Hay una fecha inminente en el calendario que todo monárquico británico de pro está deseando y temiendo que lleve: el Remembrance Day, el 14 de noviembre, el día en que se recuerda a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y uno de los eventos más señalados de la familia real. Tradicionalmente, la Reina de Inglaterra siempre ha acudido a dos actos relacionados: el concierto en el Royal Albert Hall y, al día siguiente, la ofrenda floral en el Cenotaph, en el área de Whitehall de Londres.
Dados los problemas de salud de la soberana -lleva cancelando actos importantes desde hace semanas y se sabe que estuvo hospitalizada una noche, supuestamente para hacerle pruebas-, Buckingham ya ha dicho que Isabel II no acudirá al concierto, pero sí estará en el Cenotaph. "Lo considera un deber sagrado", han asegurado desde palacio, y muchos británicos cruzan los dedos para ver de nuevo en directo a su jefa de estado.
Sin embargo, la gran pregunta que revolotea en el ambiente es: ¿y si finalmente no acude? ¿Y si Isabel II está peor de lo que muchos temen y estamos delante del principio del fin?
Desde hace semanas muchos analistas del Reino Unido están hablando de que Carlos está actuando como 'deputy King', un monarca 'de facto'
A su hijo mayor y heredero, Carlos de Inglaterra, príncipe de Gales, no se le debe estar escapando esta posibilidad. Desde hace semanas, muchos analistas del Reino Unido están hablando de que Carlos está actuando como deputy King, un vicerey, alguien que ya es monarca de facto aunque su madre siga viva y no haya abdicado (Isabel II, como ha repetido por activa y por pasiva, no abdicará nunca).
El ejemplo más claro lo hemos visto en la cumbre del clima de Glasgow estos días, un evento que la Reina tendría que haber inaugurado como jefa de Estado del país anfitrión, pero que finalmente asumió Carlos. No es ningún secreto que el príncipe de Gales es una apasionado activista a favor del medio ambiente y lleva defendiendo políticas sostenibles desde hace décadas, en una era previa a Greta Thunberg en donde alertar sobre una crisis climática te convertía en poco más que un lunático.
Carlos ha tenido que aguantar que le dijeran de todo por sus convicciones: que era un excéntrico por tener una granja ecológica, que se iba a cargar la economía o que no estaba en sintonía con su generación.
Tampoco nadie seguramente le dedicará unos minutos en unas semanas, cuando Carlos se enfrente a una delicada misión: irá a Barbados para estar presente en el acto solemne en que el país caribeño dejará de ser una monarquía (la Reina de Inglaterra es la jefa de Estado) y pase a ser una república. Es el primer país que decide quitar a Isabel II como jefa de Estado desde Mauricio en 1992 y, antes, Trinidad y Tobago en 1976. Por si no fuera poco, los actos de celebración coincidirán con el 55º aniversario de la independencia de Gran Bretaña.
En muchos sentidos, Carlos siempre demostró ser un visionario en este tema, pero nadie parece haberle reconocido el mérito, ni siquiera ahora. Es una pequeña gran tragedia: Carlos siempre ha ido a contracorriente y hoy es demasiado mayor como para que los jóvenes que se manifiestan por las ciudades de todo el mundo se identifiquen con él.
Tampoco Carlos tiene el carisma necesario como transformarse en un líder de masas: en su discurso ante los dignatarios reunidos en Glasgow tocó temas esenciales, lanzó frases contundentes e hizo reflexiones más que pertinentes, pero nadie prestó excesiva atención.
Carlos se ocupa de estos temas espinosos: va a los actos a los que no les gusta ir a nadie y hace un trabajo tan imperceptible como destacable. También su mujer ocupa poco espacio en los medios, aunque su agenda se ha llenado en los últimos años con muchos eventos relacionados con temas sociales: Camila está trabajando para dar visibilidad a asociaciones de apoyo a las víctimas de violencia doméstica y ha dado muchos discursos donde ha hablado sin tapujos sobre esta lacra social. También ha lanzado su club de lectura en Instagram (y está teniendo mucho éxito con él).
La labor del matrimonio es encomiable, pero muchos aún les echan en cara su traición a Diana. Para la mayoría de británicos, Carlos no es el activista visionario por el clima sino un marido infiel que le hizo la vida imposible a su esposa. Camilla es la otra, una mujer que no dudó en usar todas las artimañas posibles para atraer al príncipe y alejarlo de su familia.
Según datos de YouGov, tan sólo el 45% de los británicos tienen una buena impresión del príncipe de Gales y su mujer obtiene incluso peores datos: el 33% de popularidad, una auténtica minucia. Para ponerlo en contexto, la popularidad de la Reina es del 72% y la del príncipe Guillermo, del 62%.
Aunque también hay que decir que, últimamente, Harry obtiene sólo un suspenso: todas las recientes controversias han hecho que su popularidad cayese en picado, hasta el 36%, cuando antes de su boda estaba por las nubes y llegó a superar a su abuela como el miembro más popular de la monarquía.
Carlos y Camila llevan años intentando superar su mala imagen, pero no lo tienen fácil y, a partir de ahora, lo tendrán menos fácil aún. Pero ellos prefieren centrarse en la enorme tarea que tienen por delante.
No hay duda de que deberán incrementar su agenda y asumir más responsabilidades. Guillermo y Catalina, los duques de Cambridge, también tendrán que arrimar el hombro. Pero la verdad es que no hay nadie más a quien pedirle que trabaje más para la corona, Harry ya no es un working royal, un miembro activo de la realeza, y Meghan está más pendiente de sus propias causas políticas que de asumir eventos que, en su gran mayoría, son mortalmente aburridos y poco agradecidos de cara a la prensa.
La Reina tiene 95 años y su tiempo se apaga. Para desgracia de los británicos, nunca más habrá nadie como ella.
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