Los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 signficaron sin duda un antes y un después para la ciudad, convirtiéndola en, probablemente, la urbe más internacional y cosmopolita del país en aquellos años. El escenario no podía ser más ideal, su condición de puerto mediterráneo abierto y multicultural, un desarrollo urbanístico en pleno auge y la satisfactoria integración de España en una Unión Europea que crecía mientras la Guerra Fría se deshacía y la URSS se desintegraba. Una provechosa mezcla de ingredientes que trajo el impulso necesario para que la ciudad condal volviera a sentirse importante.
Sin desmerecer el papel de la Expo del 92 en Sevilla, aquel verano, concretamente entre el 25 de julio y el 9 de agosto, la llama olímpica fue el epicentro que iluminó al mundo entero desde la radiante y privilegiada costa mediterránea. Oficialmente conocidos como los Juegos de la XXV Olimpiada, fueron el primer evento multideportivo internacional en 20 años, capaz de celebrarse sin ningún tipo de boicot. 9356 atletas de 169 comités nacionales participaron en la fiesta por excelencia del deporte.
La disolución de la URSS no evitó que los estados postsoviéticos (a excepción de las tres repúblicas bálticas) participaran en un mismo equipo bajo el nombre de Equipo Unificado. Alemania concurrió como estado unificado por primera vez desde 1964 y Sudáfrica regresó siete ediciones después en las que estuvo ausente por su política de apartheid. También regresó Albania, después de veinte años de ausencia, en su caso por el aislacionismo internacional del hoxhaísmo que había sido derrocado un año antes. A pesar de la ausencia de Yugoslavia por las sanciones internacionales de la guerra de los Balcanes, sus atletas compitieron como «participantes independientes».
Barcelona se preparó para ser el punto de encuentro para un mundo que parecía empezar a entenderse mejor. Por ello, la ciudad aprovechó la ocasión y se vistió de gala impulsando la transformación urbanística comandada por el anillo olímpico de Montjuic, la mejora de infraestructuras en todos los distritos, la rehabilitación de edificios, y la apertura de la ciudad al mar Mediterráneo mediante la construcción de la Villa Olímpica del Poblenou y el Puerto Olímpico. Las Olimpiadas supusieron una onda expansiva que no se contuvo en los límites de la ciudad, sino que, gracias a un modelo descentralizado con subsedes en otras localidades acabó contagiando también el área metropolitana y el resto de Cataluña.
La cita olímpica contó con la participación de toda una sociedad que supo ver la relevancia del momento. La implicación a nivel organizativo con la colaboración entre administraciones, el fomento del deporte y la participación de más de 35.000 voluntarios ofrecieron un gran ejemplo del potencial de la capital catalana. Una verdadera carta de presentación de la España democrática ante la comunidad internacional.
Aquel 9 de agosto de 1992, Barcelona y España se hincharon de orgullo y sacaron pecho ante el mundo en las palabras del entonces presidente del COI, el barcelonés Juan Antonio Samaranch, proclamando haber sido «los mejores Juegos Olímpicos» de la era moderna hasta la fecha. Y lo cierto es que aquellas Olimpiadas recibieron muy buenas críticas a la organización por la ausencia de incidentes y por el incesante apoyo popular mostrado por los barceloneses.
No obstante, no fue el equipo español el más laureado de los que participaron, aunque las 22 medallas, 13 oros incluidos, nos alzaron a un nada desdeñable sexto puesto con números que siguen siendo un récord para el deporte español. En la cima del medallero, fue el Equipo Unificado quien se llevó el gato al agua con 112 preseas, cuatro más que los Estados Unidos.
Tres décadas después, en la memoria colectiva permanece la imagen de Cobi, el perro pastor ideado por Javier Mariscal, o el lema que dio nombre a la canción oficial, "Amigos para siempre", interpretada por José Carreras y Sarah Brightman en la ceremonia de clausura, aunque todos tengamos en la mente la versión rumbera de Los Manolos. A punto se quedó Freddy Mercury, fallecido un año antes, de poder repetir la emblemática Barcelona, junto a la soprano Montserrat Caballé.
Ese día siempre quedará marcado como la celebración del renacimiento de la ciudad condal. Con todos los deportistas portando sus banderas sobre el césped de Montjuic, el broche final llegó con espectáculo pirotécnico incluido y un concierto de los artistas más representativos de la rumba catalana —Peret, Los Amaya y Los Manolos—, que culminó con aquella oda tan llena de alegría y positividad que canta aquello de: "Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder" (Gitana hechicera).
El 9 de agosto de 1992 la antorcha se apagó en la capital catalana para encontrar acomodo, cuatro años después, al otro lado del océano en la estadounidense Atlanta. Sin embargo, tras su paso por Barcelona, el brillo de aquel fulgor tan fraternal que envuelve la llama olímpica permanece en el espíritu de la ciudad que encontró en los valores del deporte la mejor forma de volver abrirse al mundo entero sin ningún complejo.
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