Sí, Cristóbal Colón descubrió América, Hernán Cortés fundó México y Vasco Núñez de Balboa llegó sin esperarlo hasta el océano Pacífico. La historia de España, tan rica y estudiada, es también la de otros países, principalmente la de los territorios que se encuentran en el Nuevo Continente. Todo ello, gracias a los exploradores españoles que se armaron de valor y decidieron lanzarse a la aventura para averiguar qué podrían encontrar en ese inhóspito mundo que quedaba por descubrir.
Pero muchos más son los exploradores que los que aprendimos en la escuela. Y no todos se concentran en la famosa Edad de Oro española del siglo XVI, de la que tanto hemos leído en los libros de texto. Para dar a conocer la historia tanto de los grandes exploradores más conocidos como la de viajeros, científicos y aventureros que han quedado olvidados y relegados, Geoplaneta acaba de lanzar Atlas de los exploradores españoles. Toda una guía de la mano de la Sociedad Geográfica Española a través de una selección de 200 exploradores cuyas andanzas se han convertido en parte de los anales del país. A continuación, recogemos cinco de las más interesantes figuras de este peculiar atlas.
Ramón Llull
Uno de los primeros exploradores de los que se tiene constancia es de este mallorquín nacido a principios del siglo XIII. Un hombre de clase pudiente, cuyos orígenes se encontraban en los primeros senadores romanos y que sirvió como mayordomo al que más tarde se convertiría en el monarca Jaime II de Mallorca. Un personaje, por cierto, bastante peculiar. Con 30 años, una mujer y dos hijos, Llull - famoso por su interés por las damas - sintió de repente la imperiosa necesidad de dedicarse al culto de la religión franciscana, que acompañaría del estudio de diferentes disciplinas como la lengua árabe o la teología.
Según la leyenda, la contundente decisión que tomó el que se convertiría en monje fue motivada por la visión del pecho de una mujer, que había sido afectado por un cáncer. Espantado por tal estampa, Llull decidió volcarse en difundir la palabra de Dios, para lo que precisaría recorrer el mundo. De ahí su obsesión por aprender árabe: para crear escuelas de traductores y conseguir convencer a los musulmanes para convertirse al cristianismo.
A lo largo de su periplo, Llull peregrinó hasta Santiago de Compostela y viajó por Roma - donde trató de explicar al Papa Honorio IV «su sistema para convencer de sus errores a los infieles» - , París, Génova, Túnez o Chipre. Durante todo este periodo, además, escribió unas 300 obras. Después de una vida marcada por la multitud de destinos en los que trató de profesar la fe franciscana, y de donde en algunos casos fue expulsado a pedradas, el teólogo murió a los 80 años, aunque no se conocen con exactitud las causas de su fallecimiento.
Francisco Vázquez de Coronado
Uno de los exploradores de la Edad de Oro en España, Vázquez de Coronado se aventuró en búsqueda de riquezas y oro en un viaje que para nada cumplió con las expectativas iniciales. La expedición fue encargada por el virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, a este personaje salmantino, quien ocupaba el cargo de gobernador de Nueva Galicia (actualmente parte de México). La intención era alcanzar las Siete Ciudades de Cíbola, un territorio del que otros españoles que habían llegado a las Américas, como Cabeza de Vaca o Marcos de Niza, habían dejado constancia de su existencia.
Sin embargo, este viaje que partía desde Culiacán fue complicándose con cada paso dado hacia las famosas ciudades. Una rama de la expedición, la encargada de moverse por mar para proveer de alimentos al grupo que se movía por tierra, no logró llegar al punto acordado. La falta de víveres y, por consiguiente, el empeoramiento del ánimo y de las fuerzas de la expedición no hicieron más que incrementar con el viaje, cuyos caminos se volvían cada vez más dificultosos. Para rematar, al llegar a la primera de las ciudades el explorador se dio de bruces con un pequeño y empobrecido pueblo, en el que además fueron atacados por los habitantes.
En su empeño por conseguir conquistar unas tierras de interés para el virrey, Vázquez de Coronado mandó a parte de su equipo a la búsqueda de un terreno que mereciese su atención. El capitán García López de Cárdenas se convertiría en el encargado de hacer posible los deseos del gobernador, al anunciarle el avistamiento de «un profundo cañón por cuya base corría un poderoso río»: el Cañón del Colorado.
A pesar del tan interesante descubrimiento, Mendoza no perdonó a Vázquez de Coronado su fallido intento de colonizar el norte de México y, como forma de castigo, le destituyó de su puesto de gobernador.
Catalina de Erauso
Muy pocas son las mujeres que aparecen en este atlas, tan pocas que se pueden contar con los dedos de tan solo una mano. En cualquier caso, sus historias son tanto o más interesantes que la de sus compañeros hombres, solo por el mero hecho de tener que enfrentarse como mujeres a una sociedad acostumbrada a la pasividad del sexo femenino en conquistas y travesías de tal envergadura.
