Hay pocas sagas que se adapten mejor al universo cinematográfico y estético del icónico director Tim Burton que La familia Addams, hasta tal punto que el cineasta fue uno de los candidatos más firmes para dirigir la adaptación que se hizo en los noventa del popular cómic de los años treinta y de la serie televisiva de 1964.
Finalmente, no pudo ser (Burton estaba por entonces inmerso en la dirección de Batman Returns) y el proyecto cayó en manos de un tal Barry Sonnenfeld, que no había dirigido una película en su vida pero que había destacado como flamante director de fotografía para los hermanos Coen. Muchos dudaron de que una persona sin experiencia pudiera llevar a buen puerto semejante proyecto y, por si fuera poco, la grabación fue un verdadero quebradero de cabeza. No solo se alteró el guion varias veces (en la primera versión, Fétido era el malo), sino que hubo que cambiar al director de fotografía a mitad del rodaje y uno de los actores principales, Raul Julia, que hacía de Gómez Addams, sufrió un aparatoso problema ocular (se le reventó una vena del ojo), lo que retrasó aún más el ya de por sí pospuesto proyecto.
Una película icónica
Sin embargo, una vez se superaron todos los imprevistos y La familia Addams se pudo estrenar en noviembre de 1991, la película no sólo arrasó en taquilla (solo en Estados Unidos consiguió más de 113 millones de dólares), sino que Sonnenfeld ofreció un recital: parecía que aquella era la verdadera, la canónica, la fetén familia Addams. Todo lo demás (el macabro y cínico cómic de Charles Addams para el New Yorker en los años treinta, la no menos oscura y deliciosa adaptación televisiva en blanco y negro de 1964 dirigida por David Levy y Donald Saltzman), se quedó en cuestión de segundos en meros intentos, precuelas sin mucho interés.
No solo eso: cualquier persona de la generación millenial o anterior no puede pensar en los Addams sin que le vengan a la cabeza Anjelica Huston como Morticia, Raul Julia como Gomez Addams, Christopher Lloyd como tío Fétido y, por supuesto, Christina Ricci como Miércoles. Ellos fueron los arquetipos que definieron a la perfección unos personajes tan macabros, sórdidos y extraños, cínicos y obsesos, como entrañables. Eran aristocráticos, pero resultaban próximos; les encantaba el terror y se movían entre sangrientos juegos, pero parecían familiares. La película trataba los asesinatos y descuartizamientos, los envenenamientos y acuchillamientos con total naturalidad, como si fueran divertidos entretenimientos y no crímenes crueles y sádicos.
Una saga que nunca llegó
Todo ello reclamaba, por supuesto, no una película aislada, sino una saga larga y extensa. Y la verdad es que se intentó: en 1993 salió una segunda parte (para que nos entendamos: es cuando Miércoles se va de campamento). Desgraciadamente, no consiguió repetir el éxito de la primera y se quedó muy lejos de recaudar lo que se esperaba. Entre ese pequeño inconveniente y que Raul Julia murió en octubre de 1994 de cáncer de estómago, los productores dejaron a la familia Addams apartada en un rincón durante años. No fue hasta finales de los noventa que se les rescató para una serie canadiense (La nueva familia Addams) que no tuvo demasiado recorrido. Hace poco que los siniestros pero simpáticos protagonistas regresaron a las pequeñas pantallas con dos películas animadas orientadas al público familiar que tuvieron mejor suerte.
Pero faltaba alguna producción de gran formato y mejor presupuesto. Algo potente que devolviera a los Addams a las pantallas por la puerta grande. En esta era, eso significaba que algunas de las plataformas de streaming se animaran a tirar adelante el proyecto. Y Netflix saltó a la palestra con lo que, en principio, parecía el sueño cumplido de todo fan de los Addams: un coming of age de Miércoles dirigida por Tim Burton. Centrarnos en los años adolescentes y díscolos de Miércoles en un internado mientras alguien intenta asesinarla. Y encima Christina Ricci iba a aparecer.
