"Es tan bonito que necesitas decirlo dos veces", dijo el presidente Bill Clinton del pueblecito alemán de Baden-Baden. Y tenía razón: la localidad, situada en medio de la Selva Negra, es uno de esos raros ejemplos que aún perduran en Europa donde el tiempo realmente parece que se haya parado y puedas viajar a un pasado aristocrático poblado por reyes en calesas.
Ya en tiempos de los romanos, las aguas termales del lugar eran famosas y los balnearios --lo que hoy llamaríamos spas-- atraían a personas de todo el imperio. Con los siglos, la clientela se diversificó y, además de líderes, el lugar se llenó de artistas y sobre todo de escritores, en especial rusos. Turgenev tenía una casa en el pueblo, Gogol visitó Baden-Baden en varias ocasiones y Dostoyevsky lo perdió todo en el casino de la localidad (y escribió El jugador con sus experiencias).
Por cierto, hablando del famoso casino, dicen que es el más bonito del mundo y, entre otros famosos clientes, tuvo la suerte de tener Marlene Dietrich varias veces en él.
Una de las turistas más famosas
Pero no fue la posibilidad de jugar a la ruleta lo que atrajo a Baden-Baden a una de sus turistas más famosas: la mismísima reina Victoria de Inglaterra. A pesar de que muchas personas crea que Victoria nunca abandonó el Reino Unido y que, como muy lejos, fue a Balmoral, la verdad es que viajó bastante al extranjero. Su primer viaje al continente fue en 1843, al castillo de Eu, para visitar al entonces rey Luis Felipe I de Francia. Dos años más tarde puso rumbo a Alemania, primero a Colonia para visitar al Káiser Federico Guillermo IV de Prusia, luego a Mainz, Würzburg y una larga lista de pequeños ducados germanos con los que estaba emparentada tnato por parte de su madre como, sobre todo, de su marido, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha.
No fue hasta 1872 que no pisó por primera vez Baden-Baden. Fue a visitar la princesa Feodora de Leiningen, su hermanastra (hija del primer matrimonio de su madre) que estaba muriéndose. Las dos mujeres siempre habían estado muy unidas. Victoria, de hecho, solo podía jugar con ella cuando era pequeña porque tenía prohibido relacionarse con otros niños de su edad.
Cuando Feodora se casó, en 1828, con el príncipe Ernesto de Hohenlohe-Langenburg, se instaló en el castillo de Langenburgo, aunque de vez en cuando regresaba a Inglaterra. Por ejemplo, estuvo presente cuando Victoria fue coronada en 1838 en la abadía de Westminster. Cuando estaba en Alemania, las dos hermanas mantenían una copiosa correspondencia y Victoria se encargó de que, cada vez que su hermana pisaba Londres, recibiese una suma substancial de dinero para sus gastos.
Cuando Victoria se enteró en 1872 de que Feodora no se encontraba bien puso rumbo inmediatamente a Baden-Baden a pesar de que el clima político en Inglaterra no aconsejaba que la soberana abandonase el país.
Una visión chocante
Por aquel entonces, la localidad ya se había transformado en el pueblo de veraneo por excelencia de la realeza y la aristocracia europea y ofrecía los últimos lujos de la época: hoteles refinados, un bonito casino elegantemente decorado, hipódromos para disfrutar de las carreras de caballos y preciosos jardines. Lo que hoy llamaríamos celebrities se daban cita cada mañana en los balnearios y cada tarde en el casino. En un día cualquiera se podía ver pasear al Káiser de Alemania o al compositor Berlioz.
La reina Victoria se instaló unos días en la Villa Delmar y otros tantos en la Villa Hohenlohe. Sabemos que, además de estar con su hermanastra, tuvo tiempo para hacer algo de turismo y que le sorprendió mucho ver una virgen Maria hecha con hierros.
Una segunda visita
Aquella sería la última vez que Victoria viera a su hermanastra: el año siguiente murió. Seguramente por ello, la reina no regresó a Baden-Baden hasta 1880. Pero cuando regresó, lo hizo dos veces, la primera en marzo en lo que se denominaba "vacaciones de primavera". Victoria aprovechó para visitar a una de sus hijas, la princesa Alicia, que vivía en Darmstadt con sus dos hijos, y luego puso rumbo a Baden-Baden, donde se volvió a instalar en la Villa Hohenlohe.
Por lo que sabemos a través de su diario, le encantaba tomar los baños de aguas termales y también disfrutaba paseando por la preciosa alameda a las afueras del pueblo. Todo aquello conseguía relajarla. Sin embargo, en aquella ocasión no consiguió desconectar del todo: mientras ella estaba en Alemania, se celebraron elecciones generales en Inglaterra y su querido Disraeli, con quien había trabado una gran amistad, perdió la contienda.
Sin embargo, mientras estuvo tomando las aguas, todo fue paz y tranquilidad. Nunca olvidaría aquella calma.
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