Era la verdadera joya de la familia, un niño rubio, guapo y muy simpático que hacía las delicias de sus padres, don Juan de Borbón y doña María de las Mercedes. El infante Alfonso, Alfonsito para los suyos, era el benjamín de la familia y el hermano pequeño de Juan Carlos, futuro rey de España. "Era el travieso, el bondadoso, el más humano de la familia", dijo de él Torcuato Luca de Tena, el histórico dueño del periódico ABC. "Su hermano y él se adoraban, aún siendo polos opuestos", añadió.
Desgraciadamente, la tragedia llamó a sus puertas y, hoy hace 66 años, en 1956, fallecía este niño adorable, algo revoltoso, pero sin duda entrañable y muy buen estudiante. Lo hacía en extrañas circunstancias, rodeado de un misterio que aún hoy, décadas después de su malograda muerte, no se ha esclarecido del todo. Aún abundan las dudas y los interrogantes.
El hijo favorito de Alfonso XIII
El infante Alfonso había nacido el 3 de octubre de 1941, en Roma, la ciudad donde se habían casado sus padres y en donde habían nacido sus hermanos. Nació poco después de que su abuelo, el rey Alfonso XIII, muriera en el exilio. De hecho, le pusieron su nombre en su honor.
Alfonsito no se acordaría demasiado de Italia. En 1942, cuando él apenas tenía un año, su familia se instaló en Lausana, Suiza, la ciudad donde había fijado su residencia su abuela, la reina Victoria Eugenia. Cuatro años más tarde, pondrían rumbo a Portugal, a Estoril para ser exactos. Tampoco le dio demasiado tiempo para familiarizarse con el lugar: en otoño de 1950, Alfonso fue enviado a España a estudiar junto a su hermano Juan Carlos. Ambos hermanos fueron instalados en San Sebastián, en el palacio de Miramar, la antigua residencia de verano de la Familia Real. Luego Alfonsito puso rumbo a Madrid, al Liceo Francés. Juan Carlos se preparó para entrar en la Academia Militar de Zaragoza. De los dos, fue Alfonso quien demostró más dotes para el estudio y su padre se sintió tan orgulloso por sus notas que lo apodó "el Senequita". Juan Carlos, en cambio, nunca demostraría habilidades intelectuales y suspendería con excesiva frecuencia, algo que generaría cierto complejo de inferioridad respecto a su hermano pequeño.
Lo que le gustaba a Juan Carlos era ser soldado. A finales de 1955 superó los exámenes de entrada en la Academia Militar de Zaragoza, como cualquier otro cadete, aunque Paul Preston aseguró en su biografía del monarca emérito que "el examen de matemáticas que él hizo debió ser más fácil que el de los demás: de hecho, pronto se vería que Juan Carlos estaba bastante por debajo de la media en esta asignatura". Superado el trámite de acceso, Juan Carlos se convirtió enseguida en un cadete muy popular, simpático, juerguista, muy deportista y con una capacidad asombrosa para recordar rostros y nombres, una habilidad muy útil cuando se va a ser Rey (muchos años más tarde, aún se acordaba perfectamente de la mayoría de sus compañeros a pesar de no haberlos visto en años).
Juan Carlos disfrutaba enormemente siendo un cadete más y, cuando tomó un tren de vuelta a Estoril, el Lusitania Express, junto a su hermano Alfonsito, le contó todas sus aventuras y peripecias en la Academia de Zaragoza. El pequeño lo escuchaba divertido y él también le contó sus planes de futuro: en unos meses, ingresaría en la Escuela Naval de Marín, cerca de Pontevedra.
Los dos hermanos regresaban a casa por Semana Santa. Hacía meses que no veían a sus padres y sus hermanas, Pilar y Margarita. Al llegar, su padre los abrazó entrañablemente, sobre todo al pequeño. No había duda de que era su hijo favorito: era el más alegre y simpático de todos, también el más inteligente y el que más compartía con él su pasión por el golf y la vela. Frente a Juan Carlos, que era un juerguista nato pero en el fondo muy introvertido y siempre tenía una mirada melancólica, Alfonsito era despierto y alegre, siempre con ganas de soltar algún comentario gracioso.
Desgraciadamente, su sonrisa se apagaría para siempre.
Un terrible accidente
¿Qué sucedió exactamente? Todo comenzó la mañana del 29 de marzo de 1956, un lluvioso Jueves Santo, cuando el infante acudió junto a toda su familia a misa en la iglesia de San Antonio de Estoril, cerca del mar. Tras un frugal almuerzo, don Juan y sus dos hijos varones fueron al Club de Golf de Estoril, donde el pequeño infante Alfonso iba a participar en el torneo Taça Visconde Pereira de Machado. A pesar de que sólo tenía 14 años, Alfonso ya era un destacado golfista, y prueba de su maestría es que aquel día ganó la semifinal. La gran final se celebraría un par de días más tarde, en sábado. Muy contentos con el resultado, la familia regresó a Villa Giralda, aquel chalet portugués donde vivían exiliados. Volvieron a salir minutos antes de las seis para asistir de nuevo a misa y, luego, acabada la liturgia, regresaron a casa. La lluvia era muy intensa y decidieron no salir más. Toda la familia pasaría la tarde en casa, cada uno ocupado en sus asuntos hasta la hora de la cena, cuando se reunirían en el comedor.
