Nadie parecía entender, o quería ver, que Verónica Forqué estaba viviendo un auténtico infierno, que estaba pidiendo ayuda a gritos. A pesar de que ella había reconocido durante años que estaba sufriendo depresiones agudas. A pesar de que había hablado abiertamente de sus problemas personales, de que se sentía sola y de que muchos que la acompañaban, sus pilares vitales como decía ella, la estaban abandonando.
Verónica Forqué vivía un calvario desde hacía muchos años, desde el 2014 por ponerle una fecha, cuando murió su hermano, Álvaro, de tan sólo 61 años. “Era mi vida”, había dicho Verónica. “Se fue demasiado joven”. Su madre también murió, se separó de su marido, perdió a una amiga de su infancia (“no nos hablamos desde noviembre”). Su “tata Begoña”, como ella la llamaba, tuvo que dejarla después de acompañarla durante años. En junio del 2020 dijo adiós a su gran amiga Rosa María Sardá, uno de los pilares que aún la mantenían a flote. “Los que se mueren no se van, pero los que están aquí sí se van”, reconoció amargamente.
Lo había dicho, lo había repetido, era público y notorio, pero dio igual. Contaban más las broncas a chillido limpio de Verónica Forqué con el resto de participantes de Masterchef Celebrity que el calvario por el que ella estaba pasando. Parecían merecer más la pena sus cabreos, sus salidas de tono y alaridos que prestarle atención a ella. A una mujer que estaba pidiendo ayuda a gritos, desesperadamente. Que chillaba porque, en realidad, se chillaba sí misma. Que se exaltaba a la mínima porque su cerebro era un torbellino. Que parecía hosca y huraña porque seguramente se odiaba a sí misma.
Aquella mujer de mirada alegre y risueña de antaño, la que tanto nos había hecho reír durante décadas, aparecía en televisión cansada y demacrada, con unos ojos que habían perdido su brillo. La actriz de sonrisa perenne había perdido las ganas de reír. “Te sientes un ser horrendo”, había reconocido en una entrevista donde explicó los momentos más duros de su depresión.
Su abandono de Masterchef tendría que haber sido un toque de atención para todos, pero pesó más el morbo y el ensañamiento
Aguantó todo lo que pudo, pero al final tuvo que dar un paso al lado. Después de diez semanas participando en el concurso de Masterchef Celebrity, el 22 de noviembre dijo adiós al programa. Dijo sentirse “derrotada”. “Yo no soy de tirar la toalla”, dijo públicamente, “pero esta vez hay que ser humilde y decir “no puedo más”. Y recalcó: “Mi cuerpo y el universo me estaban diciendo necesitas parar”.
Tendría que haber sido un toque de atención para todos, pero pesó más el morbo y el ensañamiento. En las redes sociales, los insultos fueron injustos, lamentables y excesivos. “Estás de psiquiátrico, definitivamente”, comentaba uno. “Qué lástima que no te hubieras ido en la primera gala”, dijo otro. “Ojalá te echen porque es lo que te mereces”, aseguraba un tercero. “Recemos para que Verónica Forqué sea encerrada en un psiquiátrico”, pedía otro más.
Pura hipocresía
Comentarios como estos -podríamos añadir centenares más-, demuestran una vez más que vivimos en un momento, no ya de farándula y espectáculo, porque de eso ya llevamos años, seguramente décadas e incluso siglos, sino de linchamiento constante, del todo vale para asegurar la audiencia, los likes y el comentario en Twitter hecho con mala baba y rabia. Queremos lágrimas y dolor y sufrimiento en directo. Para eso lo vemos, deben pensar muchos. Para que nos entretengan y nos distraigan con sus miserias. Nunca nos paramos a pensar que hay personas detrás que están sufriendo. Es la absoluta hipocresía de una sociedad que asegura estar muy concienciada con la salud mental, pero que en cuanto tiene un caso en directo, público y notorio, en vez de ayudar contribuye al ensañamiento, al señalamiento, al ostracismo y al estigma.
Muchos pensarán que Verónica Forqué se prestó voluntariamente a ello, que ella fue la que accedió a salir en televisión. Muchos otros aún pensarán que, de vez en cuando, sonreía, por lo que nadie podría haber pensado que estaba tan grave. Pero es una excusa deplorable. Ella participó en un concurso, no estaba allí para que la lincharan usando sus problemas de salud mental. El espectáculo en que TVE ha incurrido permitiendo que una participante de uno de sus programas recibiera semejante hostigamiento, más sabiendo por lo que estaba pasando, es repugnante. Indigno de una cadena pública que pagamos con los impuestos de todos. No todo vale ni debería valer.
