La mitología, para todo célebre personaje del Renacimiento, jugó un papel fundamental. Solo hace falta contemplar las pinturas de uno de los principales exponente artístico del periodo, el italiano Tiziano, para comprender que estas obras, además de tener un carácter intelectual, permitían ir más allá y justificar la representación de los tan codiciados desnudos de la época.
Precisamente Tiziano contaba con un especial cliente dentro de la monarquía española que mostraba especial interés por estas pinturas: el príncipe Felipe, quien más tarde acabaría convirtiéndose en Felipe II. El joven hizo encargar al artista italiano una colección de cinco obras: las poesías, pintadas entre 1553 y 1564. De este conjunto de cuadros, no obstante, dos de ellas fueron de especial interés por su carácter erótico: Venus y Adonis, en la que la diosa aparece de espaldas; y Dánae, donde la princesa griega es fecundada por Júpiter, transformado en lluvia de oro para ello.
Ambas, de acuerdo al comisario de la pasada exposición Tiziano: Dánae, Venus y Adonis. Las primeras poesías en el Museo del Prado, Miguel Falomir, fueron enviadas por Tiziano en 1554 para ser expuestas una junto la otra. El motivo: permitir que el monarca disfrutase de la figura femenina desnuda por delante y por detrás.
Con estas dos nuevas adquisiciones, Felipe ampliaba su colección de arte erótico. Por aquel entonces ya contaba con otras cinco obras de tono sugerente, cuyo conjunto es conocido como los Amores de los Dioses. Esta serie mitológica, tal y como explicó la conservadora del monasterio de El Escorial en Patrimonio Nacional, Almudena Pérez de Tudela, durante una conferencia impartida para el Museo del Prado, está compuesta por cuatro obras del pintor Correggio (llamadas los Amores de Júpiter en su conjunto) y un lienzo de un Cupido de Parmigianino. Todas estas obras representan la unión carnal entre sus personajes, así como la pasión que el dios del deseo se encarga de repartir entre ellos.
Pérez de Tudela, que es experta en la figura de Felipe II, explica en declaraciones a El Independiente que el rey nunca escondió su interés por este tipo de arte, a pesar de su famosa corrección (motivo por el que fue apodado como 'El Prudente'): «En el Renacimiento y sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, la teoría del decorum - la adecuación de esas obras de arte al lugar que iban a ocupar - era muy importante. Era perfectamente compatible que Felipe II tuviera pinturas mitológicas en una zona de recreación o palacios civiles, como pueden ser el Alcázar de Madrid - el actual Palacio Real - o en El Pardo».
Intercambio entre primos: los Amores por buenas relaciones geopolíticas
Dentro de dinastía de los Austria hubo un especial interesado por conseguir las obras de Correggio y Parmegianino de la colección de Felipe II: su sobrino, el emperador Rodolfo II. «Rodolfo II se había educado con su tío Felipe II en Madrid entre 1564 y 1571. Las colecciones de su tío dejaron una huella indeleble en él y siempre deseó tener alguno de los cuadros más importantes de esta colección», explica la conservadora. Sin embargo, el monarca no estaba por la labor de ceder a su sobrino sus eróticos y amados cuadros: «Felipe II apreciaba mucho todas estas pinturas y nunca se desprendió de ellas», apunta.
Las colecciones de su tío dejaron una huella indeleble en Rodolfo II
aLMUDENA Pérez de Tudela, CONSERVADORA EN pATRIMONIO NACIONAL
Con la muerte del rey español en 1598, el emperador encontró una gran oportunidad para conseguir hacerse con los Amores de los Dioses. Y es que el hijo del recientemente fallecido monarca español, Felipe III, aunque sentía cariño hacia la colección de su padre, estaba dispuesto a ceder a su primo las pinturas de su obsesión. Existía algo que le importaba más que el carácter erótico de estas obras.
«Felipe III deja salir algunas de estas pinturas a Praga porque le podían proporcionar un beneficio político muy importante de relaciones entre las dos ramas de la Casa de Austria» comenta Pérez de Tudela. 20 años después de iniciar su intenso y constante intento de hacerse con todas las obras eróticas de Correggio y Parmegianino que poseía su tío, Rodolfo II consigue completar la colección en 1605.
Felipe IV, el nieto de Felipe II amante de los desnudos
Aunque Felipe III se deshace de algunas de las obras más sugerentes de su padre por intereses políticos y económicos, su hijo Felipe IV cuidó con mimo la colección de las poesías de Tiziano, que continuaban estando bajo su poder. Es más, el nuevo monarca se encargó de recuperar el espacio donde ya su abuelo colocó estas pinturas: en las conocidas como Bóvedas de Tiziano del Alcázar madrileño.
El historiador David García Cueto recoge en La pintura erótica en las colecciones aristocráticas madrileñas de la segunda mitad del siglo XVII que «no por estar apartadas de la vista de la mayoría Felipe IV dejó de disfrutar de sus pinturas de desnudos. Resulta significativo comprobar, gracias al inventario del Alcázar realizado en 1636, cómo una recóndita sala del Cuarto Bajo de Verano repleta de lienzos eróticos era la pieza 'en que S.M. se retira después de comer' . Gozaba por tanto el soberano de hermosas y sugerentes visiones artísticas durante sus siestas estivales».
Carlos III y el fin del interés monárquico por lo erótico
Con la sucesión de los siguientes dos monarcas y el cambio de dinastía que se produjo entre tanto de la Casa de los Austrias a la de los Borbones, apenas se conoce se conoce la relación existente entre las pasiones y los Amores de los Dioses con los reyes que estuvieron en el trono. No obstante, con la llegada al poder de Carlos III las obras eróticas de Felipe II volvieron a ponerse en el foco monárquico, aunque no precisamente por el interés que sintiese el gobernante por ellas.
A pesar de que los Amores de Júpiter salieron a principios del siglo XVII de España a Praga, Carlos III ya las heredó junto con toda la colección real de pinturas en 1759, entre las que también se incluían las obras más sensuales de Tiziano. La relación del rey de origen francés con estos cuadros, como indica la conservadora en Patrimonio Nacional, no era nada buena: «Carlos III, a pesar de ser un monarca ilustrado por excelencia, cuando hereda la gran colección de pintura española tiene incluso la tentación de quemar alguno de estos cuadros».
Desde la revista Katharsis, sin embargo, destacan que las intenciones del rey en relación con estas obras «en el fondo cuadra muy bien con otros datos sobre su perfil psicológico y su moral sexual, y también con su sentido de la responsabilidad personal, que le movía a 'dar ejemplo' y a desterrar cualquier objeto o acción que consideraba perniciosa para la moral pública.»
Por suerte, finalmente el monarca madrileño fue convencido de evitar destruir estos desnudos. Almudena Pérez señala que, después de que su círculo más cercano le expresase la barbaridad que supondría quemar estas pinturas por muy sugerentes que fuesen, consiguen convencerle para que las destine a La Academia de Pintores, que podrían servirles como modelos. «Gracias a eso las obras se salvaron».
A día de hoy, tanto las pasiones como los Amores de los Dioses se encuentran distribuidas en diferentes museos, y en contadas ocasiones ha existido la posibilidad de contemplarlas de forma conjunta, tal y como hicieron los monarcas españoles durante sus reinados.
A pesar de ello, siempre quedará en cada una de ellas la forma en la que, al menos los primeros Austrias que las tuvieron bajo su posesión, disfrutaron con lujuria de las vistas de sus desnudos.
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