Dixie d’Amelio era una estudiante más en un instituto de Norwalk, en Connecticut. Tenía el pelo moreno largo, vestía como lo hacen casi todas las adolescentes -tejanos con roturas y zapatillas deportivas de ancha plataforma- y destacaba en el atletismo, el hockey y el ciclismo de trial.
A mediados del año 2019, cuando tenía tan sólo 17 años, se descargó una nueva app en su móvil. Se llamaba TikTok y, aunque en aquel momento Dixie no sabía muy bien de qué iba aquello, unas amigas le explicaron que se trataba de una nueva red social donde la gente colgaba vídeos ultracortos, de tan sólo quince segundos, de ellos mismos cantando y bailando. Los usuarios se imitaban, intentaban hacer gracia y se retaban para ver quién era el que mejor interpretaba una determinada coreografía.
Menuda chorrada, pensó Dixie al principio. Y no era la única. Por aquel entonces, muchos miraban aquellos vídeos caseros con auténtico desdén. Tiktok, al principio, parecería una soberana tontería, una moda efímera que acabaría en cualquier momento.
La historia acabaría aquí de no ser porque Dixie tiene una hermana pequeña, Charli, la cual en aquellas fechas era una de las pioneras intrépidas que se decidieron a probar suerte en aquella nueva red social venida de China. En su primer vídeo, hecho con una amiga, simplemente imitaba las palabras de una conocida canción. Después comenzó a salir bailando. En cuanto Dixie se enteró, tuvo una conversación muy seria con su hermana, entonces de tan sólo quince años. Como años más tarde explicaría al británico The Guardian, Dixie le dijo: “Charli, tía, ¿pero qué estás haciendo?”.
Triunfar, podría haber sido la respuesta. Hoy, tan sólo dos años después de aquella pregunta, Charli D’Amelio es la tiktoker más famosa del mundo o, al menos, la que más dinero cobra. Tiene la friolera de 133,3 millones de seguidores y, según Forbes, se embolsó el año pasado 17,5 millones de dólares.
Una app que lo tenía todo en contra
Pero rebobinemos un momento. Volvamos al inicio de todo aquello y, en concreto, al momento en que una multinacional tecnológica china, situada en Beijing y llamada ByteDance, tuvo la feliz idea de crear una app diferente.
Estamos acostumbrados a que este tipo de redes sociales tengan una historia predecible: un grupo de amigos tienen una idea alocada pero potencialmente genial, empiezan a trabajar en el garaje de la casa de los padres de alguno, la red social sale al mercado, al principio parece que le cuesta, pero luego milagrosamente triunfa. Pues bien, TikTok no tiene nada que ver con este patrón.
ByteDance ya tenía mucha experiencia diseñando apps que habían triunfado en China. En marzo del 2012 crearon Neihan Duanzi, que permitía hacer vídeos de humor caseros y que llegó a tener 200 millones de usuarios. Ese mismo año lanzaron Toutiao, una app de noticias y creación de contenidos, que también triunfó. En China era usada diariamente por más de 120 millones de personas y se calculaba que cada una de ellas pasa más de una hora leyendo sus artículos. Al gobierno chino, por supuesto, todo aquello no le gustó un pelo y ordenó su cierre.
En el año 2016 la compañía comenzó a comprar apps a otras empresas. En concreto, adquirió musical.ly, una app enfocada a chicas adolescentes y consistente en lo que hoy se llama lip-synching, es decir, sincronizar tus labios a la letra de una canción famosa. La app ya tenía cierto mercado en Asia, pero su reputación era bastante pobre: muchos de los vídeos que se colgaban en ella buscaban tan claramente llamar la atención que daban vergüenza ajena.
ByteDance, sin embargo, vio en todo aquello un filón y, después de varios cambios y mejoras, decidió relanzar la app con otro nombre: Tiktok. Los directores de la compañía apostaron tanto por ese nuevo producto que creyeron posible conseguir lo que ninguna otra empresa china había logrado hasta el momento: triunfar en el mercado estadounidense. Dicho y hecho, ByteDance se lanzó a cumplir su sueño y, según el Wall Street Journal, invirtió más de mil millones de dólares en publicidad, sobre todo en otras redes sociales.
Al principio, ninguna de las grandes plataformas tecnológicas estadounidense -básicamente, Facebook- les hizo el menor caso. Y eso que generalmente son muy rápidas a la hora de detectar cualquier tipo de competencia. Lo que significa que nadie dio un dólar por ella. Lo de los vídeos cortos, al fin y al cabo, ya lo había intentado hacia años Vine (propiedad de Twitter) y había fracasado. Nadie creyó que era buena idea. Pero se equivocaron, vaya si se equivocaron.
Los jóvenes buscaban poder ser ellos mismos
ByteDance sabía que el mercado había cambiado y tenían razón. Según una encuesta encargada por la revista Variety, en el 2014 los jóvenes estadounidenses ya admiraban más a los youtubers que a las estrellas de Hollywood. Ni siquiera grandes iconos como Jennifer Lawrence consiguieron estar entre las cinco figuras más influyentes para jóvenes de 13 a 18 años. En cambio, nombres como Smosh, Fine Bros o el videogamer sueco Felix Arvid Ulf Kjellberg, más conocido como PewDie Pie, copaban el ránking.