El caso de Catalina de Erauso no se queda atrás. También conocida como la 'Monja alférez', esta mujer nacida en San Sebastián en 1592 quedó huérfana a muy corta edad, por lo que estuvo interna en un convento hasta los 15 años, cuando decidió escaparse de las ataduras de las religiosas. Travestida a partir de entonces, pasó desapercibida durante decenas de años, tanto es así que consiguió formar parte de las tropas que se dirigían hacia América.
Venezuela, Panamá, Perú o Chile fueron los destinos en los que Alonso Díaz Ramírez de Guzmán - nombre que utilizó para evitar ser descubierta - fue logrando méritos de guerra. Pero, al tiempo que conseguía ser nombrada alférez, también se ganó su fama de sanguinaria al batirse en duelo y poner fin a la vida de múltiples hombres, entre ellos su hermano. Las causas de las trifulcas eran de lo más variadas: desde una simple discusión por cualquier nimiedad hasta las aventuras que Alonso había comenzado con sus mujeres.
Cuando la condenaron a muerte por homicida, tuvo que confesar su condición de mujer. A partir de ese momento retomó sus orígenes religiosos en España en 1624 pero, «cuando intentaba ganar el jubileo viajando de Barcelona a Roma, fue asaltada y quedó en la miseria». De esta situación logró salir tras ser presentada su historia al rey Felipe IV, quien envió a Catalina hasta Roma. Allí, el Papa Urbano VIII le concedió el perdón y le permitió a la religiosa vestir como un hombre por el resto de su vida.
Expedición de la vacuna
Una expedición especialmente interesante que recuerda una de las tantas pandemias que se expandieron a lo largo y ancho de La Tierra mucho antes que el Coronavirus. Esta travesía dirigida por españoles por América y Asia es considerada la primera campaña de vacunación a nivel global, un hito a nivel sanitario.
A principios del siglo XIX, una oleada de viruela sacudió a la población de los países bajo la Corona española, que precisamente fue propagada por la llegada de exploradores infectados a los recién colonizados territorios. Ante tal desastrosa situación, que dejaba consigo miles de muertos, Carlos IV tomó la decisión de crear una Real Expedición para inmunizar a los habitantes de estos territorios con la vacuna desarrollada en 1798 por el médico inglés Edward Jenner.
En 1803 y desde A Coruña, la embarcación partió hacia Venezuela. Pero, ¿cómo transportaron la vacuna? Tal y como recuerda el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), «en aquel tiempo, la forma de mantener la vacuna activa era inocularla en personas sanas y trasmitirla entre individuos aplicándola de brazo en brazo. Necesitaba personas que no hubieran padecido la viruela ni estuvieran vacunados para no alterar el proceso inmunitario», por lo que se llevaron consigo a 22 niños huérfanos. Todos ellos se encontraron al cargo de la enfermera Isabel Zendal, quien se ocupaba de inocular «la vacuna sucesivamente en el brazo de un niño diferente cada quince días».
Una vez lograron pisar tierra venezolana - el primero de sus destinos - la expedición, que finalmente se completó a lo largo de siete años, se dividió en dos para lograr una actuación más rápida y efectiva: por un lado, el cirujano militar José Salvany y Lleopart se puso al frente de la vacunación en los países sudamericanos; y, por otro, el médico militar Francisco Xavier Balmis y Berenguer dirigió la campaña por los territorios de Centroamérica y de las colonias españolas en Asia (Filipinas, Macao y Cantón).
Carmen de Burgos Seguí
Una de las más recientes exploradoras que aparecen en el libro. Aunque, más que exploradora, a Burgos Seguí se la debe considerar periodista, oficio en el que destacó a pesar de su condición de mujer. Esta valiente escritora decidió abandonar a su marido en Almería y trasladarse hasta Madrid en 1901 junto a su hija. En la capital colaboró con múltiples periódicos, aunque si realmente su figura destacó fue con su trabajo en El Heraldo de Madrid.
Bajo el pseudónimo de Colombine, Burgos de Seguí se convirtió en todo un personaje de la prensa española. Tal fue su fama dentro del mundo periodístico que fue destinada como corresponsal en ciudades europeas como París, Niza, Roma o Venecia. Además, con su labor como periodista destinada a Marruecos para cubrir la contienda se convirtió en la primera mujer española corresponsal de guerra.
Tras avistar e informar acerca de los horrores vividos durante la guerra contra el país vecino, la periodista continuó a lo largo de su vida trabajando fuera de España, escribiendo crónicas y reportajes sobre Bélgica, América del Norte, Central y Sudamérica; así como de los países extranjeros que conquistaron su corazón: Francia y Portugal.
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