Hacia las ocho sucedió la tragedia. Juan Carlos y Alfonso estaban en una habitación en el primer piso que hacía las veces de gimnasio. Para entretenerse, habían decidido jugar al tiro al blanco e, imprudentemente, usaron una pistola de verdad, un pequeño revólver de calibre 22, que Alfonsito había recibido como regalo unos días antes. Era tan pequeña que parecía de juguete, aunque como toda arma era increíblemente peligrosa. Los hermanos lo sabían bien: el día anterior habían estado disparando con ella a farolas. Su padre, don Juan, les había echado una bronca por lo sucedido y les había prohibido tajantemente que usaran el arma dentro de casa.
Desgraciadamente, no le hicieron caso. La versión oficial siempre aseguró que Alfonsito empezó a manipularla torpemente y que Juan Carlos, que como cadete del ejército estaba familiarizado con su uso, le advirtió de que tuviera cuidado. Pero fue en vano: desgraciadamente, el arma se disparó y una bala le traspasó la cabeza al joven adolescente. Un gran boquete se abrió entre ceja y ceja, y otro orificio se rasgó en el occipital, por donde salió la bala.
El estruendo alertó a su madre, que estaba leyendo en una habitación cercana que usaba de saloncito. Lo que vio al llegar la dejó paralizada: su hijo pequeño estaba en el suelo rodeado de un charco de sangre. Su padre, advertido por los gritos, llegó enseguida y, desesperadamente, intentó taponar la herida mientras chillaba que alguien llamara corriendo al médico. Según la leyenda, o al menos es lo que se ha repetido hasta la saciedad, don Juan cubrió a su hijo pequeño con una bandera de España que había en la sala y, dirigiéndose a Juan Carlos, le espetó: "¡Júrame que no lo has hecho a propósito!".
A las ocho y media el coche del médico familiar, el doctor Joaquín Abreu Louriero, llegaba a toda prisa a Villa Giralda. Pero no pudo hacer nada. La vida del infante se apagó al cabo de unos minutos.
El comunicado oficial
Al día siguiente, se hizo oficial un comunicado oficial de la embajada española que fue reproducido en la prensa portuguesa: "Mientras Su Alteza el Infante Alfonso limpiaba un revólver aquella noche con su hermano, se disparó un tiro que le alcanzó la frente y le mató en pocos minutos". Años más tarde, se supo que había sido el propio Franco quien había dado orden de que el comunicado fuera así de escueto y en estos términos, pues no quería que se hicieran públicos todos los detalles.
Semejante hermetismo, por supuesto, hizo que pronto surgieran todo tipo de rumores y especulaciones, los cuales apuntaban en su mayoría a Juan Carlos como autor involuntario del crimen. A las tres semanas del accidente, la prensa italiana ya hablaba abiertamente de esta tesis, que no fue negada oficialmente ni por Madrid ni por Estoril. Tampoco quedó claro quién apretó el gatillo en las propias memorias de Doña María de las Mercedes, madre de los príncipes. Según Paul Preston, doña María incluso le llegó a reconocer a su modista, Josefina Carolo, que lo más probable es que Juanito, como lo conocían en casa, hubiese apuntado en broma a su hermano sin percatarse de que el arma estaba cargada. Esta posibilidad la reconoció el propio Juan Carlos a un amigo suyo portugués, Bernardo Arnoso. O eso aseguró de nuevo Preston.
El entierro del infante Alfonso
El entierro fue en el cementerio de Cascais el sábado 31 de marzo de 1956. Fue oficiado por el nuncio papal en Portugual y toda la familia estaba tan acongojada que apenas podían tenerse en pie. Sobre todo, Juan Carlos estaba tan pálido que muchos creyeron que iba a desmayarse en cualquier momento. Tras la ceremonia, don Juan tomó la pistola y la tiró al mar. Al regresar a casa, le dijo a su hijo Juan Carlos que regresara cuanto antes a la Academia Militar de Zaragoza. No podía ni verlo.
El futuro rey, con lágrimas en los ojos, no tuvo más remedio que obedecer y salir rápidamente de Villa Giralda. Durante meses, no levantó cabeza y, sin duda, nunca superó del todo aquella horrible tragedia. La muerte de su hermano, aquel horrendo disparo, siempre resonaría en su cabeza.
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