algunas de las especies de lémures que habitan la isla, único lugar en el mundo, además de en la vecinas islas Comores, donde se desarrolla en libertad este fascinante primate.

En el Pequeño Tsingy, situado en el mismo poblado donde se ubican la mayoría de hoteles, no es raro ver grupos de sifakas, subespecie de lémur de pelo blanco y larga cola, dando saltos laterales. Los itinerarios por el pequeño Tsingy ofrecen sorpresas vegetales como algunos ejemplares de pie de elefante, una especie de baobab enano exclusivo de Madagascar, y la capilla de Bob Marley, un espacio cubierto con las raíces rizadas de un árbol colgado de las rocas.

Parque Nacional del Tsingy de Bemaraha. CC Rod Waddington

Baobabs

Además de la palmera del viajero, emblema nacional de Madagascar, esta isla africana atesora la mayor cantidad de variedades de baobab de todo el continente. De las ocho subespecies de este gigante arbóreo, seis son endémicas de aquí.  La mayor concentración de baobabs de Madagascar se encuentra en la franja costera que va desde el río Tsiribihina y la ciudad de Morondava, especialmente a lo largo de la carretera RN8, una pista de tierra colorada que transcurre en paralelo a la costa.

Avenida de los baobabs CC Rod Waddington

El baobab es un árbol misterioso capaz de alcanzar los 30 metros de altura a lo largo de una vida que puede llegar a los 600 años. El tronco de los ejemplares más maduros recuerdan a una botella,aunque los más anchos llegan a recordar a una bombona de butano.
El primer ejemplar magnífico es conocido como baobab sagrado, un coloso de dimensiones inabarcables junto al que se puede ver a más de un malgache haciendo peticiones o sacrificando un cebú, gesto de agradecimiento a una plegaria concedida.
Otro árbol monumental es el baobab enamorado, en realidad dos ejemplares que crecieron con sus ramas entrelazadas hasta formar un único ejemplar.

El momento mágico por esta carretera africana es la llegada a Avenida de los Baobabs, el tramo en el que se concentran alineados una gran cantidad de ejemplares maduros. La llegada a esta paraje debe coincidir con la caída del sol, cuando los últimos rayos del astro rey convierten la dura madera del baobab en tersas columnas de caramelo. Sin duda, el atardecer en la avenida de los baobabs es uno de los momentos más memorables en la vida de cualquier viajero coleccionista de instantes únicos.

El final de este viaje tiene como recompensa unos días de descanso en las playas de Morondava, a solo 30 minutos en coche de la avenida de los Baobabs. No se trata de un lugar de resorts de lujo, si no de una animada y pequeña ciudad africana que cuenta en sus afueras con una lengua de arena donde poder bañarse y disfrutar de uno de sus pequeños hoteles de cabañas en primera línea de mar.

Las siluetas de las velas de los barcos de pescadores a primera hora de la mañana y última de la tarde dan un toque de romanticismo a la línea del horizonte del Canal de Mozambique. Las barcas acaban su jornada sobre la misma playa, donde los pescadores recogen sus redes y transportan las capturas que venderán en el mercado local y a los restaurantes especializados en excelente gastronomía malgache y marisco a precios populares.

La playa de Morondava es interrumpida por la desembocadura de un río en el que se ha desarrollado un manglar, un ecosistema frágil y vital para el equilibrio natural que se puede visitar a bordo de una barca que se puede contratar en los hoteles o en el mismo embarcadero a cualquier barquero. La excursión termina al otro lado del río, visitando un Betania, una aldea de pescadores de no más de 500 habitantes donde se puede conocer de primera mano las herramientas y técnicas ancestrales que usan los malgaches desde hace cientos de años.

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