Aunque muchos no nos lo podamos aún creer, media España está hablando estos días de un cuadro de 1830 del pintor francés Eugène Delacroix. Gracias a Ay, mamá, la canción feminista de Rigoberta Bandini en el Benidorm Fest, un auténtico fenómeno que ha sido comentado incluso por Irene Montero, un sinfín de conversaciones giran entorno a 'La libertad guiando al pueblo' o, más bien, a las tetas que se ven en el mismo. "Mamá, mamá, mámá, paremos la ciudad, sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix", dice la canción. "Por qué dan tanto miedo nuestras tetas, sin ellas no habría humanidad ni habría belleza", sentencia el último estribillo.
Miedo no sé, pero polémica, y de las gordas, siempre han generado los famosos senos pintados por Delacroix, no sólo por el pundonor de algunas épocas, sino por lo que significaban --y siguen significando-- políticamente hablando.
Pero comencemos por el principio. Eugène Delacroix (1798-1863) es uno de esos pintores del muchos conocen una gran obra --en su caso, La libertad guiando al pueblo--, pero del que se desconoce, fuera de ámbitos académicos, la trayectoria y la relevancia que tuvo. Incluso en vida no fue tan reconocido como merecía, básicamente porque pintó un tanto a contracorriente y fue un revolucionario que se atrevió a contradecir los cánones establecidos.
Delacroix comenzó a pintar en un momento en que imperaba el arte neoclásico --rígido, formal, técnicamente perfecto y con formas muy bien definidas, pero un tanto frío-- y en donde la pintura parecía tener que seguir órdenes muy estrictas que fijaban las Academias de Arte en cuanto a temas, planteamientos y estilos. Él, sin embargo, odiaba "todos esos modelos que se copian en las escuelas de arte" y detestaba las "recetas académicas". Él quería nuevos referentes, redescubrir lo que era de verdad la pintura.
Su formación, eso sí, fue muy tradicional. Estudió Arte como se hacía entonces: dibujando y pintando desnudos constantemente. Sin embargo, en vez de centrarse en la forma y en los volúmenes, en las líneas y las proporciones y la precisión anatómica, en esa supuesta perfección técnica que debía alcanzar, Delacroix comenzó a obsesionarse por el color y el movimiento. Inspirado por Rubens --con su pincelada suelta, sus colores vivos, la emoción y dramatismo de sus composiciones y los movimientos drásticos de sus figuras-- y también por muchos venecianos, como Tiziano, maestro absoluto del color, o por el Goya de las pinturas negras, a quien admiraba profundamente, Delacroix empezó a pintar cuadros de gran dinamismo y expresión. Había vida y alma en sus cuadros, una búsqueda constante de la emoción.
En 1822, Delacroix tuvo su primer gran éxito con La barca de Dante, en el que el poeta se enfrenta a una azarosa travesía por la laguna Estigia en compañía de Virgilio. Su pequeña barca es hostigada por almas muertas que se aferran e intentan volcarlos. Dante muestra asco y repulsa al ver a aquellos cuerpos condenados que se contorsionan y se retuercen en movimientos imposibles mientras aúllan gritos de dolor que retumban en el olvido.
La literatura ya entonces fue una de sus principales inspiraciones. Dante, Cervantes y Milton le ayudaron, pero sin duda fue Lord Byron quien más le fascinó, y no sólo por sus poemas románticos, sino por su compromiso político en favor de pueblos oprimidos.
Delacroix pintó cuadros para denunciar las masacres contra el pueblo griego y también ilustró las luchas en su país. Delacroix vivió una época muy convulsa políticamente en Francia. En concreto, en julio de 1830 vio como el pueblo de París se levantó en armas contra el rey Carlos X, el cual acababa de suprimir el parlamento y tenía intención de cargarse algunos derechos duramente conseguidos, como la libertad de prensa. Durante tres días, del 27 al 29 de julio, las "Tres jornadas gloriosas" como las conocería la historia, los parisinos se alzaron en armas, construyeron barricadas, lucharon contra el ultraconservador Carlos X y lograron poner en el trono a Luis Felipe de Orleans, el rey burgués, mucho más moderno y progresista.
Delacroix fue uno de los revolucionarios y decidió plasmar su sentimiento político de libertad en un cuadro. En una carta a su hermano le decía: "He comenzado un cuadro de tema moderno, una barricada.. y, si no he luchado por la patria, por lo menos pintaré para ella". Así es como nació La libertad guiando al pueblo. Sobre un túmulo de cadáveres y heridos, significando la sangre que había derramado el pueblo, una mujer de pechos al aire, portadora de la bandera tricolor y un mosquetón con bayoneta, avanza valiente al frente de un pelotón de revolucionarios, donde hay tanto burgueses bien vestidos como campesinos andrajosos. Al fondo se ve el humo de las batallas y, en una esquina, surgen incólumes las torres de la catedral de París.
La mujer es la Marianne francesa, uno de los símbolos de la libertad que se empleaban desde la Revolución de 1789. Es una mujer tocada con un gorro frigio y que representa a la patria, guerrera y protectora. Lo del gorro es importante: en la antigua Roma, los esclavos que conseguían su libertad portaban uno para significar su nuevo estatus como hombres libres. Esta pieza se convirtió en un símbolo de libertad en el siglo XVIII tanto en Europa como en Estados Unidos.
Es importante destacar que la Marianne no es una persona, aunque esté representada por una mujer, sino una alegoría, un símbolo de la lucha por la emancipación y la prosperidad de la nación. No es un cuerpo, es una idea. La idea de libertad. En el cuadro de Delacroix, a muchos críticos les recuerda a la Venus del Milo y a otros, a la Victoria alada de Samotracia, ambas con los pechos al aire.
Sus tetas, por tanto, no son un símbolo de feminidad, como dice Bandini, ni está allí para defender el feminismo o la emancipación de las mujeres. Representan mucho más. Son la idea de libertad de todo un pueblo.
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