Si para Halloween anda buscando algo de terror y disfraces que no requiera salir de debajo de la mantita y el sofá, la serie Heridas Abiertas de la HBO es una excelente opción en el puente de Todos los Santos.
Esta historia de niñas asesinadas que transcurre en uno de esos pueblos de la América profunda que parecen pensados para asesinar niñas rebosa más melancolía que terror. A veces los peores fantasmas son los que se encuentran de regreso a los recuerdos de la infancia.
El escabroso asesinato de dos niñas no es más que la excusa para que Camille, una periodista de gran ciudad (interpretada por Amy Adams) enviada por el director del periódico a su asfixiante ciudad natal, se adentre en los temas que verdaderamente dan más miedo aquí: el exorcismo de los traumas familiares nunca enterrados del todo.
Envuelta en una atmósfera sórdida y perturbadora, que inevitablemente recuerda a True Detective, hacen de Heridas Abiertas un viaje en diez capítulos a los demonios familiares. Solo que aquí el antihéroe es un personaje femenino. Antiheroína, deberíamos decir. Pero hasta la palabra suena rara. Tal vez por la falta de costumbre de que las mujeres protagonistas tengan más defectos que virtudes y no por ello dejen de resultar fascinantes.
Heridas Abiertas se adentra en los temas que más miedo dan: el exorcismo de los traumas familiares nunca enterrados del todo
Cada vez son más las series protagonizadas por mujeres interesantes nada ejemplares, llenas de traumas y problemas. Como Marcella, la serie británica de Netflix de una detective tan brillante resolviendo casos como desastre en su papel de madre de familia, otro ejemplo de la creciente fascinación por las mujeres imperfectas de la nueva ficción televisiva. Y Killing Eve, uno de los mayores aciertos de HBO del último año, en la que una funcionaria frustrada se obsesiona con una psicópata.
Aquí la antiheroína es Camille, que no para de beber vodka de una botella de agua mineral, conducir sin rumbo y de avergonzarse ante los espejos y los flashbacks. A veces es tentador identificarse con ella, pero tiene tantas heridas tatuadas en la piel que enseguida se le curará el impulso al espectador.
Y aunque se estrenó en verano, esta serie es muy de Halloween no solo por los muertos, que los hay, y las casas de muñecas llenas de fantasmas, que también; sino por la cantidad de personajes disfrazados que esconden su lado más oscuro bajo la apariencia de gente normal. Esos son siempre los peores monstruos.
Uno de los mayores aciertos que hace esta serie tan envolvente es sin duda su banda sonora. Si oímos Led Zeppelin es porque la protagonista acaba de ponerse los cascos para oírla en su móvil y si suena Nana Moskouri, su extraño padrastro ha dejado caer la aguja del tocadiscos en este vinilo. El sonido diegético (todo lo que oímos forma parte de lo narrado) no es lo único que tiene en común con Big Little Lies, otro éxito de HBO del mismo director, Jean-Marc Vallée.
Al igual que la serie de Nicole Kidman, esta también está contada inequívocamente desde el punto de vista de las mujeres que la protagonizan. Camille, su madre y su hermana. Y sus heridas abiertas, que no cicatrizan ni en el fundido a negro de los títulos de crédito. Hay que verlos, por cierto, hasta el final.
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