Cuando se muere un padre te conviertes en huérfano y si pierdes a tu pareja eres viudo, pero no hay nombre cuando pierdes a un hijo, porque el dolor es tan grande que nada puede expresarlo, nada puede sintetizarlo. Ana Obregón lo comparó con el infinito. "En ese momento sientes un dolor infinito y también un amor infinito".
Hace veinte meses murió su único hijo, Alex Lecquio, fruto de su relación con Alessandro Lequio. Tenía tan sólo 27 años: hacía dos que le habían detectado un sarcoma de Ewing, un tipo de tumor que solo surge en niños y gente joven. "Es malo y muy agresivo", le dijeron a Ana los médicos por teléfono cuando le comunicaron la terrible noticia.
Ana Obregón se sinceró ayer con Bertín Osborne en una nueva edición de Mi casa es la tuya, de Telecinco. Demostró, como ya lo había hecho durante las campanadas, que tiene una fuerza descomunal y una entereza fuera de lo común. A pesar del llanto, mantuvo una elegancia incólume. "No voy a ir de víctima en esta entrevista", le dijo a Bertín al principio. "Las víctimas no somos los padres. Los héroes son los que han luchado hasta el final".
Ana Obregón se enfundó en un traje negro -"de colegiala", le dijo Bertín con una sonrisa- que llevaba colgado en una percha 30 años. Es el mismo traje que se compró el día que supo que estaba embarazada y que se puso cuando fue a Italia a decirle a la familia de su entonces pareja que iban a tener un niño. La infanta Beatriz, de 90 años, hija de Alfonso XIII y abuela de Alessandro Lecquio, se mostró encantada con la noticia.
Durante una hora aproximadamente, Ana Obregón explicó cómo fue la batalla de su hijo contra el cáncer. "Al principio, yo me creía la reina del flow... Creía siempre que podría con todo...". Pero justo en ese momento, su hijo le dijo que le dolía el estómago. Le hicieron pruebas y no encontraron nada. Una gastroenteritis, le dijeron. Nada grave. Pero el dolor persistía y un buen día, mientras Ana estaba en un restaurante, su hijo le llamó para decirle que estaba peor. Lo llevó a la clínica Ruber y llamó al padre. "El padre siempre ha estado ahí", recalcó Ana una y otra vez. "Lo dejó todo y vino corriendo".
Le hicieron pruebas y a las doce de la noche les comunicaron que debían operar. A la una y media de la madrugada, un médico apareció en la habitación y le dijo: "Ana, siéntate, tu hijo tiene un tumor".
A su hijo no se lo dijeron hasta la mañana siguiente. Desde el primer momento demostró una fortaleza fuera de lo común. Nunca se hundió. Ana guardó las esperanzas hasta el final. "No voy a llorar y voy a ser fuerte", se repetía. Consiguió el contacto del doctor Josep Baselga, el famoso oncólogo, y puso rumbo a Nueva York. Sin decir nada a nadie, ni siquiera a su familia. La prensa los pilló y lo publicó. Los padres de Ana se enteraron de la situación por la portada de una revista.
El proceso fue de una dureza horrenda. Hubo sesiones de 10 y 12 horas de quimio. "Más de 100 quimios le dieron". Aless nunca desfalleció. "Mamá", le dijo un día, "perdóname por tener un hijo defectuoso". Consiguieron que se redujera el tumor en un 90%. Lo consiguieron gracias a una terapia de protones que aquí vino gracias a una donación de Amancio Ortega. "Eso que Pablo Iglesias criticó en su día ha salvado miles de vidas".
Regresaron a España, siguieron con la quimio y, al cabo de unos meses, el tumor había desaparecido. Pero al cabo de pocos meses volvió. "Mamá, tengo sólo un 20% de posibilidades de vivir", le dijo Aless. Lo que siguió fue una pesadilla que él llevó con una valentía enorme.
Bertín Osborne, con lágrimas en los ojos, tuvo la elegancia de dejarle hablar y sólo cogerle de la mano y acariciarle el pelo. Otro tipo de presentador habría entrado en preguntas que hubiesen resultado incómodas. Él la dejó hablar, respetó sus tiempos y, simplemente, estuvo a su lado. Como un amigo (en el programa desvelaron que, en el pasado, habían tenido un affaire, pero que después de romper siempre habían mantenido una gran amistad y un gran cariño).
Cuando murió Aless, su mundo se apagó. "Él se fue. Y yo me fui con él". "Estaría enfadando conmigo por verme llorar", dijo entre lágrimas. Recuerda que le llamó el rey Juan Carlos y la reina Sofía. "No sé ni lo que le dije".
"He sido fuerte cuando mi hijo me necesitaba. Ahora no", insistió Ana Obregón. Fue fuerte cuando su hijo la necesitaba y, como demostró ayer, sigue siendo fuertísima. Poca gente hubiese tenido el fuste necesario para dar la entrevista que ella dio ayer. Fue un ejemplo y toda una lección. De dignidad, de humildad y de amor incondicional. De ese amor infinito.
Ana Obregón ahora se va a dedicar a la Fundación Aless Lecquio para luchar contra el cáncer que afectó a su hijo. Y quiere consagrarse a que haya más investigación. "En este país no se dedica nada a investigación contra el cáncer. Estamos a la cola de Europa", concluyó. Es un tributo precioso a la memoria de su hijo.
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