Nuria Labari (Santander, 1979) duda de todo, de los cómos y los cúandos y mucho más de los porqués que asimilamos como mantras. Se adentra en el mundo laboral como una socióloga para decirnos que todo está mal, que nos hemos confundido y, sobre todo, que basta ya.
Muestra los puntos débiles que creíamos que nos hacían más fuertes y lo hace en forma de novela, con una mujer que se va transformando en un hombre para conseguir lo que le han dicho que es la igualdad, lo que es el éxito. Inteligente, novedosa y frustrantemente real, El último hombre blanco (Literatura Random House) nos sitúa donde no nos apetece estar: en nuestros errores y nuestras malas renuncias.
Pregunta.- Para conseguir la igualdad tenemos que ser como ellos, ¿tenemos que dejar de ser mujeres?
Respuesta.- El último hombre blanco es un espacio simbólico que muestra lo que hay que ser cuando uno va al trabajo, las características que son necesarias. Durante mucho tiempo el trabajo ha tenido una división sexual donde las mujeres han estado fuera del poder por lo que en los últimos años ha habido una pelea grande para conseguir esa igualdad y esa igualdad se ha alcanzado siendo igual que los hombres.
Además, las reglas del trabajo también las pusieron ellos, dibujaron la pista donde se juega, los vestuarios, la ropa, la biología y cómo se tenía que adaptar el horario a los ciclos, al cuidado de los hijos, a las reuniones... muchísimas cosas que son invisibles y que no nos hemos cuestionado porque una generación de mujeres solo pensó en igualarse. De ahí salió ese término de Superwoman, porque tenías que convertirte en eso, en algo imposible.
No conozco a nadie que esté absolutamente contento en su trabajo, que este no le aniquile sus deseos, sea hombre o mujer, y es porque es un sistema emocionalmente tóxico
Y, claro, había muy pocas mujeres en el poder y ninguna minoría es capaz de cambiar las reglas, de eliminar esas estructuras masculinas que son aniquiladoras de lo femenino, no sólo de las mujeres. No conozco a nadie que esté absolutamente contento en su trabajo, que este no le aniquile sus deseos, sea hombre o mujer, y es porque es un sistema emocionalmente tóxico. Y aunque somos conscientes, el trabajo sigue en ese sitio divino, sacralizado. Lo hacemos todo para mantenerlo y seguimos formándonos constantemente para ser el perfecto empleado.
Por ejemplo, ¿por qué estudiamos todos inglés? ¿Era la cultura que nos gustaba, queríamos leer los libros en inglés, era el mundo que queríamos abrir, era el idioma que nos atraía? Lo hemos hecho porque se supone que es para trabajar y le damos al trabajo todo lo que nos pide.
P.- Todo lo que no era trabajo era menos importante, lo ha sido durante mucho tiempo, pero no crees que ahora la gente joven viene con otra mentalidad, de la del trabajo como sustento pero no como vida.
R.- Al último hombre blanco le vamos a dar billete, pero no ha acabado del todo. Los jóvenes ya han superado el mito del amor romántico con el trabajo porque todo es precario, esto iba con un trato, iba a haber recompensas pero para ellos no las hay. Saben que no se van a poder comprar una casa, el horizonte es penoso y es una gran putada, pero tiene una ventaja: se empiezan a imaginar el trabajo de otra manera. No lo idealizan porque no hay nada que idealizar.
Y luego está internet. Cuando éramos pequeñas y pensábamos en un trabajo, este era un lugar a donde ir, ahora ya no. Muchos niños están viendo a sus padres trabajar en casa y eso cambia su mentalidad porque es muy posible que cuando ellos se hagan mayores ni se planteen eso de tener que estar una hora en un atasco, no van a tolerar ciertas cosas porque el mundo es como lo imaginamos y ellos ven a sus padres con el ordenador en casa, haciendo la comida mientras trabajan...
P.- ¿Cómo llegas a la extinción de este hombre blanco?
R.- Empecé a trabajar muy joven, a los 16, y luego me hice periodista, que es el tipo de profesión que tiene componente vocacional y no tiene horarios... en el que crees que algún día llegarás a algo. Estaba llena de contradicciones. Pensaba: "¿Cómo salgo de esta rueda de hámster?" Pues es que no puedes salir. Porque tienes que ganar dinero para vivir. Es tan perfecta la jaula que no eres capaz de ponerte a mirarla desde fuera.
Nuestras prisiones mentales tienen siglos, nacemos con ellas puestas y a veces lo más difícil es desaprender. Saber que hay cosas nuevas y que lo viejo no tiene porque ser mejor
Y pensé que igual que salimos del amor romántico podríamos salir de esto, así que intenté mirarla desde otra perspectiva, analizarla, y de esa propia necesidad vital y de la contradicción salieron estas ideas. También es un poco hijo de mi libro anterior (La mejor madre del mundo) que acaba con otro mito sobre la mujer y en este caso sentí que estaba en el peor sándwich, por un lado la maternidad y por otro el trabajo, así que me puse a desarrollar este segundo mito.
P.- Hablas de esa cárcel mental asegurando que creemos que la hemos generado nosotros y así nos mantenemos felices, pero que en realidad ha sido diseñada por otros.
R.- Nuestras prisiones mentales tienen siglos, nacemos con ellas puestas y a veces lo más difícil es desaprender. Saber que hay cosas nuevas y que lo viejo no tiene porque ser mejor. La demolición de los prejuicios es una cosa que nos tenemos que ganar a pulso, que nadie nos va a ayudar.
La literatura nos permite ese diálogo donde el conocimiento se teje con el aprendizaje y la insumisión.
