Ni se llamaba Catalina, ni era rusa, ni estaba predestinada al trono de un imperio. En realidad, era una princesa germana de poca monta llamada Sofía Federica Augusta de Anhalt-Zebst, sin pedigrí ni dinero, que llegó a San Petersburgo sin hablar una palabra de ruso y fue coronada emperatriz y mandamás todopoderosa porque dio un golpe de estado y apartó a su marido Pedro, el legítimo heredero, del poder. Llegó a lo más alto desde lo más bajo en la escala de la realeza y no le importó usar todas las armas a su disposición para lograrlo. Y lo hizo con tan sólo 33 años, lo cual no deja de ser incluso más remarcable.
Un ejemplo de empoderamiento
Es difícil entender por qué Catalina la Grande no se cita entre las grandes feministas de la historia. La suya fue una historia de poder y ambición descarnada, pero también de resultados políticos extraordinarios: fue ella quien cambió la faz de todo un imperio que, hasta hacía dos días, como aquel que dice, aún vivía entre tradiciones medievales. Catalina impulsó la ciencia y el comercio, se rodeó de filósofos, introdujo cambios legislativos pioneros en Rusia y consiguió que su país ostentase un poder y un prestigio descomunales.
Es cierto que la imagen de ella -- agresiva, aguerrida, sin tiempo para tonterías-- no casa bien con cierto feminismo victimista, pero ella no deja de ser la personificación del empoderamiento y el triunfo en un mundo extraordinariamente machista. También de eso se llama sorority y que no es más que el apoyo mutuo entre mujeres o la solidaridad y el apoyo bien entendidos. Catalina la Grande, al fin y al cabo, fue el resultado de sumar a una inteligentísima madre que quería avanzar socialmente como fuera y de una suegra, zarina para más señas, que ostentaba todo el poder en Rusia y le ayudó a maquinar en la trastienda. Si quieren leer sobre mujeres fascinantes, busquen libros sobre Johanna Elizabeth de Holstein-Gottorp (la madre) y de la zarina Elizabeth Petrovna (la suegra). Desgraciadamente, el feminismo moderno no suele recabar en ellas. Una lástima.
Llegó al poder con un golpe de estado
Pero volvamos a Catalina: se casó con Pedro en 1745, el cual se convirtió en zar en 1761. El tipo era inmaduro e inestable en grado sumo, el matrimonio fue tóxico desde el primer momento y, tan sólo seis meses después de subir al trono, ella consiguió que un grupo de oficiales de la guardia de palacio lo apresasen. Entre los oficiales estaba el guapo Grigory Orlov, amante de Catalina. Un hermano de Orlov se encargó al cabo de unos días del golpe de estado de rematar la faena: mató a Pedro, supuestamente en una pelea mientras ambos estaban borrachos.
¿Cómo consiguió Catalina semejante crimen y salir airosa? Más bien la culpa fue de su marido: cambió de bando en la conocida como Guerra de los Siete Años, lo que dejó al ejército tirado y las posesiones de Rusia en Prusia por perdidas. Muchos, por supuesto, se cabrearon de lo lindo, y los complots para asesinarlo se sucedieron. Mientras tanto, él le dijo a Catalina que quería divorciarse de ella y casarse con su amante, lo que dejaría ipso facto fuera de la línea de sucesión al hijo de ambos, Pablo, y a Catalina en la ruina. Así que digamos que ella no tenía nada que perder.
Una vez en el trono, eso sí, ella no permaneció demasiado tiempo al lado de Orlov. Se calcula que, en total, entre antes y después de subir al trono tuvo 12 amantes. Uno de los más importantes fue Sergey Saltykov, un guapo oficial que seguramente era el verdadero padre del zarevich Pablo. Otro fue Grigory Potemkin, a quien Catalina escribía cartas de amor apasionadas. Algunos creen que llegaron a casarse secretamente en una discreta ceremonia religiosa, pero otros lo desmienten, básicamente porque a Catalina los hombres le duraban bastante poco y es dudoso que hubiese aceptado estar ligada solo a una.
Rusia y Europa nunca estuvieron más unidas
Mientras disfrutaba con sus amantes, Catalina se embarcó en un programa muy ambicioso de reformas. Muchos analistas la han descrito como una reina de la Ilustración, aunque quizás el término sea demasiado generoso: es cierto que le apasionaba la ciencia y la filosofía, pero lo de la separación de poderes que propugnaba Montesquieu lo llevaba bastante mal. Lo que sí que hizo --y por eso es famosa-- fue impulsar el sistema nacional de educación, abolir la tortura y mejorar la administración. Instauró un tímido régimen de autogobierno a nivel local y limitó los poderes de la nobleza. En conjunto, Catalina se propuso --y hasta cierto punto consiguió-- europeizar Rusia. Su reinado fue el momento en que Rusia y Europa estuvieron culturalmente más unidas.
Su política exterior fue otra historia. Catalina fue una emperatriz agresiva respecto a otras naciones y luchó guerras contra el Imperio Otomano, Suecia, Polonia y Lituania. Fue ella quien adquirió gran parte del territorio que rodea al Mar Negro y fue ella quien consiguió la anexión de Crimea. De hecho, fue la jefe de estado, hombre o mujer, que más territorio conquistó desde tiempos de Ivan el Terrible en el siglo XVI.
A pesar de todos sus logros, Catalina no ha sido siempre bien juzgada por los historiadores, los cuales en alguna ocasión la han analizado desde el machismo más recalcitrante. Sus amantes han pesado más que sus decisiones políticas, como sin ningún zar antes o después de ella hubiese tenido amantes. Alejandro I consiguió menos que ella y a veces parece más importante.
Su personaje ha sido pasto de series y documentales (la protagonizada por Helen Mirren está especialmente bien), aunque sin duda alguna lo mejor es leer su biografía. Una mujer con tantos matices y aristas necesita un libro bien escrito.
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