No dejaba de ser la metáfora perfecta. O la paradoja idónea, según se mire. El Palau de les Arts de Valencia acogió ayer los Premios Goya 2022 (es tan sólo la tercera vez que los Goya se celebran fuera de Madrid). Hay pocos edificios más presuntuosos, ineficientes y símbolos del despilfarro que este mamotreto de Santiago Calatrava, entre cutre y nave Enterprise, que costó un dineral (382,5 millones) y encima tenía problemas importantes. Recordemos que en el 2006 la plataforma escénica de la Sala Principal se hundió y que en el 2007 las lluvias torrenciales anegaron el edificio y su reparación costó 16,7 millones adicionales.
Pero todo esto no se nombra, claro, si el presidente de la Generalitat Valenciana se llama Ximo Puig y es de la misma línea política de Pedro Sánchez. Ayer lo único destacable del lugar era que Luis Garcia Berlanga (1921-2010), cuyo centenario de su nacimiento se celebra este año, rodó justo allí --antes de que Calatrava dejara su impronta-- escenas de París-Tombuctú, su última película.
La Academia del Cine ha explicado que este año los Goya son en Valencia precisamente en honor a Berlanga, lo cual es entrañable y está muy bien --Berlanga fue un maestro indiscutible-- pero alguien podría pensar, llámenme malpensada, que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que Berlanda nació en Camporrobles (Valencia), los Goya se han marchado de Madrid para que Ayuso no tenga que ser invitada. Insisto: es pura especulación, pero nunca se sabe.
Hablando de política, la alfombra roja de los Goya de este año sólo tuvo como referencia política que la actriz Cristina Brondo apareció con el mismo "vestido puzzle" de Teresa Helbig que llevó Begoña Gómez en la gala del G20 en octubre del 2021. Ni una palabra sobre problemas de subvenciones, guerras en Ucrania, precios de la luz, paro, jóvenes sin futuro o discriminaciones de mujeres. Este año --¡qué casualidad!-- sólo se ha hablado de cine.
Sin mensajes políticos
Qué diferencia con aquellos Goya de hace tan sólo cuatro años, en el 2018, por poner tan sólo un ejemplo, cuando todos los actores y actrices aparecieron disciplinadamente luciendo abanicos rojos con el hashtag #másmujeres. La medida estaba promovida por CIMA, la Asociación de Mujeres Cineastas, para visibilizar la discriminación de la mujer en el cine y quejarse porque tan sólo el 27% de las nominadas eran mujeres. Este año, las cifras no es que fuesen mucho mejores (46 mujeres estaban nominadas en 19 categorías, cuatro menos que el año pasado), pero desde CIMA se había anunciado que ahora estábamos viendo un claro "cambio de tendencia" y que, por ejemplo, había una mujer nominada en la categoría de mejor sonido y otra en mejores efectos especiales, "categorías no feminizadas", según han dicho. Todo un hito contra el patriarcado, vaya, que justificaba que este año había que callarse o no quejarse por nada.
Volviendo un momento al 2018, aún me acuerdo de que Begoña y Pedro aparecieron aquel año radiantes y sonrientes en el photocall con el consabido abanico. Nadie se percató demasiado en la pareja: muchos creían por entonces que él era un cadáver político y, además, todos estaban pendientes de si Pablo Iglesias volvería a aparecer aquella noche con smoking, como ya había hecho en el 2016. Pablo tenía estas cosas: se enfundaba pajarita y traje de gran gala para codearse con actores y actrices, pero iba con jerseys mal planchados al Congreso. Cosas de podemitas. En fin, aquellos políticos iban pronto a dar la campanada: por una carambola del destino, en cuestión de pocos meses Pedro Sánchez se convertiría en Presidente del Gobierno y Pablo Iglesias, en vicepresidente.
Ayer, Pedro Sánchez llegó (sin Begoña, pero con Yolanda Díaz) en pleno prime time, por supuesto. A las 21:50h para ser exactos, cuando aún estaba emitiéndose el telediario y mucha gente estaba enganchada a TVE1. Pedro habló a España: un periodista le dijo que "ya habíamos oído hablar al ministro de Asuntos Exteriores sobre Ucrania, con lo que no le voy a preguntar sobre el tema". Claro que no. No sea que saquemos un tema que no interesa. La pregunta estrella que le hicieron a Pedro Sánchez fue: "Presidente, ¿ha hecho usted los deberes? ¿Se ha visto las películas nominadas?". Ahí, dando fuerte. Ni siquiera le pidieron que se mojara sobre su favorita.
La favorita
La favorita de todos, claro, era 'El buen patrón', de Fernando León de Aranoa, la cual ya hizo historia y pulverizó todos los récords: 20 nominaciones llevaba, lo máximo que ha conseguido una película hasta la fecha (hasta ahora el récord lo ostentaba Días contados, de Imanol Uribe, de 1994).
Al final de la noche, 'El buen patrón' quedó lejos de arrasar, pero se llevó algunos de los galardones más importantes: mejor película, mejor dirección, mejor guion original y mejor actor protagonista para Javier Bardem. Cuando Fernando Leon de Aranoa subió por primera vez al escenario (a las doce y cuarto) para recoger su primer Goya de la noche (por guion original), explicó que la idea para la película le había venido en la crisis del 2008 y en las "reformas laborales" horrendas que habían venido después. ¡Ya tardaba en salir la reforma laboral del PP!
