Esta noche se estrena en La Sexta Los Borbones: una familia real, una serie de seis capítulos dirigida por la periodista Ana Pastor y el creador Aitor Gabilondo (director de Patria) sobre la historia de la familia real española. El primer capítulo se emitirá hoy en simultáneo en laSexta y ATRESplayer y cada semana se lanzará un nueva entrega en la plataforma.
El Independiente ha tenido acceso al primer capítulo íntegro, un capítulo, digamos, de "introducción", que presenta y sitúa a los personajes y nos explica la vida de Juan Carlos, Juanito, el chico de los Barcelona, como se le conocía de pequeño. Es un retrato plural y detallado de un hombre que llegó a ser un ídolo histórico pero que cayó de la noche a la mañana después de que se desvelara que todo lo que nos habían contado durante décadas (que la familia real era un dechado de virtudes, humildes, sencillos y, sobre todo, unidos) era una vulgar mentira. ¿Hay algún factor psicológico de la infancia de Juan Carlos que explique todo lo que vino después? De eso trata el primer capítulo y, por lo que se ve, hay muchos factores, y no sólo psicológicos. Pero no desvelemos aún tantos detalles.
Develar documentos gráficos (casi) olvidados
Comencemos por el principio. ¿Qué se puede aportar que no se haya dicho ya de Juan Carlos? Esa era la pregunta que me formulé antes de ponerme a ver el primer capítulo. A estas alturas, a parte de millones de artículos, reportajes y documentales, se han escrito libros y hasta se han grabado podcasts al respecto. Incluso están en marcha proyectos series de ficción a lo The Crown con Juan Carlos como protagonista. Los programas del corazón van llenos de referencias a Corinna y al resto de "amigas entrañables", como se las bautizó en su día. Entonces, ¿qué? ¿Qué más hay que decir?
El problema es que la pregunta está mal planteada. Porque, a pesar de la abundancia de datos, libros, noticias y reportajes varios, la vida de Juan Carlos sigue siendo una gran desconocida para la mayoría de españoles, sobre todo para los de las generaciones más jóvenes, muchos de los cuales lo ven como una figura trasnochada y más propia de Cuéntame que de los libros de texto. Dudo sinceramente que muchos quinceañeros de hoy sepan quién fue Alfonso XIII o don Juan de Borbón. Y ya no digamos Victoria Eugenia de Battenberg.
Antecedentes desde los tiempos de Alfonso XIII
Desde esa perspectiva, es interesante repasar la historia, no ya de Juan Carlos, sino de la dinastía desde tiempos de Alfonso XIII. Porque ya se observan unas pautas de conducta que luego parecen repetirse entre generaciones: la profusión de amantes, la obsesión por el dinero, el hecho de tener que aparentar lo que no se era.
Hay que decir, no obstante, que la obsesión por el sexo no es un defecto sólo observable en los Borbones españoles. La familia real británica --supuestamente tan intachable-- tiene algunos miembros en su genealogía cuyos apetitos sexuales dejan a Juan Carlos a la altura de un monje benedictino. Jorge IV, sin ir más lejos, el antecesor de la reina Victoria era un mujeriego empedernido y trató con verdadero asco a su mujer, Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Y ni hablemos de Eduardo VII, hijo y sucesor de Victoria, a quien los historiadores británicos pusieron el mote de "el rey playboy" por méritos propios. Hasta 55 amantes "estables" han llegado a contar algunos. Su propia madre, con la que siempre se llevó fatal, lo tachó de frívolo. Podríamos hablar también de las amantes de Felipe de Edimburgo (que las tuvo, y bastantes, por cierto), e incluso de los amantes de Diana de Gales. Cruzado el Atlántico, John Fitzgerald Kennedy tuvo tantas amantes que ni se molestaba por aprenderse el nombre. Otros ocupantes de la Casa Blanca --véase Bill Clinton-- también han destacado en este ámbito.
En lo que respecta al sexo, pues, los Borbones españoles no son tan excepción como nos queremos creer a veces. Es más: se puede decir que Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, comenzó a dar verdaderamente rienda suelta a su hedonismo (vamos a decirlo con fineza) después de ver lo que se cocía en Londres en la corte de Eduardo VII, pariente directo de su mujer, la sufrida Victoria Eugenia.
Además, lo de Alfonso XIII con el sexo ya lo habían tratado hasta sus biógrafos más serios. Y algunos eran muy monárquicos. Lo que casi nunca se ha dicho --y en esto la serie sí que aporta algo-- era que el rey fue uno de los mayores impulsores de la industria pornográfica española. En la serie hay incluso algunos trozos de algunas de las "producciones".
La infancia de Juanito
La serie también aporta una visión panorámica de la infancia de Juanito, ese niño rubio ("un inglesito", dijo de él Franco), que se vio sin quererlo en medio de un tablero de juego donde Francisco Franco y el padre del crío, don Juan de Borbón, movían las piezas a su gusto. Hay un momento muy interesante en la serie cuando explica cómo de desigual estaban las fuerzas tras la Segunda Guerra Mundial: la familia real, en el exilio, creía que Franco caería rápido o que les llamaría de vuelta; Franco no pensaba hacer ni lo uno ni lo otro. En la serie se ven imágenes que pocas veces se han visto (es uno de las grandes aciertos de la serie), con entrevistas grabadas que yo, personalmente, nunca había visto antes. Y eso que suelo ver todo lo referente a los Borbones.
En medio de ese tablero peligroso en que la Familia Real quería reinstaurar la monarquía y Franco pensaba aguantar en la Jefatura del Estado hasta el final de sus días, Juanito fue el peón que todos movieron a su antojo.
