El Kremlin, espías británicos y la amenaza de fondo de una guerra nuclear. No es un documental sobre la situación actual de Ucrania, sino del remake --magnífico, sobresaliente-- de una de las mejores películas de espías de todos los tiempos: The Ipcress File, El expediente Ipcress, dirigida en 1965 por Sidney J Fune y protagonizada por un jovencísimo Michael Caine en estado de gracia (fue el film que lo catapultó al éxito cinematográfico). Movistar Plus+ estrena estos días Harry Palmer: el expediente Ipcress, una serie de seis episodios que vuelve a adaptar aquel clásico icónico con actores jóvenes y una puesta en escena que hipnotiza desde el primer momento.
El otro James Bond
Tanto la serie actual como la película de 1965 eran una adaptación de las novelas de espías de Len Deighton, todo un fenómeno editorial en la Inglaterra de los años sesenta. Aunque desgraciadamente hayan caído en el olvido, aquellos libros, sobre todo The Ipcress File, atraparon a millones de lectores. Los suyos no eran espías al estilo James Bond --refinadísimos, cosmopolitas y con un elegante de clase alta--, ni tampoco caían en la fría tristeza de las creaciones de John Le Carré --melancólicos, taciturnos, agobiados por una existencia sin interés apreciable--. Sus personajes eran tipos corrientes, de clase obrera, pero espabilados y resolutivos. No bebían dry martinis ni conducían Aston Martins, pero rescataban a científicos que habían sido secuestrados por orden del Kremlin. No frecuentaban casinos, pero se movían en las sombras, en un mundo sórdido y peligroso, repleto de trampas, traiciones y secretos. Eso sí, jamás perdían los nervios y siempre tenían un toque cínico. Al fin y al cabo, no dejaban de ser británicos.
Deighton centraba sus intrigas en mundos realistas, burocráticos y perfectamente reconocibles, muy al estilo de Graham Greene. Pero tenía mucho más humor y se reía constantemente de los topicazos del género. También se recreaba en tramas densas, llenas de giros, recovecos, meandros, apartes y matices. De hecho, cuando envió el manuscrito de The Ipcress File a Jonathan Cape, la editorial de James Bond, le contestaron diciendo que simplificara la historia. Él se negó y llevó el texto a la editorial rival, Hodder & Stoughton. Al publicarse, la novela fue un éxito inmediato. La prensa se rindió ante el nuevo Ian Fleming y el cine llamó rápidamente a sus puertas. Un productor llamado Harry Saltzman llevó el proyecto a la gran pantalla y un joven Michael Cane, ataviado con unas voluminosas gafas negras de pasta, encarnó al protagonista, Harry Palmer.
Michael Cane le dio el toque justo a aquel espía peculiar, muy diferente de lo que se había visto hasta entonces en la pantalla. Porque la clave de los personajes de Deighton es que los espías no sólo tenían que luchar contra los malvados soviéticos, sino también contra los salvajes prejuicios de clase que impregnaban Inglaterra (y, aunque en menor medida, siguen haciéndolo). El país estaba tan férreamente estratificado que una persona de clase alta y otra de clase obrera podían perfectamente hablar idiomas distintos, comportarse de manera diametralmente opuesta y odiarse mútuamente. O, al menos, desconfiar el uno del otro.
El propio Deighton lo sabía bien: él se había criado entre sirvientes que trabajaban en una elegante casa señorial de Londres. Su padre era el chófer y su madre, la cocinera. La familia vivía en los mews, unas diminutas casas de dos plantas --la mitad cochera, la mitad apartamento-- que se agolpaban tras las mansiones y que hoy están muy de moda entre los hipsters ingleses.
Harry Palmer, un tipo supuestamente normal
Leighton quiso que sus personajes viniesen de ese entorno de clase obrera y así, por primera vez, el acento cockney, propio de la clase obrera de Londres, fue el dialecto del protagonista de una novela de espías.
Harry Palmer, su principal creación y el protagonista de El expediente Ipcress, es un tipo que no se ha educado en el elitista internado de Eton ni ha ido a Cambridge ni a Oxford. Es un sargento del ejército británico, hijo de un estibador portuario, graduado en matemáticas y héroe de la guerra de Corea que se merecía haber llegado a un alto rango militar. Sin embargo, sus orígenes sociales le impidieron trepar en el escalafón.
Quizás para compensar, Palmer, que tiene unos gustos sofisticados a pesar de su origen humilde y sabe codearse con personas de todo rango y nacionalidad, establece una impresionante red de contactos en Berlín para comprar, vender y hacer contrabando. Pero un fallo mientras intenta importar ilegalmente langostas de Marsella para oficiales rusos da al traste con todo y Palmer acaba entre rejas.
Mientras está en prisión recibe la visita del Mayor Dalby, un caballero del servicio de inteligencia británico --el típico gentleman algo estirado--, que le hace una oferta: si acepta trabajar en su unidad como espía, se librará de la pena (se enfrenta a ocho años en una prisión militar). A Palmer no le entusiasma la idea, pero no tiene alternativa, así que dice que sí y es asignado a su misión: el expediente Ipcress.
La unidad en cuestión es el War Office Operation Communication, un departamento provisional dentro del organigrama, y la labor de Palmer consistirá en dar con el profesor Dawson, un científico que trabajaba en el diseño de bombas de neutrones (miles de veces más potentes que las atómicas de Hiroshima) y que ha sido recientemente secuestrado, presuntamente por esbirros del Kremlin.
Ponerse en la piel de Michael Cane
Uno de los grandes retos de Harry Palmer era, sin duda, estar a la altura de la magnífica interpretación que hizo en su día Michael Cane. Pero el actor Joe Cole (Gangs of London, Peaky Blinders), a pesar de su cara de crío, es capaz de salir airoso. Obviamente, hay guiños continuos al papel de Caine, comenzando porque la serie empieza con Harry Palmer colocándose las icónicas y grandilocuentes gafas de pasta que popularizó Caine en su día. Pero más allá de estos homenajes, Cole es capaz de dar vida a su propio Harry Palmer, un tipo tan poliédrico como interesante como adaptado a unas audiencias que, en muchos casos, no deben saber ya ni quien era Michael Caine.
El guion mantiene los suficientes elementos de la trama original como para hacer honor al título, pero también se permite algunas licencias bienvenidas: el papel de la espía Jean Courtney (interpretada por Lucy Boynton vestida al más puro y glamuroso estilo Jackie Kennedy) tiene ahora mucho más peso, casi al mismo lugar que el de Harry Palmer. Además, flirtea con un agente afroamericano de la CIA, un tal Paul Maddox, cuyos intereses y motivos no están del todo claros.
Además de los actores, la serie destaca por una retahíla de méritos. Primero, por la adaptación ue hace del texto John Hodge, guionista nominado al Óscar y con un premio BAFTA en su haber. En segundo lugar, por una sublime caracterización. La serie nos transporta plenamente a la Guerra Fría, del Berlín recientemente dividido a las calles de Beirut, del Londres donde ya despuntan los Beatles a los atolones del Pacífico.
Todo un lujo visual para dar la bienvenida a un espía que ha regresado del olvido.
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