Las otras cuatro favoritas eran: Libertad, Madres paralelas, Maixabel y Mediterráneo. 'Madres paralelas' sería, sin duda, la gran derrotada de la noche: ni Pedro Almodóvar ni Penélope Cruz se alzarían con ninguna estatuilla. Habrá que esperar a los Óscars para ver si a Pe se le pasa el disgusto.
Aparte de estas películas más conocidas, los Goya no apostaron demasiado por el talento emergente. Tengo la sensación de que cada año siempre son los mismos: dos o tres directores consagrados, dos o tres actores y actrices de renombre, y poco más. Es una lástima que el cine español --que siempre está pregonando dar oportunidades a nuevos talentos y poner de relieve todo el potencial que hay-- no haya apostado por directores noveles que han hecho películas tanto o más interesantes este año que las premiadas. 'Destello bravío', de Ainhoa Rodríguez, por ejemplo o 'Karen', de María Pérez Sanz. Y encima dirigidas por mujeres.
Horror, horror, horror
Pero entremos en materia. Los primeros planos de dentro del recinto no auguraban nada bueno: un escenario pequeño y encajonado, una iluminación excesiva y unos movimientos de cámara bruscos. ¡Terror! La gala se abrió con un número musical (una versión de Libre, de Nino Bravo) a cargo de Jedet, Cristina Castaño y Bebe que, a pesar de las buenas intenciones, tuvo una puesta en escena bastante mala, un desarrollo pésimo y recordó, en general, a un especial de Nochebuena sin presupuesto.
Luego llegó Carmen Machí, la cual inició su parlamento en valenciano (lo de hablar catalán, euskera y gallego ha sido este año la norma y muchos han dado discursos bilingües). Sin presentador alguno, comenzaron los premios. Lo de no poner presentador se había vendido como una oportunidad para agilizar la gala, pero el resultado fue todo lo contrario: el ritmo era pesado y lento, con un guion pésimo y del sonido mejor ni hablamos. Un tostón, vaya, que nada pudo remontar. No dejaba de ser irónico que la gala del año pasado, el de la pandemia, con los nominados en su casa, algunos incluso en pijama, fuera más dinámica y divertida.
A las once y cuarto no creo que hubiese mucha gente viendo los Goya en directo. Y ni siguiera la interpretación de C. Tangana --malísima, por cierto-- logró levantar los ánimos (¿a quién se le ocurre poner un bolero justo en ese momento?). Claro que la interpretación de Joaquín Sabina tampoco aportó nada más que verlo a él de nuevo sobre un escenario. Tan sólo Luz Casal estuvo a la altura en cuanto actuación musical se refiere.
La única que dijo la verdad
Los discursos de agradecimiento fueron, en general, largos, pesados y llenos de topicazos. No entiendo por qué no pueden dar las gracias en treinta segundos. El único que destacó fue el de Clara Roquet cuando recibió el Goya a la mejor dirección novel por 'Libertad': "He podido hacer esta película porque he gozado de privilegios". ¡Por fin! Alguien que lo asume con naturalidad y que no se presenta en los Goya como víctima ni con ganas de moralizar. Fue refrescante e inteligente. ¡Bravo!
Aparte, tan sólo hubo un premiado --¡uno solo!-- que se dirigió en primera persona al presidente del gobierno. Fue Verónica Echegui, directora de 'Tótem Loba', el Goya a mejor cortometraje de ficción. Le dijo que "esperaba que la vieras con tus hijas y tu mujer y luego la comentáramos". La película va de una chica joven, Estíbaliz (Isa Montalbán), que acepta una invitación de una amiga de instituto, Raquel, para ir a las fiestas de su pueblo. Pero en el pueblo hay una tradición horrenda: los hombres se disfrazan de lobos y salen a cazar a las mujeres durante la noche. Y lo peor es que a nadie parece importarle en lo más mínimo.
Un horrible tostón
En general la gala ha sido insípida y aburrida hasta lo supino. No recuerdo una gala tan mala en años, y el listón estaba realmente alto. Aunque, claro, quizás lo que han querido hacer los realizadores es homenajear realmente a Berlanga, el cual dijo una vez que "la mayoría de las obras maestras son un gran aburrimiento". Si es así, esta gala de los Goya ha sido de culto.
Te puede interesar
Lo más visto
- 1 Los claroscuros de la duquesa roja: lesbiana y cercana a ETA
- 2 La España nuclear enfila el apagón: 60 pueblos sin reactor ni futuro
- 3 Muface: las novedades del contrato que ultima el Gobierno
- 4 Sánchez, ridículo imborrable
- 5 Las revelaciones sobre el Fiscal General revolucionan a Ayuso
- 6 Imane Khelif contra el odio: “Represento a las mujeres del mundo”
- 7 Podemos allana el camino para el regreso de Irene Montero
- 8 Viajeros de un tren de Renfe rompen la ventanilla por humo
- 9 Los mejores disfraces caseros para Halloween 2023: 'hazlo tú mismo'