P.- Describes una imagen muy potente, el cuadro de Adán y Eva expulsados del paraíso, ella tapándose el cuerpo y él la cabeza. Ella avergonzada de su aspecto, él de sus decisiones. Podría ser una foto de Instagram.
R.- Esa imagen es hoy. Son los anuncios de perfumes, mucha de la cultura visual que hemos heredado. Ellos son cabeza y nosotras somos cuerpos. Piensa en los bustos antiguos, son todos hombres, y nosotras las venus sin cabeza. Es como si a nosotras nos hubiera tocado mucho más cuerpo y a ellos mucha más mente.
Esto, claramente, tiene consecuencias en el trabajo. Los trabajos que son solo cuerpo están mas relacionados con la esclavitud: el trabajo del cuidado, de las trabajadoras sexuales... La cabeza tiene otro estatus.
P.- Tu teoría la desarrollas con un matrimonio al que podríamos llamar moderno. Madre trabajadora, que lleva la mayor parte del dinero a casa, y padre con menos trabajo y más preocupado por los niños. Pero nos dices que esto no tiene nada de igualdad.
R.- Ha habido un pequeño malentendido que hay que corregir, pensábamos que queríamos el poder para disfrutarlo y era para destruirlo. ¡Hay que reventarlo!
Pues lo mismo que ha pasado en las relaciones personales, se están girando muchas cosas y desajuntado muchas tuercas. No es moderno ni igualitario que ella esté fuera y que él este dentro, no era este baile de espejos... Esto hay que romperlo entero y lo vamos a romper nosotras.
Nosotras llevamos mucho peso en el cuerpo y ellos en la cabeza: son serviles, obedientes y súper dóciles. Esas cabezas llevan yendo a la guerra hasta hoy. ¿Tú te imaginas que nos dejan a las mujeres encerradas para luchar? Nosotras nos revelamos. Este último hombre blanco será una mujer, la líder del movimiento, porque ellos aceptan todo del poder, nosotras no, tenemos más cuerpo.
P.- ¿La sociedad está despertando en este aspecto?
R.- Sí, hay un despertar. El trabajo ya no funciona en ningún aspecto, ni a nivel emocional ni familiar ni económico. Cómo hacemos las cosas no es cualquier cosa. Tiene narices que tengamos el foco en las ballenas, que está genial, pero hay mucha gente esclavizada por el trabajo y parece que no importa.
P.- ¿Va por aquí la gran renuncia americana?
R.- No, la gran renuncia de Estados Unidos es un détox del trabajo para volver a la rueda. "Esto es tan insoportable que desconecto y vuelvo o me exilio". Parece que o aceptas o te vas. Hoy me han dicho: "¿Usted si es coherente dejará el trabajo?" Pues no, no me pienso ir, lo que quiero es cambiar las cosas.
Esa idea de revolución íntima, de lo voy a hacer de otra manera. Acuérdate que no podíamos ni imaginar el teletrabajo y ¿cuánto tardó en ponerse en marcha? 48 horas. No ocurren las cosas porque no las imaginamos, porque no se nos ocurren, porque damos por buenas estructuras que tiene 500 años y además nos ponemos un móvil en la mano...
P.- Es decir, el cambio deseado sería...
R.- Que se caiga el concepto del príncipe azul del trabajo. Que cuenten nuestros deseos, nuestras necesidades en el currículum, que ahora que redactamos el de los niños tengamos en cuenta eso. Ya no funciona pensar que el trabajo nos da dinero y éxito, así que, ¿qué pasaría si no amputásemos el deseo?
P.- ¿Cómo te preparas sin amputar el deseo?
R.- Esto es lo que nos tenemos que preguntar. Pero es sencillo, una vez que se ve la jaula y se ve que incluso en la educación y en la igualdad no es todo maravilloso... Es intentar ver la ideología que no ves, hacer el ejercicio de desaprendizaje, qué deberían desaprender mis hijos más que aprender. Ellos nacen con mucho que quitarse de encima y en casa se puede remar por ahí.
P.- Pero es difícil apuntarse al cambio cuando no sabes realmente a dónde te lleva, es más cómodo quedarse con lo conocido. Ocurre también a nivel político, a la hora de votar.
Los votantes tienen capacidad de cambio, mucha, pero Bezos más y es solo un tío. Hay que atacar al poder porque la gente no está cómoda ahí arriba
R.- Este libro se tiene que dirigir al poder. Las mujeres con poder tienen muchísima capacidad de cambio. Los votantes tienen capacidad de cambio, mucha, pero Bezos más y es solo un tío. Hay que atacar al poder porque la gente no está cómoda ahí arriba. Están igual de puteados. Es Ciudadano Kane, que ya nos lo contaron, es una vida de mierda.
P.- También hablas de la sexualidad de la mujer, cómo se ha transformado en masculina.
R.- Las imágenes mentales cambian muy despacio. Puedes cambiar las sillas de sitio y estar comiendo en la misma mesa. El sexo aparece en la novela y la protagonista cambia, acaba como un hombre. Ojalá todos podamos tener sexualidad como personas, que parece que está muy poco reivindicada, puede ser como nos guste a todos. Es muy difícil una sexualidad sana sin tener una identidad sana donde lo masculino y femenino pueda ir de la mano.
P.- En tu libro ya no hay cargos, hay rangos salariales. Son dinero: over50, over100, over300, over500.
R.- Te hablan de cargos y no valen para nada. Sería mejor llevar el dinero por delante porque es lo que nos mueve. Nos dicen que no hablemos de dinero, que no contemos lo que ganamos, nos da hasta vergüenza y sin dinero no trabajaríamos. Hay muchas cosas que reubicar.
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