Pocas cosas se relacionan más con la reina Isabel II de Inglaterra que los corgis, los bolsos Launer y los veranos en Balmoral, su castillo de Escocia y, probablemente, su lugar favorito en el mundo. Isabel no cambiaria por nada en el mundo sus veranos allí --y por vacaciones de verano ella entiende varios meses, normalmente hasta octubre--. De hecho, según el periodista Brian Hoey, “si alguien sugiriese a la Reina que pasase un mes tomando el sol en las Bahamas, ella se horrorizaría”. Lo de pasarse el día sin hacer nada más que poniéndose morena a ella le resultaría abominable. Se dice que, cuando una vez una de sus damas de compañía le comentó que se había ido de vacaciones a las Barbados y que le había costado 5.000 libras esterlinas, Isabel respondió que no entendía cómo alguien estaba dispuesto a gastarse semejante dineral en algo para que ella era frívolo y “absolutamente terrible”.
Claro que no es la única de la dinastía a la cual le encanta el retiro escocés. A su antepasada --y primera inquilina real del inmueble-- la reina Victoria también le apasionaba. Quizás fue porque se lo regaló su querido marido, el príncipe Alberto, en 1852; quizás fue porque allí podía desconectar y pasear por la naturaleza.
El retiro de la reina Victoria
No es ningún secreto que, como a Isabel, a Victoria le apasionaba Escocia, una tierra que visitó por primera vez siendo ya reina: fue en el otoño de 1842, dos años y medio después de su boda con el príncipe Alberto. A ambos les impresionó tanto el lugar que decidieron volver tan pronto como les fuera posible. Y así lo hicieron: regresaron tantas veces que llegó un momento en que comprendieron que lo mejor era buscarse una residencia fija y, después de mirar varias propiedades, se decantaron por el castillo de Balmoral.
O, más bien, el antiguo castillo de Balmoral, porque en cuanto lo compraron, decidieron que el viejo edificio no satisfacía sus necesidades y que necesitaban un lugar mucho más amplio y espacioso. La primera piedra del nuevo edificio fue puesto por la reina Victoria el 28 de septiembre de 1853 y aún se puede ver en la pared adyacente en la puesta oeste. Tres años más tarde, el nuevo edificio estaba listo.
Dicen que, cada vez que iba, Victoria aprovechaba para dar largos paseos, incluso de cuatro horas. Mientras su mujer subía y bajaba montañas, Alberto se dedicaba básicamente a la caza de ciervos. La soberana hizo llamar a muchos artistas para que pintaran cuadros para su nueva residencia, sobre todo paisajes escoceses.
El lugar de nacimiento de Victoria Eugenia
Después de la muerte de su marido, Victoria empezó a pasar más tiempo en Balmoral y se dice que allí conoció y se enamoró de uno de sus sirvientes, John Brown. La prensa republicana del momento llegó a publicar que la reina se había casado con él y en muchos lugares se empezó a conocer a Victoria como la señora Brown. Ella, lejos de incomodarse, se reía con todo aquello.
Balmoral también era especial para Victoria porque fue allí donde nació su nieta favorita: Victoria Eugenia, o Ena como se la conocía en familia. Con el tiempo aquel bebé escocés --el primer nieto de un monarca británico nacido en las Highlands--, se convertiría en reina de España tras su matrimonio con Alfonso XIII.
20.000 hectáreas
Después de la muerte de Victoria, el castillo pasó a su sucesor, Eduardo VII. Luego pasó a Jorge V, Eduardo VIII y a Jorge VI, el padre de la actual soberana. Isabel II lo adquirió cuando su padre murió.
Hay que puntualizar, no obstante, que más que un castillo, en realidad Balmoral es una gran finca de más de 20.000 hectáreas de terreno donde hay unos 150 edificios, aunque lo que más destaca es la gigantesca construcción central, en estilo gótico y hecha en granito grisáceo.
La reina asaba en Balmoral unos cuatro meses, de agosto a octubre. El ambiente es relajado. Incluso se dice que después de los picnics, es la propia reina quien friega los platos. Sin embargo, también hay hueco para un refinado protocolo: por ejemplo, todos han de cambiarse unas cuatro veces de ropa al día, algo que tanto a Diana de Gales como a la propia Kate Middleton les sacaba de quicio.
Cometer algún error se paga con miradas despreciativas y algún que otro comentario despreciativo. Muchas personas se han presentado en Balmoral, por ejemplo, con la ropa nueva, algo que es una suerte de pecado: la norma no escrita es que cuanto más viejo, mejor. Así se demuestra que andas mucho por el campo.
El Balmoral Test
Se dice que Isabel sometía a todas las novias de sus hijos a lo que se llamaba el "Balmoral Test", es decir los invitaba a pasar unos días y allí estudiaba si las chicas en cuestión conocían la etiqueta de la clase alta. Una vez, una novia de Carlos llegó y se sentó en la butaca de la reina Victoria. Isabel comenzó a gritar que se levantara de inmediato. A partir de ahí, el resto del fin de semana fue un calvario para la chica en cuestión. Su noviazgo con Carlos, obviamente, no sobrevivió mucho tiempo después de aquello.
Una de las pocas que pasó el "Balmoral Test" con unas notas excelentes fue una jovencita aristócrata hija de un conde llamada Diana Spencer. Al cabo de poco tiempo, se convirtió en princesa de Gales. Pero esta vez el test falló: Diana se había mostrado entusiasta con Balmoral y con todas las actividades campestres, pero después de su boda, repentinamente, todo lo que antes le había fascinado ahora le parecía horrendo. Se quejó que solo llovía y no quiso participar en los picnics que montaba su ahora suegra. Con el tiempo, Diana llegó a odiar sus meses en Balmoral.
Se dice que Margaret Thatcher también le cogió alergia al lugar y que contaba los minutos para irse. Ella, una mujer urbanita por definición, que no tenía ni tan siquiera calzado adecuado, no entendía la fascinación de Isabel por aquel lugar que le parecía horroroso. Cherie Blair, la mujer de Tony Blair, también llegó a odiarlo, pero en su caso por el protocolo: nunca se acostumbró a tener que cambiarse tantas veces de ropa y le molestó profundamente que la reina madre la mirase mal cuando apareció en un almuerzo vestida con pantalones.
Isabel nunca ha entendido por qué alguien puede odiar el lugar. Para ella, no deja de ser el lugar más maravilloso del mundo.
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