Sale Gepetto y un niño de madera que cobra vida, pero el Pinocchio del aclamado director mexicano Guillermo del Toro tiene poco que ver con la simpática y entrañable película de Disney de 1940 que todos recordamos. Aquí todo es más oscuro y trágico, que por algo estamos delante de una creación del autor del Laberinto del fauno y Crimson Peak. Pero oscuro aquí no quiere decir poco interesante; al contrario. Pinocchio es deslumbrante, una película que tiene todos los visos de convertirse en un clásico instantáneo.
Para empezar, la película, que se estrenará en Netflix el 9 de diciembre, es visualmente impactante, una deliciosa y delicada obra de arte hecha en stock motion que nos recordará por qué el cine está considerado el séptimo arte. Pero es oscura y tétrica en el sentido psicológico del término. Pinnochio explora temas profundos bajo la apariencia de una película (supuestamente) infantil. Comienza en un cementerio y nos presenta de entrada a un Gepetto carcomido por la pérdida de su hijo Carlo. El hombre, ya anciano, está tan desesperado por devolver a la vida a su hijo muerto que, al no poder resucitarlo, en una noche en que está borracho da forma a un crío de madera que, a través de la magia, cobra vida.
Por si esto no ofrecía ya de por sí suficiente material a la historia, Guillermo del Toro decidió recrear la acción en la Italia fascista de Mussolini, algo que ya se ha convertido en una especie de marca de la casa. Su película El laberinto del fauno estaba situado en la España de 1944, al principio del franquismo, mientras las tropas fascistas buscaban rebeldes por toda la geografía. Ahora sitúa la acción algo antes, en la década de los treinta, cuando el fascismo atraía a miles de personas en Italia.
Un personaje usado por Mussolini
Lo cual tiene sentido. El personaje original, creado por un tal Carlo Lorenzini, apodado Collodi, allá por 1882, no se creó con fines ideológicos, pero sí moralistas. Collodi escribió Le avventure de Pinocchio. Storia di un burattino para enseñar a los niños los problemas derivados de la irresponsabilidad, el no querer las normas y el empeñarse en solo divertirse. En sus páginas, la marioneta sólo hacía que portarse mal y su imprudencia e impulsividad lo conducían a peligros innecesario.
Sin embargo, la Italia fascista retorció la historia original y usó al simpático Pinocho como propaganda para los más pequeños. A partir de la década de los veinte se empezaron a publicar historias basadas en la marioneta en donde Gepetto era un antiguo soldado italiano que había luchado con honor y ahora simpatizaba con las ideas fascistas. El niño de madera se enfrentaba a una marioneta, de nombre Nicolaccio, que era comunista y se dedicaba todo el rato a dar discursos grandilocuentes con palabras rocambolescas para expresar ideas tan vacías como absurdas.
Una especie de venganza
Guillermo del Toro ha parecido querer vengarse de semejante transgresión y en su película presenta a un Pinocho rebelde que, al principio, es tentado por la acción y la adrenalina, como tantos otros jóvenes italianos que se unieron al fascismo más movidos por el afán de tener algo que hacer que por un corpus ideológico bien definido.
Cuando Pinocho nade --o, más bien, cuando una especie de hada le confiere vida--, la pequeña marioneta tiene energía a raudales y no para de moverse. Su padre es viejo y está carcomido, una metáfora perfecta de esa Italia que se ha movido por el honor pero solo ha cosechado desilusiones. Al principio, Pinocho quiere ser un niño obediente y sensato, seguir las normas y portarse bien, pero pronto descubre que tiene demasiada energía dentro como para ser dócil. Además, no le es fácil encajar entre otros niños que no entienden que él es al mismo tiempo diferente pero igual que ellos.
Pinocho quiere dar rienda suelta a su impulsividad, ver mundo, vivir aventuras, sentirse vivo realmente y, sobre todo, aceptado. Y se une a un grupo de artistas circenses para disfrutar de las luces y el estrellato. Pero aquello encierra una terrible trampa y a Pinocho le sucederán una serie de desgracias.
La vuelta al original
En la película, Guillermo del Toro se aleja lo más posible de la iconografía de Disney y se acerca a la historia original. Tal como lo ideó Collodi, el libro es una mezcla entre humanos y monstruos que interactúan sin parar. Pinocho es robado y un par de personajes siniestros intentan ahorcarlo; luego lo transforman en un burro para arrancarle la piel y venderlo, pero en un intento desesperado por escapar, acaba medio ahogado; Gepetto también es devorado y termina en el vientre de una ballena.
En el fondo, es la historia perfecta para un tipo como Guillermo del Toro, acostumbrado a ofrecer en sus películas fábulas oníricas repletas de criaturas que quieren dar miedo pero inspiran una gran ternura. Aquí hace precisamente eso: rodea a Pinocho de personajes siniestros y lo pone en un escenario terrorífico y con el peligro siempre acechando. Pero lo hace a su manera: con personajes en principio sencillos pero repletos de matices, que rompen estereotipos, se equivocan, yerran y vuelven a caer en las trampas del destino.
Parece mentira que Guillermo del Toro haya tardado tanto tiempo en hacerlo. Pinocho era la historia que siempre lo ha estado esperando.
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