Faltan ya muy pocas horas para que podamos asistir a lo que, para muchos apasionados de música, es el evento del año, el Festival de Eurovisión.
Chanel, que representa a España, se medirá muy pronto con el resto de los artistas que sueñan con ganar el micrófono de cristal que le falta a nuestro país, nada más y nada menos que desde 1969, con la mítica actuación de Salomé. Para más ‘inri’, en la última década, no hemos conseguido en ninguna ocasión, clasificarnos entre los diez primeros puestos. ¡No puede ser! España es uno de los Big Five, ese selecto grupo de países que acceden directamente a la final sin pasar por las dos temidas semifinales.
El Benidorm Fest, organizado por RTVE, ha sido un gran certamen y nos ha permitido concurrir con una excelente canción. SloMo, según todas las encuestas y los bookmakers debería poder estar entre las primeras cinco clasificadas… ¡Veremos!
Cuando supe que la organización del Festival de Eurovisión 2022 había decidido que la ciudad responsable de organizar el evento fuera Turín, os confieso que experimenté una enorme alegría. Más allá del concurso, Eurovisión supone un fantástico escaparate para la ciudad que lo organiza.
Turín no es Roma, Florencia o Venecia. De Turín se dice que es una ciudad especial, que no encaja mucho con la imagen que solemos tener de los italianos, de Italia y de sus ciudades más conocidas. Ciudad de la Fiat, del río Po, de las mil fábricas y de los Alpes que deslumbran por sus cumbres en el horizonte.
Turín es burguesa, elegante, seria y gris, a menudo aburrida, pero siempre llena de grandes y sugerentes matices. Ciudad de emigrantes y de aristócratas. La niebla y las nubes cubren a menudo su cielo, para dejar paso durante la primavera y el verano a días de un azul intenso y teñidos por el verde más brillante de sus mil parques.
Estos días previos al festival han sido maravillosos. La ciudad se ha llenado de fiestas políglotas y de unas inmensas ganas de pasarlo bien y disfrutar de la vida. Como toda Italia, Turín ha sufrido el tremendo azote de la Covid-19, y como ocurre en todo el resto del mundo, está reviviendo de una forma apasionada y acelerada. Un nuevo ‘rinascimento’ se ha adueñado de sus calles y todos los euro fans que han invadido sus calles, han contagiado a los ‘torinesi’ de alegría.
La guerra de Ucrania no ha hecho más que acrecentar las ganas de la gente de pasarlo bien y olvidarnos durante unos pocos días de los problemas. La razón fundamental es que Eurovisión es, por encima de todo, un selecto espectáculo de grandes canciones, un evento musical internacional de un enorme valor, tanto social como político, hasta un punto quizás excesivo. Sin embargo, este año, a pesar del conflicto bélico en Ucrania que, sin duda, influirá en el resultado final, todos los eurofans queremos pasarlo bien, divertirnos, soltarnos la melena y cantar, cantar y cantar a la vida.
Eurovisión es mucho más que un de 'canzonette'; es la fiesta de la libertad, de la igualdad, de la diversidad... un evento social sin muros ni estúpidos prejuicios
Eurofans de todo el mundo están arropando un casco antiguo maravilloso y desconocido, cubierto por casi 20 km de “porticati”, soportales en castellano, de todos los estilos. Los palacios del centro renuevan los fastos de una ciudad que ha sido capital de Italia. Turín es la ciudad del chocolate, la “gianduia”, del vermut, de los cafés rebosantes de historia y de vida, donde el silencio domina por encima de los chismorreos de clase. Ciudad clasista que estos días revienta de felicidad y belleza, de música y de juventud. Porque Eurovisión es mucho más que un de “canzonette”; es la fiesta de la libertad, de la igualdad, de la diversidad, es un evento social sin muros ni estúpidos prejuicios.
En Turín nació Italia; fue capital del país antes que Roma y esto días es capital del mundo. Sus calles se han llenado de arcoíris, de “arcobaleni”. En Italia, ser gay es todavía un problema, al menos para los políticos y para las instituciones, aunque no para la gente que se ha volcado con el festival, abriendo su corazón y despertando la simpatía de los más clasistas y rancios aristócratas.
