Pocas obras humanas han tenido una trascendencia tan superior a sus propias dimensiones. Porque con sus más de 155 kilómetros de perímetro, 3,6 metros de altura en sus puntos más altos y 186 puestos de vigilancia, el muro que se irguió en Berlín en la madrugada del 12 al 13 de agosto de 1961 se erigiría no sólo en la barrera que dividió en dos la capital histórica alemana -separando familias, amantes y amigos- sino en frontera entre dos mundos enfrentados: el capitalismo, representado por la potencia de Estados Unidos, y el comunismo, cuya área de influencia trataba de extender la Unión Soviética por todo el este de Europa.
No fue en vano que el líder soviético, Nikita Jruschov, se refirió a Berlín como "el lugar más peligroso del mundo", cuando se encontró con su homólogo estadounidense, John Fitzgerald Kennedy, en el verano de 1961, poco antes de que se levantara el Muro.
La gran urbe germana ya era desde hacía varios lustros -básicamente, desde el final de la II Guerra Mundial, en 1945- fuente de continuos roces entre ambos bandos y con el levantamiento de aquel muro se convertiría en principal símbolo de la Guerra Fría que durante décadas mantendrían ambas potencias que se disputaban la hegemonía mundial y causa de algunos de los episodios de máxima tensión en aquel desafío global que amenazaba con derivar en una nueva conflagración global, con un potencial destructivo -en plena carrera nuclear- aterrador.
Historia de dos ciudades
Ya antes de la construcción del muro, Berlín era una ciudad dividida. Tras la derrota del nazismo, las potencias vencedoras habían acordado repartirse el control del territorio germano en cuatro áreas bajo el control de cada uno de los aliados: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Según el mapa, terminado de perfilar en la conferencia de Postdam, Berlín quedaba claramente dentro del área de influencia soviética, pero para la antigua capitán del Reich se estableció un marco específico, que suponía su propia división en cuatro zonas. La convivencia entre las potencias occidentales y las fuerzas soviéticas fue difícil desde un primer momento, dando lugar a continuos roces que llegaron a un punto álgido en junio de 1948, cuando los responsables del área bajo control comunista, pusieron en marcha un bloqueo de la ciudad, que se encontraba rodeada de territorios bajo la influencia soviética, para dificultar su abastecimiento y forzar el abandono de las potencias occidentales. Estos, sin embargo, organizaron rápidamente un puente aéreo que logró superar las dificultades de aquella coyuntura. (En la foto, un cartel advierte a los ciudadanos de que están abandonando el sector occidental de Berlín, frente a la Puerta de Brandenburgo).
Una isla aislada
La situación de Berlín se volvería aún más compleja al año siguiente, cuando las diferencias entre las grandes potencias alejaron la posibilidad de la unificación de Alemania, lo que se plasmó en el nacimiento, en el mes de mayo de 1949 de la República Federal de Alemania, en las áreas bajo el control de las potencias occidentales, y la posterior creación, en octubre, de la República Democrática de Alemania en el territorio dominado por los soviéticos. A partir de ese momento habría una Alemania capitalista y una Alemania comunista y era en ésta, a 160 kilómetros de distancia del territorio de la RFA, donde se situaba Berlín. La zona dominada por las potencias occidentales quedaba así como una isla aislada e incrustada en pleno territorio comunista, cuyas barreras con Occidente se iban haciendo cada vez más evidentes. (En la imagen, acera y muro fronterizo a lo largo de Niederkirchnerstrasse, entre 1961 y 1965).
Puerta de entrada, puerta de salida
Pese a todas las dificultades, Berlín permanecía como un puente entre ambos mundos. Más allá de algunas restricciones puntuales, sus habitantes podían moverse con cierta libertad por toda la ciudad y de hecho, se calcula que alrededor de 50.000 residentes en la zona oriental se desplazaban cada día para trabajar en el área occidental de la ciudad. Pero aquella situación pronto se convertiría en un angustioso problema para los dirigentes de la RDA y, en especial, para el principal representante del aparato comunista en el país, Walter Ulbricht. Porque Berlín Occidental se había convertido en la principal vía de escape para todos aquellos que decidían buscar una vida mejor en una RFA cuyo desarrollo económico ya superaba en mucho al de la zona comunista. Se estima que unos 2,7 millones de germanos-orientales (sobre una población de apenas 18,5 millones) abandonaron su país entre 1949 y 1961, y el número ascendía a casi 4 millones si se tomaba como punto de partida 1945. "La sangría demográfica ponía en entredicho las bondades de la República Democrática, además de resultar muy preocupante no solo por la imagen que proyectaba sino también porque los que huían, sobre todo jóvenes y miembros de los sectores más preparados, obstaculizaban la recuperación económica", explica Ricardo Martín de la Guardia en su libro La caída del Muro de Berlín (La Esfera de los Libros, 2019). Ulbricht sabía que había que poner freno a esta situación o, de lo contrario, acabaría provocando el colapso de la economía de la RDA. Ya en 1953 había obtenido el visto bueno de Iosef Stalin a un plan para reforzar los controles fronterizos entre el Berlín Occidental y Berlín Oeste, pero la muerte del jerarca comunista provocó que aquel plan encallara. Sin embargo, Ulbricht mantendría esta demanda de forma insistente ante el sucesor de Stalin, Nikita Jruschov, hasta que finalmente consiguió el plácet a sus planes en los primeros días de julio de 1961. (En la imagen, muro fronterizo en Potsdamer Platz a lo largo de la Ebertstraße entre 1961 y 19660)
