El 2 de junio del 2015, los reyes Felipe y Letizia estaban de oficial oficial en Francia e iban a ser agasajados con una recepción oficial en el palacio del Eliseo por el entonces presidente François Hollande. La foto que más interesó en España fue la de la reina Letizia vistiendo un aparatoso vestido rojo de esos que tanto le gustaban a Felipe Varela, su entonces modisto de cabecera: era un dechado de encajes y guipure, con pedrería y transparencias, más propio de una fiesta de disfraces que de un evento de tarde. Letizia se peinó con ondas en el pelo y se puso un pintalabios rojo, algo muy Belle Époque que no ayudó en exceso. El conjunto resultó lo que los ingleses llaman "overdressed" y que aquí solemos traducir por el mucho más castizo "haberse pasado de vueltas".
Pero para los franceses el atuendo de la reina Letizia fue lo de menos. Otra mujer le quitó aquella tarde todo el protagonismo: se llamaba Brigitte Macron y era la primera vez que aparecía en un evento público con su marido, Emmanuel, entonces ministro de Economía en el gobierno de François Hollande. Aquella aparición rutilante hizo que los franceses comenzaran a chismorrear en voz alta sobre lo que muchos llevaban comentando sotto voce durante largo tiempo: la gran diferencia de edad entre Brigitte (entonces de 56 años) y su marido, Emmanuel (de 32).
Brigitte Macron apareció aquella tarde vestida con un traje que pronto transformaría en su seña de identidad: vestidos de buena factura, normalmente de los mejores diseñadores franceses (últimamente va de Louis Vuitton de arriba abajo), siempre de un solo color, por encima de la rodilla y con unos tacones de vértigo. Con su 1,62 metros de altura y su talle escuálido, Brigitte estaba muy sonriente y entre su marido y ella parecía que había una gran química. Él, al menos, parecía encantado de que ella estuviera a su lado.
Una larga y convulsa historia en común
"¡Por fin!", debió pensar él aquella tarde del 2 de junio. "¡Por fin nos ven juntos!". Su historia, desde luego, no había sido fácil y más de uno entorna el entrecejo cuando descubre que ambos se conocieron y se enamoraron cuando ella era una profesora de instituto de 38 años, casada y con tres hijos, y él era un estudiante de 15 años. El flechazo ocurrió en el Lycée La Providence, un centro privado de jesuitas en Amiens. Ella daba clases de francés y supervisaba la compañía de teatro del colegio. Él era uno de sus alumnos. De hecho, compartía clases con una de las hijas de Brigitte.
Ella se quedó prendada de la inteligencia de él, unas habilidades intelectuales prodigiosas y muy precoces que todos a su alrededor destacaban. Él se comenzó a enamorar de aquella mujer 24 años mayor que él que lo trataba con un adulto y con la que podía hablar de literatura, una pasión que ambos compartían. Él escribía poesía; ella leía los poemas de él delante de toda la clase y los ponía como ejemplo. Los dos recordarían que el momento clave en su romance fue cuando trabajaban juntos para adaptar El arte de la comedia, de Eduardo de Filippo, y se embarcaron en una conversación tan estimulante que ninguno quería terminar. Para entonces, él ya tenía 16 años, casualmente la edad mínima legal en Francia para el consentimiento sexual.
Años más tarde, Emmanuel Macron reconoció en su libro Revolution que su historia en común fue "un amor clandestino, muchas veces ocultado, malentendido por muchos antes de que se impusiera". Cuando, al final del curso 1993-1994, él le confesó su amor y los padres de él se enteraron, todo estuvo a punto de estallar por los aires. La familia de él estaba tan furiosa que cambió inmediatamente a Emmanuel de colegio y lo enviaron a París, al elitista Lycée Henri-IV, considerado el mejor de la capital. Pero él no se rindió: antes de partir, le prometió a Brigitte que "volveré y me casaré contigo".
Y así lo hizo. Un par de años más tarde, cuando él cumplió los 18 años, ella se divorció de su marido, André Louis Auzière (con quien se había casado a los 20 años), se mudó a París y ambos comenzaron a ser oficialmente pareja. Se casaron en el 2007 en Touquet.
