Para cualquier persona que no esté familiarizada en exceso con la personalidad de Carlos III, el nuevo monarca de Inglaterra, seguramente le resultarán chocantes las salidas de tono con el que el nuevo rey nos está regalando estos días. En diez días hemos visto un recital de ademanes displicentes y quejas por las plumas, todo ello aderezado por unas cuantas palabrotas de clase alta británicas. Por ejemplo, cuando se le escapó all the bloody time!, que aquí traduciríamos por algo bastante fuerte.
Carlos, insisto, es así. Como ya señalamos en el perfil que le dedicamos, tiene una personalidad dual. Por un lado, cuando está de buenas, es de una amabilidad exquisita, con unos modales perfectos. Incluso una antigua niñera suya dijo que, de pequeño, trataba con tanta educación a sus perros que parecía que se estuviera dirigiendo a diplomáticos.
Los 'gnases'
Sin embargo, cuando está de malas, le sale un genio brusco y súbito, al igual que a su abuelo, Jorge VI, el padre de la recientemente fallecida Isabel II. Jorge VI incluso tenía un nombre para estos brotes coléricos: sus gnases, una palabra intraducible que quería referir a momentos en que perdía completamente los nervios y chillaba al primero que pasaba por delante. Eso sí, al igual que le sucede a su nieto, en cuanto recobraba la calma, era el primero en pedir disculpas y avergonzarse de lo sucedido.
Dicen que, de todos sus familiares, es precisamente a su abuelo a quien Carlos más se le parece. Ambos son personas frágiles y con excesiva tendencia al decaimiento y la melancolía. Ambos necesitan reafirmación constante y apoyo continuo. A la mínima, se hunden. También tienen manías muy marcadas y exigen que todo siga un orden y un protocolo muy marcado.
Muesli, fruta y miel
Carlos lleva ese ritual a todos los ámbitos de su vida, comenzando por su alimentación. Su obsesión por mantenerse delgado --algo que también obsesionaba a su padre, el duque de Edimburgo-- y su también obsesión por mantenerse sano hace que desayune muesli y fruta, y que no almuerce nada (como mucho un sándwich si está a punto de desfallecer). Antiguamente también tomaba huevos hervidos cada mañana --que debía hervirse cuatro minutos exactamente--, pero con el tiempo perdió la costumbre. Ahora, el nuevo rey comienza el día muy pronto y, mientras escucha la radio, se toma su dosis diaria de muesli, fruta fresca, miel y té, normalmente Darjeeling. El nuevo rey se hace acompañar allá donde vaya de una caja de madera donde se transportan seis tipos diferentes de miel.
Toda la fruta es siempre de temporada; le gustan especialmente las ciruelas, sobre todo si han sido maceradas en zumo. Una de las leyendas de Carlos dice que, cada mañana, el chef le preparaba en el desayuno dos ciruelas, pero que solo tomaba una. Un día, el chef solo le puso una y el entonces príncipe se cabreó. Resulta que quería tener dos para poder escoger la que más le agradase.
No almuerza
Todo su equipo sabe que han de comer algo muy contundente por las mañanas para aguantar durante todo el día sin volver a probar bocado. El nuevo rey no come nada desde la mañana hasta la hora del té. Al mediodía se toma una pausa, pero para salir a dar una vuelta, no para sentarse a la mesa. A la hora del té, aparte de la consabida taza del brebaje, Carlos toma pequeños finger sandwiches y algo de pastel de frutas. Como su madre, al nuevo monarca no le gusta que se tire nada de comida y exige que las sobras sean guardadas en tupperwares.
A diferencia del resto de británicos, que suelen cenar a horas en que muchos españoles aún están haciendo la sobremesa, Carlos sigue estrictamente los horarios de la clase alta y no cena hasta las ocho y media. Por lo que desveló un antiguo chef de palacio, su plato favorito es cordero con risotto de setas.
Eso sí, las setas han de venir de sus fincas y el cordero, de sus granjas orgánicas. En otoño no es difícil ver al nuevo soberano con una cesta buscando champiñones y otras setas, sobre todo las funghi porcini.
Por lo que se sabe, Carlos no toma nada de carne dos días por semana y hay un día a la semana en que no prueba los lácteos. Lo hace para contribuir a la mejora del medioambiente, una de las causas que más ha defendido siempre, incluso cuando era una causa muy controvertida en la que no creía prácticamente nadie.
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