Turín es una ciudad desconocida incluso para muchos italianos, siempre a la sombra de los principales sitios turísticos, como las ya citadas Roma, Venecia o Florencia, y el resto de ciudades, a las que en conjunto, yo denomino jocosamente, el “ton ton tour”. Turín es maravillosa. Su “cuore” esencial bascula entre la Piazza Castello y la Piazza San Carlo, unidas por la vía Roma. Luego están los barrios ribereños del Po y sus muelles (murazzi). Después de un periodo de deterioro esta zona se ha recuperado y hoy en día es la zona de la movida ‘torinese’. Todos los fines de semana, miles de jóvenes comparten risas, copas y vivencias culturales. Esta zona junto al puente Vittorio Emanuele I y a una iglesia que, para los aficionados al esoterismo, es un vértice mágico. Un esoterismo que es parte esencial de la vida de la ciudad. Mil historias y leyendas de brujas, videntes conocidos y ritos de todo tipo, son parte de la vida y de la historia de la urbe, y a menuda, los más ancianos, te cuentan sus vivencias… ¡en fin, los escépticos a pensar a otra cosa!
La esplendida basílica de Superga del arquitecto barroco Filippo Juvarra, vigila la ciudad desde lo alto de una colina contra la que se estrelló un avión con el equipo local de futbol al completo, el ‘Gran Torino’, como recuerda el monolito. Todos los italianos aficionados de fútbol vivieron esa tragedia como un auténtico drama nacional.
Quien visita Turín no puede perderse la visita la Palacio Real y al Palacio Madama, la catedral gótica donde se exhibe la Sacra Sindone. Precioso también el Palazzo Carignano, la Porta Palatina, el Castello del Valentino y el Monte del Cappuccini. Un paseo por Piazza Castello y el Parco del Valentino, son otra cita obligada.
Los Pórtici de Via Roma, conducen a la Piazza San Carlo, el salón de Turín, “Il salotto della Torino bene”. Palacios antiguos se entremezclan con las tiendas de los mejores diseñadores y con ese aire, algo ‘esnob’, incluso de camareros y dependientes de tiendas. Las primeras veces que entraba en esas tiendas criticaba ese aire de superioridad, de atenderte como por hacerte un favor. No puede faltar un aperitivo local, un vermú de la tierra, Martini o un Carpano: ambas marcas autóctonas que cuentan con museo propio y una tradición familiar de siglos.
El arquitecto Filippo Juvara es el gran creador del centro de Turín. Un genio nacido en Mesina, en una familia de orfebres y grabadores. Después de unos años de aprendizaje con su familia en Sicilia, se trasladó a Roma y más tarde en Piamonte.
¿Qué hubiera sido de Turín y Milán si los del sur no hubieran emigrado al norte después de la Segunda Guerra Mundial?
Siempre me ha hecho mucha gracia que la mayoría de los grandes palacios de la ciudad fueran construidos por el arquitecto siciliano Filippo Juvarra, pues si, un “terrone” como nos denominan de forma despectiva a los del sur. ¿Qué hubiera sido de Turín y Milán si los del sur no hubieran emigrado al norte después de la segunda guerra mundial?
No podemos olvidarnos de visitar los museos más importantes: el Museo Nazionale del Risorgimento, el Museo Egipcio, el Museo dell’ automobile y, mi favorito ,el Museo Nazionale del Cinema. Tras esto, es imprescindible realizar una visita por sus cafés históricos y restaurantes tradicionales.
Como todas las ciudades y regiones italianas, también Turín tiene sus platos típicos tradicionales como Il Vitello Tonnato, un aperitivo estupendo, como el caponet e i tomini. De primero unos buenos Agnolotti o un Tajarín al Tartufo Bianco D’Alba y como segundo plato, el clásico Brasato al Barolo o la Bagna Cauda. Postres hay muchos, pero yo en Turín me pongo literalmente ciego de chocolate… ¡es impresionante en todas sus versiones!
Espero y deseo que este paseo por Turín os haya emocionado como a mí y que todos los que todavía no conocéis Torino, en algún momento y en alguno de vuestros viajes a Italia, decidáis visitar esta ciudad llena de vida e historia.
¡Esta noche TODOS a disfrutar de Eurovisión y de la música! ¡Y que gane el mejor!
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