Reconstruir el origen etimológico y cultural de 'puta' y 'coño' y rescatar los robos de testículos del siglo XX, los frescos eróticos de Pompeya y hasta los burdeles de muñecas sexuales que prueban que los humanos somos los únicos seres que se avergüenzan o castigan su deseo sexual. O así lo cree la historiadora y profesora de la Escuela de Artes y Comunicación de la Universidad de Leeds Trinity, Kate Lister (Inglaterra, 1981), que publica su último libro, Una curiosa historia del sexo (Capitán Swing, 2022).
En 380 páginas, Lister se mete sin pudor en los pantalones de la historia, desmontando mitos, desafiando estereotipos, ensuciándose las manos de las "ostras y moluscos viciosos que los hombres civilizados tienen la audacia de comer sin quitarle las entrañas", y rescatando la obra del doctor Samuel-Auguste Tissot que en 1758 aseguraba que la masturbación contribuía a que el cuerpo se consumiera, o las numerosas prohibiciones legislativas en libros, coplillas y obras de teatro que contuvieran algo erótico o pornográfico. "Este es un libro sobre cómo han cambiado las actitudes hacia el sexo a lo largo de la historia. Es una curiosa historia del sexo y de los comportamientos que hemos tenido, con nosotros mismos y con los demás, en la búsqueda -y negación- del todopoderoso orgasmo".
La historia está dividida en ocho grandes bloques: sexo y palabras, sexo y vulvas, sexo y penes, sexo y comida, sexo y máquinas, sexo e higiene, sexo y reproducción y, finalmente, sexo y dinero; que pasan principalmente por cómo la historia ha tratado todo lo concerniente al placer sexual femenino y al clítoris o jerga sexual hasta el punto de que las imágenes de mujeres en bicicleta se convirtieron en ilustraciones eróticas. La sufragista Susan B. Anthony llegó a decir incluso que "ese vehículo había hecho más por la liberación de las mujeres que cualquier otra cosa": "Todavía hay un aspecto en el que el feminismo flaquea y en el que el todopoderoso pene continúa reinando sobre la vulva sin ser desafiado. Ese aspecto es la jerga sexual. Por muchas palabras en argot que se te ocurran para ‘clítoris’, siempre habrá mil más para ‘pene’, ‘testículos’ o ‘semen’," explica la autora, al tiempo que se pregunta ¿por qué no existen para el clítoris apelativos, al menos en castellano, como sí los tienen sus compañeros de faena sexuales?
El feminismo flaquea en en un aspecto en el que el todopoderoso pena reina: la jerga sexual"
Kate Lister
Pero para ellos también hay historia. Kate recoge en su libro cómo los hombres también estuvieron marcados por el sexo, todo lo heteromoralmente obligatorio, y la virilidad casi convertida en enfermedad. De hecho, hubo todo tipo de remedios para "curarla", como injertar un testículo de mono en el escroto del impotente o meter un pez vivo en la vagina de una mujer durante dos días, cocinarlo y que se lo comiera su pareja. "El fisiólogo francés Charles-Édouard Brown-Séquard, en los años 80 del XIX, empezó a inyectarse a sí mismo extractos testiculares triturados de conejos y perros. Por lo que fuera, notó que se encontraba mejor y planteó su hipótesis: si fuera posible inyectar sin peligro semen en la sangre de los ancianos, probablemente obtengamos mejor actividad en lo concerniente a las facultades mentales y físicas (…) Es bien sabido que las pérdidas seminales, por cualquier causa, producen una debilidad mental y física proporcional a su frecuencia. Se pensaba que en el semen había una sustancia que, al ser reabsorbida por el organismo, podía vigorizar el sistema nervioso y otras partes del cuerpo. Es decir: detener el envejecimiento. Parece de broma, pero esta investigación acabó publicada en The Lancet".
"El experimento fue repetido en los meses sucesivos con ovejas, perros y toros. En 1920, Voronoff consideró que había garantías para hacer la operación en humanos. La operación consistía en hacer cortes longitudinales en los testículos del mono y luego, cada sección o rebanada, se introduciría en el escroto humano mediante una incisión justo debajo de la membrana de la túnica veginal (una especie de saco que cubre los testículos) con la esperanza de que fueran absorbidas", cuenta Lister.
Para la autora, a pesar pesar de que, con los años, las sociedades han evolucionado, y cada vez se han roto más muros, el sexo continúa siendo hoy un tema profundamente divisivo en todo el mundo. «Las actitudes cambiarán y crecerán -augura la autora- pero el sexo nunca estará libre de estigma o vergüenza a no ser que reconozcamos de donde viene. Toda forma de vida en este planeta comparte el deseo de reproducirse, pero lo que hace único al ser humano es la complejidad, la variedad y la multiplicidad en las formas con las que busca satisfacer sus deseos sexuales", señala Lister, que aboga también en sus páginas por una regulación legislativa de la prostitución.
"En 2018 el Senado de Estados Unidos aprobó dos leyes para hacer frente al trabajo sexual (…). El resultado es que múltiples plataformas de Internet y proveedores de sitios web han prohibido a las trabajadoras del sexo anunciarse en ellos. Sin acceso a publicidad en línea, las trabajadoras del sexo se ven obligadas a volver a la calle y a anunciarse con tarjetas de visita baratas. Los trabajadores del sexo tienen derecho a trabajar con seguridad y a ser respetados. Las tart cards, las tarjetas de visita y los calendarios son reliquias y deben quedar en el pasado".
A lo largo de su carrera, la autora también ha publicado varios ensayos sobre humanidades médicas, cultura material y estudios victorianos. Escribe regularmente sobre historia de la sexualidad para iNews, Vice y la Wellcome Trust. Fue escogida Publicista del Año a los Sexual Freedom Awards 2017 y nominada para el Premio al Profesor Más Innovador del Año en los Times Higher Education (THE) Awards 2020.
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