En las primeras páginas del libro de Nacho Gay, Urdangarín. Relato de un naufragio (La Esfera de los Libros), se reproduce una conversación entre el ex duque de Palma y un párroco dentro de la cárcel de Brieva, en Ávila, en la que Iñaki cita unos versículos de la Biblia referentes a Poncio Pilato: "Les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado...". "Pues esa es también mi historia, padre", sentencia Urdangarín.
En un primer momento, él se presenta así, como una víctima ante un cura, el padre Galán, con el que charló con frecuencia durante su estancia en la cárcel de Brieva. Un mero cabeza de turco que tuvo que pagar por los pecados de otros y cuya condena vino a expiar los problemas de los demás. Un Jesús inocente frente a un Barrabás al que absuelven para contentar al pueblo. Un simple peón que tuvo que caer para que otras piezas --del rey al caballo a los alfiles-- pudieran respirar tranquilos.
¿Cómo se sobrevive tres años en la cárcel cuando piensas que tu condena es injusta y los que deberían estar en prisión son otros? Y, sobre todo, ¿cómo se sobrevive cuando has llegado a lo más alto, lo has tenido todo y, de repente, todo se ha esfumado y te has visto entre barrotes? Y, ya que estamos puestos, ¿cómo se vive el fin de un matrimonio que parecía sacado de una película cursi de Disney y acabó convirtiéndose en una suerte de serie de Sorrentino?
Estas son las grandes preguntas que el periodista Nacho Gay se formuló al principio de su libro, Urdangarín. Relato de un naufragio, un título con ecos de Gabriel García Márquez que, como en el caso de la novela del colombiano, sirve de introducción a los secretos y enredos de una historia que se ha explicado mil veces pero de la cual aún quedaban muchos elementos por analizar.
Esto, de hecho, es lo más interesante de la obra: empiezas las primeras páginas creyendo que no te van a desvelar nada nuevo --¿qué se va a decir que no se haya dicho ya?, pensé yo-- y, al poco de leer, ya te ha descubierto detalles y perspectivas que no te habías ni planteado. Quizás sea por la manera de narrar: el libro es una suerte de historia con tintes novelados que reproduce con la adrenalina de un thriller el auge y caída de un hombre que pasó de los altares al infiernos en cuestión de segundos. Y que narra con la precisión del escalpelo de un cirujano las vivencias, sentimientos, anécdotas y pesadillas que vivió Urdangarín en la cárcel de Brieva a través de un elenco de personajes secundarios --el padre Galán, el personal de la cárcel, algunos con nombres reales y otros inventados para preservar su anonimato-- que han desvelado detalles hasta ahora inéditos.
La historia de una caída
El libro comienza, curiosamente, por el final: hace una reconstrucción minuciosa y muy interesante del famoso paseo de Iñaki con Ainhoa Armentía y de las fotografías que dieron la vuelta al mundo y finiquitaron el matrimonio de Urdangarín con la infanta Cristina. Fue la manera de dar carpetazo, de poner el punto y final definitivo a una historia que había comenzado, supuestamente, como un cuento de hadas y había acabado en el Averno tras pasar por estadios dantescos.
A partir de ahí, Nacho Gay vuelve al principio, a aquella fatídica tarde del 18 de junio, a las 8.13 horas, cuando Iñaki ingresó en la prisión de Brieva con "un pantalón vaquero, un polo y unas deportivas" y se topó con un lugar que, aunque lúgubre y decrépito, se había acondicionado para hacerle la vida más llevadera. Se habían pintado las paredes y se le había destinado "una sala de estar, una habitación con baño incorporado y un patio exterior de unos cien metros algo sombrío porque estaba orientado al norte". "Ni rastro de los habituales barrotes o las puertas de hierro forjado con pestillo king size", apunta Nacho Gay. Incluso disponía de "una especie de reducto gourmet en un pequeño rincón que hacía las veces de office, sin cocina, pero con cafetera y un pequeño refrigerador". Y, sobre todo, contaba con una cama de matrimonio (y, meses más tarde, con una bicicleta estática de última generación que le regalaron y que consiguió que le instalaran). El lugar parecía más "un piso cochambroso de estudiante más que una celda". En un momento de la narración, el autor lo describe como un "apartamento de soltero en medio del agreste campo abulense, una especie de casa rural si mucha solera".
