La Organización de las Naciones Unidas alcanza los 75 años, un hito que llega en un contexto histórico que no anima a grandes festejos por obvios motivos sanitarios. Poco que celebrar en un 2020 de pandemia que será recordado por esa dura travesía que supone dejar por el camino, hasta el momento, a más de un millón de habitantes del planeta.
Pese a las circunstancias, es necesario reconocer esta efeméride por la importancia de contar con una organización como Naciones Unidas que, de no existir, el recuerdo de hoy en el futuro podría ser nefasto si a ese alto coste en vidas le unimos división, hostilidad o guerra entre naciones.
No sería la primera vez, ya que los momentos de crisis son proclives a fomentar nacionalismos y a desechar la solidaridad. Solo hay que mirar atrás unos meses para recordar que cuando la curva de contagios crecía imparable y el caos se apoderaba de las compras de material sanitario, se instauró durante unos días un ‘sálvese quien pueda’ que llevó a varios gobiernos a incautar respiradores o mascarillas que tenían un legítimo comprador.
Es solo un ejemplo, mínimo, que nos alerta de lo que podría llegar cuando vienen mal dadas y las naciones, supuestamente unidas, se separan peligrosamente. Es precisamente ahí, en la perspectiva que otorga el mirar por el retrovisor, donde se encuentra esa dosis de optimismo asociada a la cohesión que proporciona Naciones Unidas.
Hace solo 100 años, en 1920, la situación en el mundo era infinitamente peor. El planeta no acababa de recuperarse del enorme golpe que supuso estrenar una Gran Guerra (1914-1918), cuando aparecía en escena la llamada Gripe Española. Estos dos hechos tuvieron, según la autora Catharine Arnold, además de una millonaria suma de víctimas, “un desastroso impacto económico” que acabó de estallar por los aires con el crac de la bolsa de 1929 y la Gran Depresión.
Aún quedaba más, este estado de devastación mental y financiero no había terminado. La guinda del siglo XX la puso otro conflicto internacional, la II Guerra Mundial (1939-1945), que provocó entre 50 y 80 millones de muertos -ni siquiera los historiadores coinciden en detallar la cifra ante unos datos tan abrumadores-.
La ONU, una historia de luces… y algunas sombras
Entonces apareció. El 24 de octubre de 1945 entraba en vigor la Carta fundacional de la Organización de las Naciones Unidas, sucesora de la desmilitarizada y fallida Sociedad de Naciones. Con ella también se oficializaba su propósito de “mantener la paz y la seguridad internacional” a través de los “principios de justicia y derecho internacional”, además de “fomentar entre las naciones relaciones de amistad” y avanzar en la solución de problemas “de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión”.
Ese intento de armonizar el mundo se materializó en San Francisco con la firma de la mayoría de los 51 estados miembros. Hoy, 193 de los 194 países reconocidos del mundo forman parte de la ONU (la excepción es Ciudad del Vaticano que tiene el rol de estado observador).
Durante estos 75 años, seis órganos principales (Asamblea General, Consejo de Seguridad, Consejo Económico y Social, Consejo de Administración Fiduciaria, Corte Internacional de Justicia y Secretaría) y 15 organismos y agencias que trabajan en coordinación con ella (OMS, FMI, FAO, UNESCO, OIT, CFI, BIRF…) hacen lo posible para que el mundo sea más justo. Solo en términos bélicos, el éxito desde su creación es palpable. Se han reducido las guerras y se han llevado a cabo misiones de supervisión, vigilancia y paz que han puesto fin a conflictos (Guerra Irán-Irak, Costa de Marfil, Angola, Líbano…).
Pero la ONU también tiene sus sombras. Muchos le achacan división, desentendimiento o inacción en el eterno conflicto Israel-Palestina, en la matanza de Srebrenica, el genocidio de Ruanda, en la invasión de Irak o la guerra de Siria, entre otros reproches con fundamento.
Hoy el mundo ha cambiado y existen muchos más retos que el de mantener la paz. Por ello la ONU ha dado estos años pasos importantes para luchar de forma global, y a través de sanciones, contra la violencia hacia las mujeres, el terrorismo, el genocidio, la pobreza… y a favor del cuidado del medio ambiente, el bienestar infantil, el desarrollo social, la alfabetización, la salud, la democracia, la libertad de prensa, entre muchos otros aspectos que, pese a sus dificultades en la aplicación, suponen una base excelente con la que jugar las cartas al tratar de hacer un mundo más justo.
La ONU, un inesperado salvavidas para Franco
España, al inicio de la II Guerra Mundial, se encontraba en una situación de agotamiento y ruina económica tras casi tres años de Guerra Civil. Participar en la II Guerra Mundial era inviable y un suicidio para el desgastado país. Por ello, al inicio de la contienda se declaró oficialmente neutral, posición que moduló a‘no beligerante’ poco después.
El fracaso de la histórica reunión de Franco con Hitler en Hendaya fue vendido internamente, según el historiador Juan García Pérez, como la certificación de que el dictador era “el hombre capaz de decir no a Hitler”. Pero lo cierto es que España, pese a su no beligerancia oficial, le debía muchos favores a Alemania e Italia por su apoyo militar durante la Guerra Civil y, durante la IIGM, le abasteció, según confirma Pedro Alguacil Cuenca en España: de la Sociedad de Naciones a Naciones Unidas, de wolframio, un material necesario para endurecer los carros de combate, mantas, abrigos cinturones… y ofreció una libertad total de circulación a oficiales italianos y alemanes por nuestro país. También envió a la División Azul para apoyar al ejército nazi en su lucha contra Stalin y el frío ruso.
España no participó… pero sí participó, y por ello en 1945 quedó fuera de esos 51 países fundadores de la ONU, y también del Plan Marshall de reconstrucción económica de 1947. El hambre, la ruina, la represión y la dictadura eran cartas de presentación que hacían difícil aspirar a integrar una ONU que basaba sus principios en otros valores.
Durante la IIGM y la posguerra Franco sintió siempre cerca el fantasma de una intervención pero, curiosamente, fue la ONU la que le ofreció un balón de oxígeno legitimador. Y es que su entonces Secretario General, Trygve Lie buscaba en 1952 “universalizar” la Organización para evitar fracasos como el de la Sociedad de Naciones.
“Creo que la incorporación de nuevos miembros lo antes posible aumentará la influencia de la organización en pro de la paz”, afirmó. Solo tres años después, el 14 de diciembre de 1955, España daba un paso histórico y entraba a formar parte de la ONU, un hecho positivo para el país en términos de apertura e internalización y, por extensión, un espaldarazo internacional a Franco, que respiraba aliviado.
El reto de controlar la pandemia y la caída de reputación de la OMS
Hoy el reto de la ONU tiene un foco principal, y es el de liderar y coordinar con los estados miembros una pandemia mundial, a través de la OMS. Su gestión durante las crisis del ébola, el SARS y la Gripe A fue exitosa pero, desafortunadamente, hoy la OMS no está saliendo muy bien parada en términos de reputación con la gestión de la crisis del Covid-19.
Pese a todo lo reprochable, sus sombras, sus errores, desfases o tibiezas, parece claro que el mundo, después de mirar hacia atrás, puede presumir de avanzar de la mano de una organización que basa en el mantenimiento de la paz su razón de ser. Gandhi decía que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”. Hoy es justo celebrar que ese camino hacia la paz, dignidad e igualdad, llamado Naciones Unidas, cumple 75 años.
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