Aquel silencio extraño aún lo recuerda. Nadie lo imponía, pero todos sabían que debían guardarlo. Era apenas un niño y había interiorizado que era mejor estar callado. La última acción de ETA que aparecía en la portada de los periódicos no se comentaba, había que ignorarla y seguir hacia adelante en una suerte inercia vital en la que el miedo aún impulsaba más que la rebelión. Zarauz no era Granada, donde vivía. Tampoco Algeciras, donde nació. Los veranos José María Nacarino cruzaba el país para disfrutar del norte junto a sus primos de aquella bella localidad de la costa guipuzcoana.
Fue allí donde en plena adolescencia comenzó a descubrir que aquella sociedad había interiorizado cuándo había que mirar y callar. También donde comprendió lo que representaba la lealtad de la ‘cuadrilla’. O donde se hizo las primeras preguntas ante aquella aparente indiferencia al escuchar proclamas de los más violentos en las fiestas del pueblo o mientras se coreaban lemas para arropar a quienes habían decidido defender Euskal Herria con bombas y balas.
Fue una parte de su juventud, la estival, la de su “despertar a la vida” en los años 90. Andalucía en invierno, la Euskadi del dolor sobrevolando siempre silencioso en verano. Aún ETA estaba por descabezar en Bidart en 1992, la sociedad vasca por rebelarse tras el asesinato de Miguel Angel Blanco cinco años después y la banda y su mundo por morir de inanición antes de abandonar las armas derrotada.
Aquel País Vasco en el que los ‘gudaris’ de las pistolas eran aplaudidos en calles y plazas y las víctimas arrinconadas, silenciadas e ignoradas le ha acompañado hasta hoy. Todo ha vuelto ahora a su memoria. Lo ha hecho ampliado tras una ardua labor de documentación en el que ha descubierto mucho de lo que entonces desconocía y ha cambiado otro tanto de lo que creía. El último gudari es su primera novela.
La policía, el etarra, el concejal y la abogada
Hoy Nacarino es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y licenciado en Ciencias Ambientales. A sus 44 años, la vida le ha llevado por otros muchos rincones del planeta, algunos complicados y maravillosos al mismo tiempo, como algunos países de África. Pero Zarauz, aquellos veranos de playa, mar y silencio le sigue acompañando: “Todo eso me marcó mucho. Era una mezcla de sentimientos en una época como la infancia y la adolescencia, donde los recuerdos siguen muy vivos. Aquella cultura del silencio y el miedo…”.
Parte de esos recuerdos están presentes a lo largo de las 750 páginas de El último gudari. Un relato basado en cuatro personajes, ficticios pero basados en la realidad, cuyas vidas se entremezclan en los últimos coletazos mortales de ETA. Dos agentes, Alkorta y Reyes tras la pista de un jefe de la banda y con la amenaza de un atentado inminente previsto por la banda. Xabier, un concejal de un municipio guipuzcoano al que ETA ya ha puesto en su diana y una abogada, Jone, cansada de seguir, sin cuestionarlas, las directrices de la organización y empeñada en contribuir a un final de la violencia.
“Es un periodo que me parece importante. Creo que en la historia de ETA hay tres golpes que son fundamentales: la caída de Bidart en 1992, el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 y el atentado de la T4 en 2006, el golpe definitivo, el principio del fin. Por eso la historia arranca un poco antes, en 2005 y todo lo que vino después”, asegura Nacarino.
"No fue monolítico"
Para escribir El último gudari el autor partió de sus vivencia pero llevó a cabo un proceso de documentación que le ha llevado a explorar en sumarios, archivos, contactar con los entornos de la izquierda abertzale y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y publicaciones en torno a la violencia etarra: “He descubierto cosas que me han sorprendido, aspectos que quizá daba por hechas y no. Descubres cómo evolucionó ETA en los 70 y los 80 y cómo lo hizo también la Policía y la Guardia Civil. Lo hicieron de modo muy diferente. A finales de los 90 comienza la degradación de la militancia de la banda, que procedía de la ‘kale borroka’ mientras que los métodos policiales habían avanzado en sentido inverso, cada vez eran más sofisticados”.
Nacarino asegura que ha intentado no sólo adentrarse en el entorno de la lucha contra ETA y las víctimas, sino incluso también en el entorno de ETA, “que no fue un movimiento monolítico”. Personajes como los de Jone, la abogada que se replantea su trayectoria y la necesidad de dar pasos hacia un final de la violencia.
Insiste en que dos ideas sustentan su novela, el daño social que supuso el mantenimiento durante décadas “de la fanatización de determinadas capas de la sociedad” y la “lección de valentía y unidad dado por las víctimas”: “Creo que son dos de los axiomas que todo relato de lo ocurrido debe incluir”. Nacarino señala que los relatos pueden ser múltiples, pero con esos dos principio como nexo común, “se habla mucho de las multiplicidad de relatos y es lógico, la sociedad vasca es muy plural, pero sí creo que hay aspectos esenciales que todos debería compartir”.
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