Una barrera contra el fascismo
Ullbricht puso en marcha enseguida los preparativos, con tal sigilo y secretismo que nadie en los servicios de espionaje occidentales había sido capaz de percibir lo que estaba a punto de ocurrir. Los responsables de la RDA se permitieron, incluso, comprar buena parte del alambre que marcaría la nueva frontera entre las dos partes de Berlín a empresas occidentales. El responsable de Seguridad del Comité Central del Partido Comunista en la RDA, Erich Honecker, había sido encargado responsable del despliegue. Se había elegido la madrugada del sábado 12 al domingo 13 de agosto, como la fecha para la ejecución del plan y poco después de la medianoche más de 10.000 personas comenzaron a desplegar toneladas de alambradas de espino y de hormigón, en una operación que sumió en la confusión más absoluta a los responsables de la administración de Berlín Occidental y a los propios ciudadanos, que de repente vieron levantarse ante ellos una barrera en medio de su ciudad que se interponía, en muchos casos, entre familiares, amantes, amigos. "La desorientación y la confusión de los habitantes de Berlín Oeste fueron convirtiéndose en rabia a medida que avanzaba la mañana", detalla Frederick Kempe, en Berlín 1961. El lugar más peligroso del mundo (Galaxia Gutenberg, 2012). Gritos, insultos y hasta piedras fueron arrojados sobre los trabajadores que se empeñaban afanosamente en poner en pie aquel muro, que estaría prácticamente listo en apenas 24 horas. El "telón de acero" que había augurado el ex primer ministro británico Winston Churchill, se había convertido en una realidad física y Berlín había quedado partida por la mitad. Millones de ciudadanos habían quedado cautivos al otro lado del muro, en una operación que las autoridades de la RDA y sus aliados soviéticos justificaron por la necesidad de contener los ataques fascistas y la amenaza imperialista, que se estaba plasmando, aducían, en la corrupción de los ciudadanos de la RDA con el fin de sabotear su economía e inducirles a abandonar el país. (En la foto, franja del Muro de Berlín en Bernauer Strasse, sobre las fachadas de las viviendas fronterizas, hacia 1966).
"Ich bin ein Berliner".
El levantamiento del Muro había tomado por sorpresa a los líderes políticos de la RFA y a los gobiernos de las potencias aliadas. Aunque lo cierto es que había motivos para pensar que algo así podía suceder en cualquier momento. De hecho, el presidente estadounidense, Kennedy, ya había comentado a uno de sus asesores que Jruschov "tendrá que hacer algo para detener el flujo de refugiados, a lo mejor construir un muro, y nosotros no podremos impedírselo". La actitud de Kennedy y el resto de líderes occidentales ante la crisis de Berlín fue objeto de duros reproches por parte de algunos líderes de la RFA, que llegaron a sentirse desamparados ante el desafío lanzado por el régimen comunista de la RDA. La protesta tardía y tibia de los gobiernos aliados causó un gran malestar en el canciller alemán Konrad Adenauer, que sin embargo tampoco podía ofrecer ninguna solución factible. Kennedy había llegado a la Casa Blanca apenas unos meses antes y se había encontrado con una situación de elevada tensión con la URSS, agravada por su nefasta gestión del episodio de Bahía Cochinos en Cuba. El régimen soviético había cosechado en los últimos años notables avances tecnológicos y armamentísticos, con el desarrollo de armas nucleares como principal amenaza, lo que también había llevado a Estados Unidos a multiplicar su presupuesto militar, en una carrera armamentística de incuestionable potencial destructivo. Cuando se vieron las caras en Viena, en junio de 1961, un inexperto Kennedy no supo responder a los desafíos lanzados por Jruschov, que salió de allí convencido de que el presidente estadounidense sería incapaz de responder con contundencia a sus planes sobre Berlín. El temor a desencadenar un conflicto nuclear impediría a Occidente ir más allá de las palabras. Y entre éstas quedaron para la posteridad las pronunciadas por Kennedy dos años después, en 1963, cuando en una visita a Berlín pronunció la celebre frase de "Ich bin ein Berliner", alineándose con la lucha por la libertad del pueblo de Berlín. (En la foto, discurso del presidente estadounidense, John F. Kennedy en la Rudolph Wilde Platz el 26 de junio de 1963).
