Durante décadas, Marivent fue sinónimo de verano de la familia real y muchos nos acostumbramos a ver a Juan Carlos, Sofía y sus hijos posar en las icónicas escaleras de piedra que dan a la entrada principal o disfrutar de una tarde tranquila en el porche. Antiguamente, cuando la política de comunicación --o, al menos, de imagen-- era irónicamente mucho más moderna que la actual y los posados eran infinitamente más informales e interesantes, incluso los fotógrafos pudieron inmortalizar a los príncipes jugando al ping pong o a la reina Sofía sentada en un butacón blanco vestida con tejanos.
Aquellas imágenes de Marivent contribuyeron como pocas a ofrecer una imagen de la familia real moderna y cercana y también a dar una nueva imagen del país al extranjero, un país que quería dejar atrás cuarenta años de dictadura y abrazar la democracia y todas sus posibilidades. Con el tiempo nos daríamos cuenta de que tras aquellas sonrisas se escondía una familia desestructurada y con muchos problemas, pero durante décadas las imágenes de Marivent funcionaron a la perfección.
Iba a ser un museo
Y eso que el palacio no se creó para ser residencia oficial de la realeza. Marivent, que en catalán significa "mar y viento", fue inicialmente el hogar mallorquín del ingeniero y artista de origen griego Joan de Saridakis, quien pisó la isla por primera vez en 1923 junto con su primera mujer, Laura Mounier. Saridakis había conseguido amasar una importante fortuna como ingeniero de minas en Chile y también había hecho sus pinitos en el mundo del arte, con cuadros, acuarelas y dibujos.
El matrimonio se enamoró de Mallorca desde el primer día y sobre todo de un fascinante enclave sobre un acantilado a cinco quilómetros de la ciudad de Palma. Compró el terreno de 33.000 metros cuadrados y con los años allí construyó la casa de sus sueños, una preciosa construcción de piedra que recuerda a un edificio medieval por sus torres y sus ventanas.
Saridakis vivió en su particular paraíso cuatro décadas y dejó por escrito que, a su muerte, Marivent pasase a manos de la Diputación para que lo convirtiera en un museo público. Durante años Saridakis había amasado una excepcional colección tanto de cuadros como de libros (con pinturas de Rusiñol, Joaquim Mir, incluso de Delacroix y alguna que otra atribuida a Picasso) y quería que los mallorquines la disfrutasen.
Objeto de un litigio
Saridakis murió en 1963 y la donación a Baleares se hizo efectiva dos años después. Sin embargo, a pesar de lo estipulado por escrito, el palacio no se convirtió en museo sino en residencia de verano de los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía. Por lo que se ha explicado, el entonces jefe de la Casa del príncipe, Nicolás de Cotoner, marqués de Mondéjar, era mallorquín y conocía bien la propiedad. Consciente de que los príncipes debían tener un lugar de vacaciones alejado del Pazo de Meirás, donde pasaba sus agostos la familia Franco, movió a todos sus contactos en la Diputación para que les asignaran el lugar.
Decían que a Sofía le gustó el lugar de inmediato porque le recordaba a su Grecia natal, y sobre todo a su querido Tatoi, el palacio donde creció, con el mar Mediterráneo de fondo y el olor a pinos. La primera vez que los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía llegaban a Marivent fue en agosto de 1973: arribaron en un sencillo Seat 1400 sin apenas llamar la atención y sin que la prensa dijera demasiado.
Obviamente, a los herederos de Saridakis no les hizo ninguna gracia este cambio de titularidad del objetivo y pusieron una demanda para reclamar todo lo que había dentro de Marivent, incluyendo la espectacular colección de arte, la biblioteca de más de veinte mil volúmenes y los muebles. La justicia les dio la razón y en Marivent se tuvieron que poner a empaquetar todo lo que había en el palacio.
El paraíso de Sofía
Patrimonio Nacional tuvo que acudir a toda prisa a subsanar la situación. Sofía se encargó de supervisar las obras de la casa para acondicionarla a sus gustos y pidió que los muebles fueran sencillos. El resultado de la decoración, según algunos que visitaron el lugar, dejaba que desear y los muebles se veían de mala calidad, pero el edificio era tan impactante que poco importaban las butacas de plástico.
Para Sofía, aquel palacio se convertiría en su verdadero hogar, el sitio al que siempre quería volver y en donde siempre ha asegurado sentirse más a gusto. Quizás por ello, a Letizia nunca le ha gustado --o eso dicen--. Letizia nunca se ha sentido cómoda en la isla, a donde acude "por trabajo". Lo de estar allí, aunque no haga nada más que pasear e ir de restaurantes, es para ella trabajo. Sus vacaciones comienzan en el momento en que se larga de la isla.
Aunque hay que puntualizar que, como ya hemos explicado en El Independiente, en realidad los reyes Felipe y Letizia no se hospedan desde hace años en Marivent, sino en Son Vent, una casa de quinientos metros cuadrados, con jardín y piscina, situada dentro de la misma urbanización pero con una prudencial distancia de por medio. Son Vent era inicialmente una masía que pertenecía al Ejército del Aire y que fue cedida en 1992 al entonces Príncipe de Asturias.
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