Gente que hace fila para tomarse unos cereales de colores a tres euros el bol. Gente que come helados artesanos. Gente que pregunta por “poké bowls”. Gente con barba, tattoos y camisas estampadas. Gente con gorro aunque el termómetro marque casi 30 grados. Gente con perros exóticos y bicicletas de rueda fina. La nueva gente de Malasaña. Hípsters.
En ese ambiente del céntrico barrio madrileño se cuece la última publicación de Marta Sanz, Retablo (Páginas de Espuma), un satírico relato sobre los conflictos que ha traído la invasión hípster a Malasaña en los últimos años. Ilustrado por Fernando Vicente, el libro conduce al lector por las empedradas calles de lo que fue la cuna de la Movida y le hace partícipe del choque entre dos mundos: la gente del barrio de toda la vida, los castizos, y sus nuevos vecinos, “seres alienígenas”, como los describe Blas, uno de los personajes.
El libro no quiere ser una crítica abierta al hípster ni al castizo", dice la autora
El hartazgo de Blas y otros clásicos del barrio provocan la formación del “comando Dos de mayo”, un grupo cuyo único propósito es declarar la guerra a este nueva tribu urbana. Se sienten auténticos guerrilleros defendiendo su hogar, pero acaban subestimando a sus enemigos: los hípsters no son tan dulces como los coloridos cupcakes que preparan y la contienda acaba tomando tintes del todo perversos. Igual de mordaz es el primer relato, con dos ancianas aburridas y hastiadas de las nuevas generaciones. Una lectura con guiños a Alfred Hitchcock, barnices policíacos y personajes macabros.
Autora de novelas como Susana y los Viejos (Finalista del Premio Nadal), Farándula (Premio Herralde de Novela) o Los mejores tiempos (Premio Ojo Crítico de Narrativa), Marta Sanz pone la gentrificación en la diana y bucea por los nuevos comercios que han aflorado en Malasaña, su barrio de siempre. Cada vez hay más barberías, ópticas y restaurantes de comida sana. A cambio: apenas quedan negocios de siempre como pescaderías, ferreterías o ultramarinos. "Tenemos a Amazon", resume un vecino del barrio preguntando por este periódico. "Ahora mismo entras en una barbería y sales hasta tatuado", se ríe el ilustrador Fernando Vicente. "Siempre quieren venderte algo más".
Hípsters y castizos, ¿obligados a entenderse?
"Yo no he querido hacer una demonización del hípster", explica a El Independiente la escritora madrileña. "Lo que he querido reflejar es cómo algunos cambios económicos producen una serie de conflictos entre las mentalidades más viejas y las más nuevas. Yo vivo en Malasaña y creo que aunque no quiera o me resista, algo hípster también soy".
Marta Sanz cree que el problema de la gentrificación se traduce en problemas como la subida de los precios de alquiler y la pérdida de la identidad de los barrios. "En mi calle los comercios cambian cada seis meses porque no pueden pagar las rentas de alquiler", señala. "Vivimos en un país en el que el turismo es una fuente de riqueza absolutamente fundamental y hay que buscar fórmulas para frenar este proceso".
Malasaña ha sido siempre uno de los barrios más alternativos de la capital española. Símbolo de La Movida, a principios de los 2000 se empezó a poner de moda y en la calle Fuencarral, antes un foco de drogas y prostitución, lucen hoy cientos de escaparates. Sin embargo, en los últimos tiempos ha sido invadido por turistas y ya cuesta ver a vecinos locales por sus calles. Ello ha provocado la proliferación de negocios enfocados a los visitantes y en esa atmósfera es la que elige Marta Sanz para enmarcar sus relatos. "Retablo no quiere ser una crítica abierta al hípster ni al castizo. Se quiere ver ese conflicto desde un prisma de sentido del humor y satírico. Las vecinas de toda la vida conviven con esa nueve especie urbana que pone tiendas de jabones".
Que los barrios sigan siendo barrios y no parques temáticos", reclama Marta Sanz
Según su punto de vista, los políticos tienen que afrontar con más seriedad el problema de la gentifricación. "Como escritora tengo capacidad de diagnóstico y capacidad de observación, pero tengo poca imaginación política. Eso se lo dejo a los representantes de los ayuntamientos. Pero sí es cierto que hay cosas muy evidentes", apunta la escritora. "Hay que regular los apartamentos turísticos, hay que tener mucho cuidado con la limpieza y tenemos que tomar medidas para que los barrios sigan siendo barrios y que los vecinos sientan que forman parte de una comunidad y no en un parque temático. Pero sin caer en la turismofobia, que creo que es un poco peligroso".
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