Verónica Forqué no fue al programa para que la lincharan. Fue al programa porque quería demostrar que era una valiente. Que llevaba años luchando contra una enfermedad horrorosa y que estaba dispuesta a salir adelante. Pero hacer frente a una depresión no es nada fácil. No sólo es estar triste, como piensan muchos. Es estar en un pozo oscuro del que crees que no puedes escapar. Es pensar que en el mundo no hay lugar para ti. Que quizás no vale la pena seguir adelante. Te fallan las fuerzas, hay días en los que no puedes ni levantarte. Te duelen los huesos, muchas veces se sufren jaquecas agudas. Estás irritable, nervioso, te sientes un inútil, un fracasado, culpable de todo lo malo que te ocurre. Muchas veces no puedes conciliar el sueño; otras veces estás tan agotado que duermes en exceso. Te sientes solo y abandonado. No puedes ni concentrarte. Hay frustración, hay ira, muchas veces estallas a la mínima. Muchos de los síntomas, sin embargo, se padecen en privado. Muchas personas que sufren depresión se obligan a poner buena cara frente a los demás. Incluso a veces sonríen. Pero eso no quiere decir que estén bien. Significa que están disimulando su dolor.
“Pepe, soy Verónica”, dijo Verónica Forqué en su último programa. “No tengo buenas noticias. No me encuentro bien, estoy agotada. He luchado diez semanas, la experiencia de las mejores de mi vida. ¡Dios mío! Qué bien lo estoy pasando y qué lástima siento de no poder estar a la altura, pero es que no puedo, el cuerpo no puede. No puedo con mi alma. Volveré cuando esté buena”. Era una señal que tendría que haber encendido todas las alarmas, pero no lo hizo.
Al final, desgraciadamente, no volvió al programa. Esta mañana, a las 12:49 horas, alguien llamaba al 112 para avisar de un intento de suicidio en el número 7 de la calle Víctor de la Serna. Era la casa donde vivía Verónica Forqué, una herencia que le había dejado su madre, Carmen Vázquez-Vigo, una escritora de cuentos infantiles que murió hace tres años. Los sanitarios del Summa 112 no pudieron hacer nada. Al llegar, Verónica ya había fallecido. Horas después, la Policía Nacional confirmaba que la actriz, de 66 años, se había suicidado.
Una vida difícil
Era el triste final de una actriz extraordinaria que uno de sus antiguos compañeros de reparto, Antonio Banderas, ha definido como “dulce, espiritual y buena compañera”. Una mujer, nacida en Madrid en 1955, que había mamado el cine desde pequeña. Su padre, José María Forqué, era director y productor, y la ayudó para que diese sus primeros pasos en el cine. Debutó en 1972 con Mi querida señorita, dirigida por Jaime de Armiñán, aunque el estrellato le llegó en 1984, cuando Pedro Almodóvar la contrató para ¿Qué he hecho yo para merecer esto? A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, Verónica Forqué se consolidó como una de las mejores actrices de comedia del país y los mejores directores contaron con ella. Salió en En el año de las luces, de Fernando Trueba, y en Kika, de Almodóvar, por citar tan sólo dos de las más conocidas. En televisión triunfó con series que marcaron toda una época, como Eva y Adán, agencia matrimonial (1991) y, sobre todo, Pepa y Pepe (1995). Hace poco, en el 2018, se le concedió un Premio Feroz como galardón a toda su carrera. No sería el único en su palmarés: en su haber tuvo cuatro premios Goya.
Pero detrás de su bonita sonrisa y sus ganas de hacer reír a la gente se escondía un ser extremadamente sensible que no había tenido una vida tan fácil como muchos creíamos. Los hombres de su vida no fueron fáciles, comenzando por su abuelo materno, un señor de La Coruña que, en los años veinte, emigró con tan sólo 18 años a Buenos Aires. Allí se casó y tuvo una hija. “Se quedó viudo muy joven”, explicaría Verónica en una entrevista a La voz de Galicia en septiembre del 2020. “Era muy simpático, muy guapo y muy mujeriego. Como mi papá, igual. Mi mamá hizo lo mismo que hacemos todas, buscarnos un modelo como nuestro papá, que es el amor de nuestra vida en realidad”.
