Ana de Armas, flamante protagonista de Blonde, el biopic sobre Marilyn Monroe que ha estrenado Netflix, está cosechando aplausos por actuación. Y no es para menos: no solo la caracterización está increíblemente bien lograda, con el pelo platino tan icónico y un trabajo de imitación de la voz más que notable, sino que consigue dar con ese punto entre vulnerabilidad, sex appeal y tristeza a raudales que caracterizaba a la mítica actriz.
Marilyn Monroe era el perfecto ejemplo de mujer adorada por las masas y destrozada por dentro, y Ana de Armas ha sabido conjugar magistralmente a la estrella y a la mujer que había detrás del mito, al sueño de millones de personas y el ser repleto de heridas internas cuya vida fue una sucesión de tragedias. De niña abandonada en su infancia, a mujer abusada sexualmente durante décadas y usada por amantes como un muñeco roto.
Una verdadera pesadilla
Claro que no siempre se ha querido ver a la actriz así. Muchas de las biografías de la actriz, sin negar algunos episodios más escabrosos, han preferido centrarse en las luces y dejar de lado las tinieblas. Su vida se ha explicado como un cuento de hadas --de niña huérfana a actriz admirada por el mundo entero-- más que como lo que realmente fue, una verdadera pesadilla.
En realidad, hubo que esperar a que la escritora estadounidense y eterna candidata al Nobel Joyce Carol Oates se propusiera escribir sobre la actriz para tener una versión menos edulcorada. Blonde, de hecho, esta inspirada en la novela del mismo nombre que publicó Oates en el 2000. En ella, la autora presentó a una mujer poliédrica y compleja, vulnerable, frágil, repleta de heridas, complejos y adicciones, y explotada por todos aquellos que se acercaban a ella. A Oates no le interesaba la carrera cinematográfica de la icónica actriz de pelo platino, sino explicar el precio de la fama y la falta de escrúpulos de toda una industria que no dudaba en explotar y destrozar psicológicamente y sin reparos a jovencitas. Seguramente por ello, Blonde comenzaba el día antes del suicidio de la actriz (muerta por exceso de barbitúricos a la edad de 36 años).
El libro de Oates fue quizás el que mejor resumió la vida de esta mujer que el mundo vio como una estrella rutilante, pero donde ella no pudo escapar a los demonios y fantasmas que llevaba adentro. Es el análisis más brillante de una vida de excesos, de pasión y mucho sexo, en donde los placeres carnales enmascararon la necesidad apremiante de afecto. Marilyn, la mujer que poblaba los sueños eróticos de medio mundo, sólo quería que la quisieran. Ansiaba con todas sus fuerzas una paz interior que nunca logró. La suya fue una de las vidas más trágicas que se recuerdan en Hollywood. Y eso que, como demuestra el libro, tuvo más cerebro y talento del que el cine y la historia le quiso reconocer.
La verdadera cara
Porque lejos del nefasto estereotipo de rubia tonta y sin cerebro en el que estaba encasillada, la verdad era que Marilyn era una mujer inteligente y con talento. Era una lectora voraz de alta literatura y podría haber tenido una carrera seria si se hubiese centrado en explotar algo más que su indudable sex appeal. Sin embargo, a nivel emocional era tremendamente inestable debido, sin duda, a una infancia traumática: Marilyn nació en la pobreza, su madre tenía problemas mentales graves, de pequeña sufrió abusos constantes, fue violada mientras estaba con una familia de acogida y acabó en un orfanato de Los Ángeles. No es de extrañar que de adulta acabase mendigando constantemente cariño para compensar un vacío emocional inmenso. Pero esa misma necesidad desesperada de afecto la hacía presa fácil de personas sin escrúpulos que solo la querían para lucirla. Muchos de sus maridos y casi todos sus amantes fueron hombres increíblemente posesivos que la trataron como un mero trofeo con el que poder gozar y al que poder exhibir.
Entre ellos, el propio Kennedy. La rubia despampanante de curvas imposibles era el prototipo de mujer que a Kennedy más le gustaba para pasar el rato. Por aquel entonces, aunque seguía siendo el mayor icono erótico del mundo, la actriz vivía sus horas más bajas. A nivel sentimental, su vida era un desastre: se había divorciado de Joe DiMaggio —seguramente, el único hombre que la amó de verdad— y su consiguiente enlace con el prestigioso dramaturgo Arthur Miller, de quien estuvo muy enamorada, también había acabado en una sonada ruptura. Su carrera tampoco era muy boyante que digamos. No era ningún secreto que tomaba una gran cantidad de tranquilizantes y barbitúricos y que bebía en desmesura. Incluso apareció claramente borracha en la ceremonia de premios y apenas pudo mantenerse en pie y balbucear unas palabras cuando le entregaron un galardón. Algunas biografías aseguran que Marilyn se había intentado suicidar varias veces.
Un mero objeto
Cuando Marilyn y Jack se conocieron, ella se sentía tan sola que para seguir adelante se aferró a una fantasía delirante: llegó a creer seriamente que el mismísimo presidente de los Estados Unidos iba a dejarlo todo y casarse con ella, cual caballero medieval en un precioso cuento de hadas. Marilyn quiso creer —necesitaba creer— que las películas decían la verdad y que, después de sus muchas desgracias, ella también disfrutaría de un final feliz. Pero Hollywood mentía descaradamente y a Marilyn sólo le esperaba un trágico destino.
Desde luego, Jack no tenía ningún interés en hacerle de terapeuta, mucho menos en renunciar a todo por ella. Tan sólo quería tener sexo con la mujer más deseada del planeta. Para él, poseer a Marilyn era una simple cuestión de poder y dominación.
Como lo era para tantos otros. Y ella lo sabía. Al cabo de muchos años, Marilyn no pudo más y tomó una dosis mortal de somníferos y cuarenta cápsulas de Nembutal. Al cabo de unas horas, el ama de llaves Eunice Murray la encontró muerta en la cama. Estaba boca abajo y completamente desnuda. Tenía tan sólo treinta y seis años.
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