Pero que la prisión no recordase a Alcatraz y que tuviera bastantes privilegios no quiere decir que su estancia allí no le impactara. "Novecientos treinta y nueve son muchos días, y sus correspondientes novecientas treinta y nueve noches se hacen aún más intensas", explica Nacho Gay.
Las conversaciones inéditas con el párroco de Brieva
Urdangarín parece encontrar refugio en sus recuerdos y, sobre todo, en sus conversaciones con el capellán de Brieva, el simpático padre Galán, práctico, sensato y algo deslenguado al que se le escapan, de vez en cuando, unas cuantas palabrotas. Nacho Gay se encarga de reproducir con flashbacks y con diálogos muy detallados todo lo que se le debió pasar por la cabeza al ex-duque de Palma y todo lo que le dijo al sacerdote (es la primera vez que alguien tiene acceso a esas conversaciones).
El libro, por ejemplo, da a conocer un listado que escribió Urdangarín al poco de ingresar en prisión sobre sus principales preocupaciones. Era una especie de guion de lo que quería hablar con el padre Galán. Éste "pasó casi una hora durante el primer encuentro intentando descifrar, a pesar de sus crecientes problemas de vista, cuál era el concepto que Iñaki había subrayado varias veces con bolígrafo en ese revelador e íntimo documento". El concepto era "matrimonio". A Urdangarín le angustiaba pensar cómo poder salvar una unión con la infanta Cristina que había tenido que aguantar presiones, disgustos, escándalos, juicios, nervios y un continuado escarnio público. Y cómo mantener su relación con sus hijos, unos niños que habían tenido que aguantar que sus propios compañeros de colegio les chillasen "ladrón" y "chorizo".
"Jamás he traicionado a mi esposa"
Frente a aquello, el bueno del párroco demuestra una psicología fuera de lo común. Me atrevo a decir que es el personaje más interesante del libro, con su sinceridad y su manera de hablar directa y tajante. Reconoce, por ejemplo, que se dio cuenta enseguida de que entre Iñaki y Cristina las cosas no iban bien, que había una gran distancia física entre ellos cuando se vieron en la cárcel. Tanta, de hecho, que un día, mientras el ex-duque hacía ejercicio, le preguntó a bocajarro si le había sido infiel a su esposa. Iñaki, indignado, le contestó que "jamás he traicionado a mi esposa".
Es una de las revelaciones más interesantes del libro. Pero hay más. En otro momento, el capellán asegura que Iñaki sentía "un sentimiento de decepción como marido por el comportamiento de su esposa en los últimos años, al contrario de lo que piensan casi todos los mortales: que ella ha sido siempre la víctima y él, el verdugo". Es una afirmación interesante que desmonta muchos de los estereotipos que nos habíamos formado alrededor de esta historia.
Pero hay algo que se mantiene intacto del relato que todos conocíamos: ésta no deja de ser la historia de un tipo algo caradura que se creyó Dios, tocó los cielos y acabó en los infiernos. Su arrogancia le nubló el entendimiento y le hizo pensar que no había nada ilícito en todo el entramado de negocios turbios que fue construyendo poco a poco. Pero sí que lo había y acabó pagando por ello. Puede que otros también se hubieran merecido entrar en prisión tanto o más que él, pero él entró en Brieva por motivos de sobra. Aunque él se quisiera presentar como un Jesús en manos de un Poncio Pilato que salvó a Barrabás para contentar al pueblo.
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