Pasaban algunos minutos de las siete y cuarto cuando la puerta de Velázquez del museo del Prado, que normalmente está cerrada y solo se abre para ocasiones especiales, dio la bienvenida a un sonriente Pedro Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, vestida con un vestido rojo con un escote asimétrico del diseñador astuariano Marcos Luengo, el mismo que firmó el traje que Begoña lució en la cena de gala en el Palacio Real. En la puerta los esperaba Javier Solana, presidente del Patronato del Prado y antiguo secretario general de la OTAN entre 1995 y 1999, quien se encargó de darles la bienvenida. Solana también recibió al resto de invitados.

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Pedro Sánchez y Begoña Gómez entraban directamente en la galería central del Museo del Prado y, mientras esperaban al resto de invitados, se dedicaban unos instantes a observar los cuadros. Por la manera de mirar (fugaz, sin prestar el menor interés), se notaba que los cuadros no les interesaban demasiado, pero una foto mirando arte siempre queda bien.

Pedro Sánchez sabía bien que esta era su noche. Mientras ayer el protagonismo máximo lo tenían los Reyes, como anfitriones de la cena de gala en el Palacio Real, hoy los grandes protagonistas eran los inquilinos de la Moncloa.

Y se notaba que estaban en su salsa. Se les vio pletóricos al recibir a los Macron, unos de los primeros en llegar (Brigitte iba con un vestido azul con mangas largas de estilo farol). Desde Moncloa se puso cierto empeño en no organizar un besamanos formal para no dar la impresión de estar pisando a los Reyes, pero no hay duda de que los Sánchez, sobre todo Begoña, estuvieron muy pendientes de saludar y hablar distendidamente con todos los invitados.

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En teoría, la idea era que los dignatarios internacionales fuesen entrando en la galería central y que admirasen los cuadros. El director del museo, Miguel Falomir, estaba presente en la galería para hacer las explicaciones pertinentes. También Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación e Investigación del Prado, y Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca. Desgraciadamente, al principio todos los dignatarios estuvieron más pendientes de hacer corrillos que de mirar los cuadros y tan sólo a Boris Johnson se le vio --completamente solo-- mirar las pinturas con cierto interés.

Boris Johnson, solo por los pasillos del Prado.

Una plataforma especial

El museo del Prado ha estado cerrado todo el miércoles para prepararse para la cena de la OTAN. Para proteger los cuadros y no tener que lamentar ningún descuido, se determinó que la cena se serviría en el precioso Claustro de los Jerónimos y en la Sala de las Musas. Son los únicos espacios de la pinacoteca que no albergan pinturas y, por ello, son escenarios habituales de eventos como cócteles o cenas corporativas. Según los datos del propio museo, ambos espacios acogen aproximadamente unos cien eventos al año.

Después de saludarse y mientras avanzaban por la galería central, todos los miembros disfrutaron de un breve concierto --de unos quince minutos-- interpretado por la Orquesta Sinfónica de Kiev. Se escogieron la "Sinfonía número 1 en do mayor", de Maksym Berezovsky, y la "Melodía en do menor", de Myroslav Skoryk. Luego entraron en la sala de Las Meninas, la más importante del museo, y se procedió a la foto de familia.

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Más tarde, se procedió a la cena. Unas cuarenta cenaron en el claustro y unas catorce en la Sala de las Musas, la sala circular que alberga ocho estatuas de mármol, originariamente de la Villa Adriana de Tívoli y que fueron compradas por Felipe V en su día para decorar el palacio de La Granja. Los líderes cenaron en el claustro y sus cónyuges, en la Sala de las Musas.

Un menú homenaje a Ucrania

Cuestiones de protocolo y organización a parte, personalmente prefiero el claustro, esa auténtica preciosidad que formaba en su día parte del Monasterio de San Jerónimo el Real cerca de los montes del Pardo. Durante años, desgraciadamente, el claustro sufrió un importante deterioro y se conservan fotografías del lugar repleto de basuras y matojos. Con la reforma de Rafael Moneo del Prado se subsanó afortunadamente la situación y se procedió a rehabilitar el lugar. Los días antes se había construido una plataforma entorno al lucernario y una gran mesa cuadrada.

El menú corrió a cargo del chef José Andrés, líder a la ONG World Central Kitchen y una figura muy reconocida internacionalmente. El propio chef ha reconocido que ha querido hacer un homenaje a Ucrania en sus platos. "Este menú es un homenaje a todos los Food Fighters, los cocineros y voluntarios ucranianos que cada día arriesgan sus vidas para cocinar y llevar alimento a personas en zonas de guerra", ha explicado.