El peor momento de la Guerra Fría
Los episodios de tensión resultarían, con todo, inevitables. Kempe describe en su obra cómo en la noche del viernes 27 de octubre de 1961 una decena de tanques estadounidenses se situaron cara a cara, apuntándose con sus cañones, con un número similar de tanques rusos en el entorno del paso fronterizo denominado como Checkpoint Charlie. Las crecientes restricciones de los vigilantes de la RDA al paso de los funcionarios de las potencias occidentales hacia la zona este de Berlín dieron lugar a una escalada de tensión que estuvo a punto de desbordarse en aquellas difíciles horas en las que los responsables de las fuerzas aliadas y soviéticas se vieron sometidos al difícil equilibrio entre no ceder una victoria al enemigo y al mismo tiempo evitar un enfrentamiento que podría desencadenar la tan temida guerra nuclear. Para William Kaufman, uno de los responsables de estrategia de la administración de Kennedy, "lo de Berlín fue el peor momento de la Guerra Fría" y supuso un peligro mayor que la Crisis de los Misiles en Cuba al año siguiente. Finalmente el enfrentamiento se pudo evitar. (En la foto, puesto de control de acceso Checkpoint Charlie en las inmediaciones del Muro de Berlín en las Navidades de 1978).
Una tensa rutina
"Una cárcel surrealista"
El levantamiento del Muro de Berlín supuso, sin duda, la caída en cautividad para los residentes de la zona este de la ciudad. Pero en cierto modo, también hizo de Berlín Oeste una "cárcel surrealista", en expresión del compositor húngaro György Ligeti. Con poco más de dos millones de habitantes, esta parte de la ciudad, una isla en medio de un mar comunista, tuvo que sobrevivir de las subvenciones de la RFA. La huida de capital financiero y humano fue inevitable tras la creación del muro, las industrias que sobrevivían allí se veían duramente afectadas por la situación de aislamiento a la que se veían sometidas y la ciudad dejó de ser un lugar atractivo para la juventud con ambiciones. Su población envejecía a marchas forzadas mientras "Berlín Occidental se iba despoblando poco a poco. En los años sesenta, su tasa de natalidad estaba entre las más bajas de cualquier ciudad del mundo. Y casi todos los años, las personas que se marchaban de Berlín Occidental superaban en varios miles a los que llegaban; una situación que se prolongaría hasta finales de los ochenta", apunta Frederick Taylor en El Muro de Berlín. 13 de agosto de 1961- 9 de noviembre de 1989 (RBA, 2009). (En la imagen, vista de un puesto de vigilancia en la frontera entre Berlín Occidental y Berlín del Este en la autopista Bornholmer en Bösebrücke en 1979).
Reeducar la rebeldía
Si la vida en Berlín Occidental podía resultar difícil en aquellas circunstancias, mucho más dura se hacía la existencia al otro lado del Muro, donde el régimen comunista de la RDA aplicaría un riguroso control de la sociedad, limitador de cualquier tipo de libertad. Es cierto que durante unos años, el aparente progreso industrial del país permitiría presentar a la República Democrática como una especie de oasis comunista. Pero -y al margen de los desequilibrios de aquel desarrollo- la vida en Berlín Este y en el resto del país resultaba asfixiante con su inagotable propaganda ideológica y bajo el control y vigilancia del aparato represivo del Estado, cuyo principal representante era la tristemente famosa Stasi. "La estructura de poder en la RDA estaba fundamentada en el aparato represivo, cuyo fin era someter la sociedad a una estricta vigilancia para evitar cualquier disensión respecto a la irrenunciable marcha hacia el socialismo", indica Martín de la Guardia. En esta misión, era fundamental el control de la juventud y el sometimiento de cualquier conato de rebelión, como el que podía llegar a representar desde finales de los 70 el movimiento punk, al que se sometió a una intensa presión, según explica Taylor. "De los años sesenta en adelante, los jóvenes díscolos de Alemania Oriental se vieron sujetos a las más estricta -de hecho absolutamente brutal- reeducación, al estilo militar, en las llamadas escuelas industriales para la juventud", apunta el historiador británico. (En la imagen, grafitis en una de las secciones del Muro de Berlín hacia 1986).
Los muertos del Muro
Un sistema que se resquebraja
Un grito de esperanza
El derrumbe del Muro
En los años siguientes la situación se precipitaría, hasta que aquel mensaje arrancado por el periodista italiano Riccardo Ehrman al portavoz del Comité Central del Partido Comunista Unificado (SED) de la República Democrática Alemana, Günter Schabowski, supuso el inicio del fin del Muro. Aquel 9 de noviembre de 1989, cientos de ciudadanos de Berlín se dirigieron hacia el Muro provistos con picos o tan solo con sus manos para golpear "con rabia contenida durante años los ciento sesenta kilómetros de doble pared y de oprobio hasta desmenizar la mayor parte de lo que fue el símbolo por exlencia de la Guerra Fría", escribe Martínez de la Guardia. En apenas unos meses, mientras se aprobaba la demolición del Muro y la brecha de una Berlín dividida se cerraba, las dos Alemanias, que habían subsistido separadas -y enfrentadas- durante unas cuatro décadas aprobaban su reunificación, para ya a mediados de 1991 acordar hacer de Berlín, nuevamente, su capital. La capital de un país y un mundo más libres. (En la foto, multitudes de berlineses se agolpan en torno a la Potsdamer Platz para contribuir a la destrucción del Muro de Berlín en 1989).
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