Un equipo
La carrera profesional de él fue meteórica: de inspector general de finanzas pasó a banquero en Rothschild, luego se unió al equipo de Hollande como vicesecretario general del Elíseo y en el 2014 ya era ministro de Economía e Industria (fue el ministro más joven de la historia de Francia desde que en 1962 un jovencísimo Valéry Giscard d'Estaign fuera escogido también titular de economía). Un año más tarde, dejó el ministerio y creó su propio movimiento político, En Marche!, y en el 2017 se presentó a la presidencia del país. Su campaña fue tan novedosa como exitosa (copió muchas técnicas de Obama) y llegó al Elíseo sin demasiados problemas.
Por el camino, Macron, siempre pendiente de la opinión pública, se preocupó de que su historia de amor no supusiera un obstáculo a su carrera. Sabía que la burguesía francesa, tan supuestamente progresista para ciertas cosas, pero tan ultraconservadoras para otras, no iba a ver con buenos ojos que una maestra de instituto se liase con un alumno, dejase a toda su familia y se acabase casando con él. Por eso, los Emmanuel y Brigitte Macron comenzaron una ofensiva mediática para explicar su historia: concedieron entrevistas a las principales revistas del país, como Paris Match, y fueron fotografiados juntos en bañador mientras disfrutaban de sus vacaciones. "No tenemos una familia clásica, eso es una realidad indudable", reconocía Emmanuel, que siempre añadía que Brigitte y él era un equipo.
Él no se fía de prácticamente nadie
Según quien lo conocen bien, él no se fía de prácticamente nadie y ella es una de las pocas personas a quien escucha. Por su parte, ella está muy implicada en el trabajo de su marido. Cuando él era ministro, ella participaba en todas las reuniones de agenda. En un documental de France3 TV ella salió corrigiéndole mientras él practicaba un discurso importante. "Tu voz baja cuando dices "para"", apuntaba ella. "Tienes que levantar la voz justo en ese momento".
Cuando él llegó al Elíseo, ella siguió asesorándolo. Emmanuel había dicho en campaña que, de ganar, ella tendría estatus oficial de Primera Dama de Francia, algo inaudito en el país. Las esposas o las parejas de los jefes de Estado no tienen título ni rol institucional aunque se espera que tengan un papel ceremonial, de acompañamiento y anfitrionas. Macron dejó claro que su mujer no tendría sueldo oficial, pero ni aún así se calmó a la opinión pública. Los franceses dejaron claro que no querían una Primera Dama al estilo estadounidense. Encontraban el cargo anacrónico.
Brigitte tuvo que conformarse con ser Madame Macron y centrarse en causas institucionales. Renunció a tener un gran equipo a su disposición: Valérie Trierweiler, pareja de Hollande, tenía 5 asesores y Carla Bruni, 8, pero ella se contentó con tres, dos attachés presidenciales y una secretaria. Su marido y ella tomaron por costumbre desayunar y cenar juntos, a pesar de que los horarios de Emmanuel son increíblemente complicados. Ella sigue saliendo del Eliseo de vez en cuando para visitar a sus hijos y a sus nietos, o a ir de compras.
El matrimonio insiste en que sigue unido, a pesar de que han trascendido algunas broncas sonadas. Según publicó The Guardian, cuando la presidencia de Emmanuel pasó por unos meses complicados, con varias dimisiones y algunas fotos poco presidenciales de Emmanuel abrazando a jóvenes con el torso desnudo, ella dejó claro --algunos aseguran que a grito pelado-- que aquello era intolerable y que estaba harta de rumores malintencionados.
Lucha contra comentarios de todo tipo
Brigitte, desde luego, se ha tenido que enfrentar a comentarios de todo tipo. Muchos han sido insultantes: que si era vieja, que si su marido era un gigoló, que si Emmanuel en realidad es gay. Ella intenta mantenerse por encima de los rumores insidiosos, pero no siempre es fácil. Muchas veces la procesión va por dentro.
Sin embargo, Brigitte Macron asegura que, si pones todo en una balanza, lo bueno y lo malo, lo bueno sigue siendo mayor. Puede que su vida con Emmanuel no haya sido fácil, pero siempre ha sido una aventura apasionante.
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