La serie de culto tendrá que esperar
Todos los astros parecían alienados para que Miércoles, la nueva serie de Netflix, fuera un éxito. Y la verdad es que, después de que ya lleva varios días de emisión, está siendo vista por millones de personas. Pero se ha quedado lejos del producto de culto que muchos esperábamos ver. En realidad, aunque las intenciones eran buenas, todos los actores parecen haber puesto de su parte y los primeros capítulos prometen (y hacia el final la serie repunta), la verdad es que, en conjunto, Miércoles cae en clichés impropios de Tim Burton. Es más: a veces tienes más la sensación de estar viendo un remake de Buffy, la cazavampiros o una adaptación gótica de Harry Potter. Todo ello con una música que parece inspirada en la banda sonora de Bridgerton.
Siendo ecuánimes, la verdad es que la actriz protagonista, Jenna Ortega, se mete en el papel y, en ocasiones, lo hace suyo. Era muy difícil dar vida a alguien que ha sido brillantemente interpretado antes, pero Ortega parece salir airosa del reto en los primeros capítulos. Es capaz de parecer inexpresiva, cínica, macabra y tiene golpes de diálogo ingeniosos. Bajo una fachada insípida, notas que se esconden un torbellino de emociones adolescentes. Su rebeldía y ganas de alejarse lo más posible de su madre la hacen interesante.
Sin embargo, el guion no la ayuda demasiado. La trama de Miércoles gira entorno a una Miércoles adolescente que, expulsada del instituto "normal" a donde acude (es lo que tiene volcar pirañas en una piscina), es matriculada en Nevermore, un internado para outcasts, es decir, personajes que parecen sacados de películas de terror, de licántropos a sirenas a personas con poderes psíquicos y posibles monstruos disfrazados. En principio, es el internado perfecto para alguien como Miércoles, y ahí, de hecho, es donde acudieron sus padres y se conocieron.
Pero, como sucede en Harry Potter, la cosa se complica y las tramas empiezan a hacerse complejas. Miércoles se verá inmersa en una serie de muertes despiadadas que sacuden al pequeño pueblo de Jericó, donde está el internado. Se sospecha de un monstruo, pero pronto nos encontraremos con una profecía, sociedades secretas, un terrible secreto de hace siglos y un misterioso libro que explica el futuro de Miércoles.
Todo ello aderezado con romances adolescentes a cada cual menos creíble y una retahíla de personajes irregulares. Tenemos a la directora del colegio, Larissa Weems (una soberbia Gwendoline Christie, a quien ya vimos en Juego de Tronos) y a la compañera de habitación de Miércoles, Enid Sinclair (una licántropa repleta de brilli-brilli que sirve de contrapunto perfecto a los aires góticos de la protagonista). También tenemos a la señorita Thornhill (Christina Ricci), responsable, en principio, de velar por Miércoles. Y a un estudiante con aires bohemios y artísticos llamado Xavier (Percy Hynes White), que acabará intentando ligar con Miércoles, lo cual dará pie a escenas un tanto forzadas y surrealistas.
Los guionistas de la serie, Alfred Gough y Miles Millar, creadores también de Smallville, estaban más que acostumbrados a mezclar tramas y a surfear con naturalidad entre el mundo humano (o de "normies") y lo sobrenatural. Pero aquí se quedan en la superficie y, en vez de ofrecernos una cinta gótica con toques terroríficos, al estilo de Stranger Things, se queda en una especie de Crónicas Vampíricas sin demasiado suspense. Se echa de menos la capacidad de enganchar realmente al espectador y, una vez los elementos del misterio están expuestos, su solución es tan obvia que tan solo queda esperar a que se confirmen las sospechas.
En realidad, lo más destacable de la serie es la Cosa, una mano que logra caer simpática y que se acaba convirtiendo en el alma de Miércoles. Quizás debería ser la protagonista indiscutible de la segunda parte. O de la secuela.
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