Es la sencillez elevada a maestría. Un proceso basado en materiales humildes, sencillos; papel y lápiz. Pero no cualquier papel, ni cualquier lápiz, Georges Seurat (París, 1859) lo sabía. El primero de los elementos debía tener vida propia, textura e irregularidades que lo convirtieran en una gente activo más de la obra. El segundo, el lápiz, también sería singular. El conté, esa mezcla de polvo de grafito o carbón vegetal prensados mezclados con arcilla inventado a finales del siglo XVIII sería perfecto. Con ellos logró encandilar en su corta vida –falleció en Francia a los 31 años- a los grandes de la pintura: Picasso, Van Gogh, Signac, Matisse o Moore. No tardaron en descubrirlo y muchos de ellos en querer poseer algunos de sus dibujos.
Aquellas siluetas, sombras y luces surgidas de la oscuridad color carbón, capaces de transmitir peso y volumen sobre un lienzo blanco lleno de texturas tenían algo no visto antes. Incluso mucho tiempo después. Aún faltaba medio siglo para que otro de sus grandes admiradores naciera. Lo haría con la misma admiración que otros antes. Richard Serra lo descubrió muy joven. Se identificó con Seurat, con su búsqueda de nuevas formas, modos de expresión, a través de los materiales. También sus esculturas gigantes, sus grandes paneles moldeados, poseen algo más que una talla o una labor de fundición. La experiencia espacial que aportan las obras de Sierra se reproducía, de algún modo, en aquellos dibujos de Seurat sobre papel francés tipo Michallet hechos a mano.
Sierra siempre ha admirado a Seurat. El escultor tiene siete de sus obras en propiedad. Ahora, comparte exposición con él. Cada uno con sus obras, sus dibujos y juegos de oscuridad del carbón. Sierra lo hace sobre el papel japonés, jugando con los accidentes e irregularidades de sus fibras. Serra lo trabajó en 2015 con su serie Ramble. Una sucesión de trabajos en el que ninguna de las obras que la conforman es igual a la anterior, ni por el modo en el que el artista incide sobre el papel ni por la forma en la que éste reacciona.
Ahora, el Museo Guggenheim ha unido a ambos en una suerte de diálogo de lápiz y papel, de trazo, volumen y figuras, al calor de la vida de las materias primas y el negro conté. Frente a frente, las obras de uno y otro conviven en las salas de la pinacoteca bilbaína en un juego de evolución del negro a la luz del que surgen sombras y figuras.
Seurat siempre amó el dibujo y sus posibilidades. Las pinturas de color llegaron de modo tardío y tras cientos de dibujos. Su corta vida le impidió prolongar más su evolución y obra. En la muestra de 23 obras que desde hoy y hasta el 6 de septiembre próximo se exhibe en el Guggenheim se observa la habilidad de Seurat para iluminar la oscuridad y oscurecer la claridad. Un trabajo minucioso en ocasiones con el uso del puntillismo como técnica sobre el granulado del papel.
No tardó Seurat en dejar atrás las convenciones tradicionales del dibujo. Incluso el color, que tienen en los ‘cuadernos de Brest’ durante su etapa del servicio militar, uno de los últimos momentos antes de la ruptura con el academicismo.
En la muestra, las obras de Seurat y Serra se relacionan y conversan entre si en un juego de luces, siluetas y sombras que enlazan la innovación del primero a comienzos del siglo XX y la admiración del segundo que aún perdura en pleno siglo XXI.
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