Altos, rubios y fuertes, así es la imagen de los vikingos de siempre, aunque en el desembarco de Catoira, en Pontevedra, no solamente hubo invasores blondos, también morenos y pelirrojos han portado este domingo cascos con cuernos en la recreación de una batalla entre lugareños y bárbaros donde el vino ha relevado a la sangre.
La cita, interrumpida durante la pandemia, ha sido, como era de esperar, multitudinaria. Decenas de miles de personas deseosas de celebrar por todo lo alto la han disfrutado, con calzado cómodo y ropa adecuada.
En una convocatoria como esta la vestimenta idónea es aquella ante la cual no se sufra ni siquiera un poco si resulta manchada, porque quien avisa no es traidor y en medio del desenfreno eso suele ser lo habitual.
"Muerte a los cristianos", ha gritado un asaltante, con un atuendo muy fiel a la versión novelesca, la que está presente en la mente de todos.
Decenas de guerreros, los que han participado desde el mar en esta vuelta atrás en la historia, han penetrado con embarcaciones propias de otra época en la desembocadura del Ulla.
Gritos salvajes, "¡Úr-su-lá!, ¡Úr-su-lá!", y unos remeros más mañosos que otros, como ocurre en todas las ocasiones.
Sin incidentes, han descendido a la tierra, en la que los esperaban centenares de seres humanos armados con martillos de madera, espadas, cuchillos, hachas y escudos.
Es así como cada año, menos en 2020 y 2021 por un virus, empieza la lucha más esperada de agosto.
Como siempre, entre el fango unos y otros se han enzarzado simbólicamente, sudorosos y sin jamás llegar a hacerse daño.
Ellos se han mostrado rudos y aguerridos; ellas, empoderadas, fieras y con trenzas.
"¡Ey, que ese cuerno está vacío. Llénadlo de tinto!", han vociferado los que más. Cierto es que no se permite que estos peculiares botijos vayan vacíos por mucho tiempo.
Esta fiesta, que va por su LXII edición, se celebró por primera vez en el año 1960 con la intención de rememorar la importancia de Catoira en la férrea y firme defensa de Galicia frente a los ataques de los piratas normandos y sarracenos en los siglos IX y X.
Se trata de una cita que con el paso de los años ha ido ganando en relevancia.
Durante los días previos a la romería, el pueblo acoge para abrir boca diversas actividades lúdicas y culturales tales como obras teatrales, actuaciones musicales y talleres enfocados a la historia de este enclave y a sus tradiciones.
En el día grande, hay pasacalles desde la Alameda hasta las Torres del Oeste, como ha ocurrido en esta jornada, con las pandereteiras Muíños do Vento, Brisas do Río Ulla y Aires do Río Vello.
A las once ya se podía disfrutar de una mejillonada y deleitarse con el mercado y con los recitales de Troula y Upsala Medieval.
Cuando el reloj marcaba las doce y media, llegó el plato fuerte por antonomasia: la dramatización del desembarco, que muchos han inmortalizado con sus móviles y cámaras.
Y, para finalizar, cómo no, una comida campestre y más bullicio.
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