Su madre era una mujer espiritual que, cuando vino a España en el año 1947, se trajo de Argentina unos libros de yoga que Verónica conservaría toda su vida. “Aquí no sabía ni lo que era”, explicó ella entre risas. Ella fue quien la introdujo en el yoga y la meditación, una práctica que a Verónica la ayudaba mucho. Con el tiempo, llegó a contactar con un gurú espiritual e incluso, años más tarde, viajó varias veces a la India.
Verónica Forqué se casó con el director de cine Manuel Iborra, con quien tuvo una hija, María Forqué. El matrimonio duró 34 años y, aunque parecían felices, y durante muchos años seguramente lo fueron, en los últimos tiempos el matrimonio se había roto. “Yo he sido una mujer sometida sin saberlo. Lo he sido 34 años”, reconoció. Un buen día se convenció de que no había nada que hacer en su matrimonio y que lo mejor era separarse. “Cuando me di cuenta de que no lo amaba, se me vino el mundo encima. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo lo iba a decir?”, desveló. En otra ocasión explicó a la revista Hola que “Manolo es un hombre muy miedoso, vive instalado en el miedo, y si vives así eres un desgraciado y haces desgraciado a todo el mundo de tu alrededor. Así que le dije: “Manolito, échate pa’a un lado”. Tenía 58 años cuando dio el paso, “aunque verdaderamente parecía una señora de 78 años”.
Aunque más tarde matizó que, en los últimos años, ya separados, él se había portado muy bien con ella, también expuso que, durante su primera depresión, en el 2014, cuando el médico le recomendó que tomara medicación, ella se la tuvo que tomar algunas veces “a escondidas”, porque él no quería que se la tomase.
Una lucha de años contra la depresión
En varias entrevistas, ella reconoció que, durante años, su vida fue un infierno por la depresión. “Por las mañanas me parecía una putada haberme despertado (…) Lo único que quieres realmente es morirte”. Verónica Forqué consideraba que el inicio de sus problemas había sido la muerte de su único hermano, Álvaro, con quien estaba muy unida. La noticia no se hizo público por expreso deseo de la familia, que quiso pasar el duelo en la estricta privacidad. Verónica se vino abajo con aquella pérdida. “Cómo será que yo todavía levanto el teléfono para llamarle, para hablar con él”, le explicaba meses después la actriz a Rosa Villacastín en una entrevista para la revista Diez Minutos.
La depresión es la gran pandemia de nuestro tiempo
En el 2016, parecía que lo peor ya había pasado y Verónica Forqué hacía un llamamiento a las personas que estaban pasando por lo mismo. “Con tratamiento y pidiendo ayuda se sale y se sale más fuerte y mejor, pero es necesario la ayuda de psiquiatras, de médicos y del tiempo”. Desgraciadamente, ella volvió a recaer. Volvieron los fantasmas y las tinieblas. Trabajar siempre le había ayudado (ella misma dijo que haber participado en La que se avecina, en el 2014, fue clave para superar su depresión) y, de nuevo, se entregó con ahínco a su profesión.
Pero las tragedias se sucedieron y llegó un momento en que no pudo más. En medio de un acoso mediático soez e insultante, dejó el último programa donde había participado.
El lunes se quitó la vida. En cuanto se supo la noticia, todo fueron lamentos y peticiones para que se tenga más en cuenta la salud mental, esa gran epidemia de la que nadie habla pero que le cuesta, según datos de la Organización Mundial de la Salud, la vida a 700.000 personas cada año. Ya es la cuarta causa de muerte entre personas de 15 a 19 años en el mundo. El año 2019, en nuestro país se quitaron la vida 3.491 personas, de las cuales 2.718 eran hombres y 900 mujeres. Ya es la primera causa de muerte no natural en España y, durante la pandemia, las cifras se han disparado, sobre todo entre los jóvenes (los intentos de suicidio han crecido un 250%). Hay el doble de muertes por suicidio que por accidentes de tráfico.
En realidad, es la gran pandemia de nuestro tiempo. Una pandemia silenciosa, de la que nadie habla, de la que apenas hay ayudas ni presupuestos públicos. Ojalá que la muerte de Verónica Forqué sirva, al menos, para que nos demos cuenta de esa pandemia existe y que hay que luchar contra ella.
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