Juanito, todo hay que decirlo, vivió una infancia bastante solitaria. Primero lo metieron interno en un colegio en Suiza a donde sólo iba a verlo de vez en cuando su abuela, la reina Victoria Eugenia. Luego lo trajeron a España para estudiar en Las Jarillas, una finca donde se le rodeó de un grupo muy seleccionado de estudiantes y se le sometió a una disciplina espertana. Cada vez que su padre y Franco se enfadaban (y se enfadaban a menudo), Juanito ponía rumbo de nuevo a Portugal; cuando Franco y don Juan arreglaban las cosas, Juanito regresaba a España. Fue una vida itinerante sin cariño, ni afecto, ni raíces.
Lo peor, sin duda, llegó cuando murió su hermano Alfonsito en extrañas circunstancias. Fue un terrible accidente en donde no queda muy claro aún lo que pasó, pero sí se sabe que Juan Carlos y Alfonsito estaban juntos, se disparó por error una pistola y Alfonsito murió desangrado en cinco minutos. Tras el entierro, don Juan le dijo a Juanito que no quería verlo y lo envió inmediatamente de vuelta a España. Todos los biógrafos aseguran que, a partir de ese momento, Juan Carlos nunca volvió a ser el mismo.
Pluralidad de voces
Los Borbones: una familia real tiene otro gran acierto. Pone a hablar a personas de toda ideología, desde Luís María Ansón, monárquico de toda la vida (fue miembro del Consejo Privado de don Juan De Borbón), Pilar Urbano (biógrafa oficial de la reina Sofía) y Martín Bianchi (director del Hola) a la filósofa Elisabeth Duval, joven, transexual y claramente de izquierdas. Juntos forman un mosaico de voces, aunque quizás lo más interesante es que aquellos que en su día tuvieron un papel importante a la hora de vendernos el perfecto cuento de hadas, ahora nos explican que aquella narrativa perfecta ahora tiene muchas aristas.
Y el cuento era impoluto, recordémoslo. El primer capítulo de la serie abre con aquellas imágenes míticas de besamanos y de recepciones por las onomásticas --qué casposo suena esto ahora-- que durante décadas ocuparon portadas de revistas. Todos sonrientes y (aparentemente) queriéndose. Incluso sale un jovencísimo Felipe de Borbón, entonces príncipe de Asturias, diciendo que se ha criado en "un ambiente que yo desearía para cualquiera".
La verdad, por supuesto, era muy distinta: la Familia Real era una familia sumamente desestructurada. Completamente rota, vaya. Cada uno hacía vida por su cuenta y apenas se veían. Tan sólo coincidían en contadísimas ocasiones: entonces, por supuesto, todos ponían sus mejores sonrisas. "No era como nos lo habían contado", dicen en la serie. Es quedarse corto.
Cuando, prácticamente de la noche a la mañana, todo saltó por los aires, los españoles se quedaron a cuadros con la realidad. Lo que sorprendió no sólo fue la virulencia con la que la prensa comenzó a atacar a la familia real. Lo que más impactó fue tener que enfrentarse a una hipocresía descomunal: nos habían vendido una figura del rey como un tipo "siempre al servicio del pueblo", cuando en realidad sólo miraba por sus intereses. Nos habían vendido una familia austera y frugal --¡incluso pobre para los estándares de la realeza!-- cuando tenían dinero a espuertas y no siempre conseguido lícitamente. Resultaba que aquellos "campechanos", como se les conocía coloquialmente, vivían entre unos lujos y unos pijeríos que el español medio no podía, ni pensaba, tolerar.
El odio tóxico hacia Letizia
Hasta aquel momento, la mala había sido Letizia, aquella periodista divorciada y de izquierdas a la que los cortesanos de baja estofa --y España está repleta, desgraciadamente-- trataron con inquina desde el principio. Que si no sabía estar, que si decía "jolines", que si era una cursi o una sabelotodo o una histérica, que si había obnubilado al pobre príncipe Felipe. La rumorología era de tal calibre que llegaron a circular historias surrealistas sobre su pasado.
Letizia no era una santa, desde luego, pero tampoco era esa "Morticia" de cuento que nos intentaron colar. La serie, precisamente, ahonda en toda la estrategia que Juan Carlos y la vieja guardia pusieron en marcha para destrozarla mediática y psicológicamente. Y ya avanzamos que algunos detalles ponen los pelos de punta.
El enemigo de la monarquía
La otra gran protagonista de la serie es, cómo no, Corinna Larssen, esa mujer de la que Juan Carlos se enamoró tanto que perdió el norte...y la Corona. Muchas de las personas aseguran que Corinna lo cambió todo: hasta ese momento, al familia estaba rota pero aún podía poner buena cara en público; a partir de ella, Juan Carlos rompe todos los lazos, llega a pensar en divorciarse de Sofía e incluso le dice a algunos que quiere casarse con su "amiga entrañable". Algo que, para los cánones de la monarquía, hubiese resultado impensable.
Pero no sólo estaba Corina. También estaba Urdangarín. Y Cristina. Y una retahíla de amigos de dudosa catadura moral y poca ética. Y una corte formada por chupópteros y pelotas. Todo mezclado resultaba un cóctel imposible de tragar. Y acabó atragantándose en la boca de los españoles, que bastante estaban aguantando ya en medio de una grave crisis.
Al final, Juan Carlos cayó y acabó en una especie de exilio del que ahora ha decidido, de "motu propio", regresar. Visto ahora desde la perspectiva que da el tiempo, todo ha parecido un vodevíl. Lo peor es que todavía no tiene visos de acabar.
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