En los últimos meses, la emperatriz Isabel de Austria, la mítica Sissi, no para de aparecer en las pantallas. Ya llevamos dos series juveniles, una en Disney+ y otra en Netflix, y hace unos días apareció en cine Corsage, aquí traducido por La emperatriz rebelde, una película de Marie Kreutzer.
Sin embargo, a pesar de la renovada intensidad, ninguna parece captar la verdadera esencia de esta emperatriz tan fascinante como compleja, tan atormentada como adelantada a su tiempo. Sissi sigue despertando admiración décadas después de su muerte (fue asesinada por un anarquista italiano en Suiza) porque era inclasificable, rebelde, carismática y libre, un personaje que más que parecer al siglo XX parecía insertada en nuestro tiempo. Su vida, además, da para varias películas, desde luego. Tal fue el nivel de tragedias con las que tuvo que lidiar, de la muerte de su hija Sofía cuando apenas era una niña al supuesto suicidio de su hijo Rodolfo, un macabro episodio que todavía está por esclarecer.
Descubrir a la verdadera Sissi
La verdadera Sissi, insisto, da para mucho y es una verdadera lástima que aún para la mayoría siga siendo el estereotipo de mujer que encarnó Romy Schneider en la famosa trilogía de los años cincuenta. Para muchos, Romy Schneider sigue siendo Sissi, pero una Sissi de cuento de hadas, edulcorada hasta la saturación y atrapada en una historia que poco tenía que ver con lo que pasó en realidad. La propia Schneider, quizás como acto de venganza, volvió a protagonizar muchos años después al personaje en una película de Visconti, Ludwig, que ofreció una imagen muy distinta de la jovencita inocente, tímida y aniñada que aún poblaba la imaginación de millones de personas de todo el mundo.
Es una lástima que esa Sissi que apareció fugazmente en Ludwig no haya sido rescatada más veces y se haya llevado a la pantalla a la verdadera emperatriz, una mujer que quería ser libre pero vivía atrapada en una jaula de oro. Muchos, de hecho, esperábamos que Corsage, La emperatriz rebelde, hiciera precisamente eso. Recuperar a Sissi del mito y el estereotipo. Desgraciadamente, solo lo consigue en parte.
Luces y sombras
Comencemos por lo bueno. Si alguien podía hacer el papel de emperatriz Sissi esa era la actriz luxemburguesa Vicky Krieps, una mujer de un talento descomunal a quien ya habíamos visto (y admirado) en la brillante El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson. Krieps tiene ese talento innato que hace que cualquier interpretación resulte natural y llena de capas.
Además, su propia belleza etérea resultaba perfecta para encarnar a una mujer de quien en su época se llegó a decir que era la mujer más hermosa de Europa. Aunque ahora cueste de creer, Sissi fue en su momento un auténtico fenómeno de masas, equivalente a lo que décadas más tarde serían Jackie Kennedy o la malograda Diana de Gales.
Sin embargo, esa belleza descomunal también se convirtió en su principal trampa: acabó tan obsesionada con su apariencia, que llegó a desarrollar anorexia y se sometió a una sucesión de dietas tan absurdas como peligrosas. Además, no paraba de hacer ejercicio intensivo --muchos aseguran que sufría vigorexia-- y podía pasarse una mañana entera montando a caballo para luego dar un paseo a marcha ligera durante horas.
Una Sissi compleja
En Corsage vemos a esta Sissi compleja y deseosa de romper las cadenas a las que está aferrada desde que se casó con dieciséis años con el emperador Francisco José. Está muy bien que la película haya querido enseñar a esta Sissi ya madura --al principio de la película cumple cuarenta años, una edad que entonces se consideraba muy adulta--. Sin embargo, el problema está en que exagera mucho la personalidad de la emperatriz hasta que la acaba diluyendo. Sissi era compleja y, en muchos sentidos, muy excéntrica, pero no llegó nunca a algunos de los niveles que vemos en la película.
Tampoco su relación con Francisco José fue exactamente como lo muestra en la película. En La emperatriz rebelde vemos una relación en muchos sentidos tóxica, cuando en realidad él fue sumamente amable con ella y fue, sin duda, quien más la apoyó. Personalmente no creo que se produjera nunca la gran historia de amor que nos vendieron las películas, pero sí que estoy convencida de que hubo mucho cariño entre ellos. Y, aunque la pareja vivió muchos altibajos, sí que hubo cariño hasta el final.
La ambientación también es un gran problema en la película. Está muy bien el ambiente intimista y de claroscuro, pero el problema es que los palacios de Viena no eran exactamente así. Más bien lo contrario: en las películas aparecen espacios casi vacíos y roídos, cuando la verdad es que el Hofburg y ya no digamos Schönbrunn eran el súmmum del lujo. En muchas ocasiones, la película recuerda más a Barry Lyndon que al Imperio austrohúngaro.
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