La censura española vivió obsesionada por el sexo y la política. De ahí el empeño del doblaje, un invento franquista del que se sirvieron los censores para controlar el cine y las historias que llegaban a la España de blanco y negro desde el otro lado del charco. A pesar del pseudo aperturismo del se vanagloriaba el franquismo desde finales de los 50, si los españoles querían saber que Humphrey Bogart combatió en las Brigadas Internacionales en Casablanca, que Ingrid Bergman y Gary Cooper lucharon por la República en Por quién doblan las campanas o que no había tal incesto en Mogambo no tenían más remedio que cruzar la frontera. Como en un espejismo, en Francia, a pocos kilómetros, en Perpiñán, en el legendario Cine Castillet, los españoles se codeaban con la modernidad. Pero si hubo un director y una película que revolucionó el alma colectiva de un país que empezaba a bailar con la libertad ese fue, sin duda, Bernardo Bertolucci y su Último tango en París.
En 1978 Bernardo Bertolucci revolucionó las salas de cine españolas con su mirada sobre el sexo y la política. Aquel año, El último tango en París llegaba de manera legal a las salas españolas y con ella Novecento, su gran epopeya ideológica que narraba la aparición del fascismo en Italia ideado por los terratenientes a causa de la creciente ideología comunista.
En 1978 Bernardo Bertolucci revolucionó las salas de cine españolas con su mirada sobre el sexo y la política.
El último tango en París se estrenó en 1972 y estuvo prohibida en España hasta 1978, por tratar el sexo “de una manera salvaje y sin compromiso”. La escena de la mantequilla y lo encuentros furtivos entre un maduro viudo y una joven aspirante a actriz provocaron que hordas de españoles viajaran a Perpiñán solamente para ver la película. Entonces, llegar a Perpiñán suponía llegar a la democracia para escapar de la dictadura española. Eludir la ley permitió a muchos españoles en la década de los años 70 ver desnudo a Marlon Brandon.
Lo peor de El último tango en París no fue que tratara el sexo de manera salvaje y sin compromiso, como acusaba la censura. Si eso hubiera sido así, el óxido del tiempo quizá la habría arrumbado y aparcado en el olvido, a pesar de la tremenda interpretación de un decadente Marlon Brando. Lo peor de la película de Bertolucci y quizá su mayor vergüenza fue que la famosa escena en la que Brando sodomiza a María Schneider utilizando mantequilla como lubricante fue una violación en toda regla, una violación pactada por el director y el actor 24 horas antes del rodaje. La joven Schneider, 19 años cuando se rodó el filme, no tenía ni idea del plan de la pareja, un plan que se suponía tenía la intención de dar mayor realismo a la escena.
La confabulación entre actor y director se gestó la mañana anterior al rodaje, mientras Brando untaba un trozo de pan con mantequilla. “No quería que fingiese la humillación, quería que la sintiese”, declaró el director en una conferencia en la Cinemateca francesa en 2013. “Creo que me odió a mí y a Marlon Brando”. El realizador, ya enfermo, confesó su fechoría. Una fechoría que hasta entonces corría como la pólvora en forma de rumor entre los cinéfilos y de la que nunca se arrepintió. Una decisión que hoy en día, a buen seguro, le habría metido entre rejas, a él y al protagonista de El padrino.
Seis años antes, Maria Schneider ya se atrevió a acusar a la pareja. “Debí llamar a mi agente o tener a un abogado en el set de rodaje porque no puedes forzar a alguien a hacer algo que no está en el guión, pero yo no lo sabía. Marlon me dijo: ‘Maria no te preocupes, sólo es una película’, pero durante la escena, incluso cuando sabía que no era real, estaba llorando de verdad. Me sentí muy mal porque me habían tratado como a una sex symbol y yo quería que se me reconociera como actriz. Me sentí humillada y para ser honesta, me sentí un poco violada por ambos, tanto Marlon como Bertolucci”, declaro al Daily Mail.
Maria Schneider no volvió a desnudarse en el cine, aborreció la mantequilla toda su vida
Al final, todos los que convirtieron a El último tango en una película de culto, no hicieron más que sostener la imagen de una joven de 19 violada por un hombre de 48. Maria Schneider no volvió a desnudarse en el cine, aborreció la mantequilla toda su vida y murió de cáncer de pulmón a los 58 años, sin escuchar ni siquiera una disculpa de Brando, que falleció en 2011, ni de Bertolucci.
“Mientras haya injusticias seguiré siendo de izquierdas”, confesaba el realizador en una de sus últimos viajes al Festival de Cannes en 2013 cuando presentó en el festival Tú y yo, su último trabajo como director.
Sin duda 1978 fue el año de Bertolucci en España. De todas sus películas Novecento se convirtió en su legado político. A través de la vida de Olmo Dalcò (Gerard Deparieu) y Alfredo Berlinghieri (Robert De Niro), en cinco trepidantes horas de metraje, Bertolucci narró la gran epopeya de las ideologías de la Europa del siglo XX. Una epopeya que se convirtió en el mantra de la izquierda en la Transición, una epopeya que nunca está de más revisitar, por aquello de que lo que se olvida se corre el riesgo de repetir.
Despertad, despertad, despertad. ¡Explotados por los patronos, asesinados por los fascistas!, Grita un inmenso Gerard Depardieu mientras tira de un carro lleno de muertos y por las calles del pueblo en las que se puede mascar hasta el silencio cuando ya todo parece estar perdido.
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