Pero había más: según datos de Nielsen, en el 2017, el 71% de los jóvenes ya veían tres o cuatro horas de vídeo al día en su móvil. Sorprendentemente, pasaban más horas viendo vídeos que jugando a videojuegos.
Había un mercado propicio, desde luego, pero la clave estaba en el contenido. Eso es lo que entendió TikTok mejor que nadie. Después de pensarlo mucho, descubrieron que los adolescentes, lo que ahora se llama Gen Z, querían -¡oh, sorpresa!- comportarse como adolescentes. Es decir, bailar, divertirse y disfrutar con los amigos. Y, sobre todo, poder ser ellos mismos. Hartos de tener que aparentar continuamente en las redes sociales, deseaban poder divertirse, hacer un poco el gamberro, subir contenido cómico, algo kitsch y sin filtros.
Genuino, vaya. Esa era la clave. Tiktok se presentaba como el antídoto contra Instagram, donde casi todos fingen ser felices y perfectos y cada foto ha de ser retocada hasta el infinito para reforzar la ilusión de dicha, prosperidad, alegría y lujo. Tiktok también quería ofrecer algo muy diferente a Twitter, donde se libran continuamente batallas de alto voltaje y con tono histérico. Sobre todo en aquel momento, en plena era Trump, donde todo el mundo parecía odiar a todo el mundo. Tampoco se parecía a Youtube, donde subir un vídeo con una calidad digna supone un esfuerzo ingente de horas y dominio de varios programas de edición.
Tiktok era fácil, sencillo, divertido y sin postureo absurdo. La app perfecta para desconectar y pasar un buen rato.
A final del 2018, Tiktok ya era una de las apps más descargadas de Apple Store. Pero con la pandemia fue cuando realmente le llegó el gran boom: gracias a que los adolescentes estaban en casa, el consumo de vídeos de TikTok se disparó. En la primavera del 2020, TikTok superó los 2.000 millones de descargas en AppStore y Google Play, todo un récord histórico. Ni siquiera Zoom consiguió algo parecido, y eso que la mitad de las empresas de todo el mundo comenzaron a usarla.
Un fenómeno sin precedentes
Con el auge de Tiktok, por supuesto, llegaron los Tiktokers y, de todos ellos, Charli d’Amalio fue la más famosa. Antes de cumplir los dieciséis años, ya era la persona con más seguidores en esa red.
En julio del 2019 subió su primer vídeo en conseguir bastantes visualizaciones (un dueto con la tiktoker Move With Joy). En octubre dio la campanada cuando protagonizó una breve coreografía (creada por otra usuaria) para la canción Lottery, de K Camp. Pocos meses después, fue la primera tiktoker en superar la barrera de los 50 millones de seguidores. En octubre del 2020, tenía 94 millones de followers, más que los que grandes cantantes y estrellas de Hollywood tenían en Twitter o Instagram. Y la cifra no ha parado de crecer desde entonces. El fenómeno ha sido tan meteórico que la propia Dixie llegó a hacer bromas en su perfil: “Don’t worry. I don’t get the hype either”, escribió, algo así como: “No te preocupes, yo tampoco entiendo por qué soy tan famosa”.
Dicen los expertos que la clave de su éxito, más allá de que baila realmente bien (ya de pequeña participaba regularmente en muchos concursos de baile), es que ella es muy simpática, genuina y, sobre todo, normal. Una adolescente con la que cualquier chica de su edad querría salir a tomarse un refresco y pintarse las uñas.
Con ella y con el resto de su familia. Porque ahora no sólo Charli es famosa. Toda su familia lo es. Su hermana mayor, Dixie, al principio tan reacia a usar Tiktok, se acabó uniendo a sus vídeos y luego se creó una cuenta propia. Incluso sus padres, Heidi y Marc, tienen las suyas (y centenares de miles de seguidores). Los D’Amelio son ahora tan famosos -ríete tú de las Kardashian- que incluso en enero del 2020 firmaron con una agencia de representantes, United Talent Agency, para que les ayudase a desarrollar más “contenido”. Es decir, que les consiguiese salir en series y podcasts y les cerrase acuerdos con más anunciantes.
Dixie, de hecho, no para de recibir ofertas. La cantante Beba Rexha la invitó a participar en uno de sus conciertos, ha aparecido en anuncios de televisión (incluso en uno que se emitió en la Super Bowl) y ha tenido cameos en algunas de las series de televisión más famosas de Estados Unidos. Está a punto de sacar su propio podcast (con su hermana), ha diseñado (también con su hermana) su propia linea de maquillaje y ha creado una colección de lacas de uñas con Coastal Craze llamada Orosa Beauty. Incluso Dunkin’ Donuts le llegó a crear su propia bebida. Junto con el resto de su familia, además, ha participado en su propia docuserie, The D’Amelio Show, que se ha emitido en el canal Hulu.
La pregunta, por supuesto, es si aguantará así por mucho tiempo. No sería la primera en lograr el estrellato y luego caer en picado una vez la audiencia encuentra a alguien diferente. De momento, sin embargo, parece que ella es la reina única e incontestable de TikTok. Y todo apunta a que su reinado va para rato.
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