En 1903 se publicó en España el libro La inferioridad mental de la mujer del neurólogo Paul Julius Moebius, (apoyado por reputadas figuras científicas como Gregorio Marañón). Un año antes, en 1902 nació en Viveiro (Lugo) Ana María Gómez González, conocida artísticamente como Maruja Mallo. Una de las artistas españolas más importantes del siglo XX, que abrió el camino para que una sociedad que miraba para otro lado, comenzara a reconocer los méritos de la aportación femenina al arte.
Este es el ambiente social en el que vivió Maruja Mallo. Artista precoz, entró en la Academia de San Fernando de Bellas Artes y se desenvolvió sin pudor ni complejos entre sus compañeros. Inmediatamente se hizo amiga de Lorca, Buñuel y Dalí. Con ellos descubrió las juergas nocturnas del Madrid de la época, los avances científico-culturales de principios de siglo, el psicoanálisis, las vanguardias... También conoció allí a Rafael Alberti, con quien mantuvo una relación romántica que inspiró a ambos.
TÚ,
tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas. Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.
Despiértame.
Rafael Alberti, 'Ascensión de Maruja Mallo al subsuelo'
Mallo compartió esos años de efervescencia cultural junto al poeta con quien mantuvo una relación de 5 años, entre 1925 y 1930. Ambos se vieron beneficiados en el plano artístico. Alberti en sus Sermones y moradas realiza transcripciones poéticas de los cuadros de Mallo e, incluso, algunos de los poemas de Sobre los ángeles están directamente inspirados en las obras de Maruja.
La gallega en esos momentos había entrado en contacto con los artistas de la denominada Escuela de Vallecas (Luis Castellanos, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia) y había comenzado a realizar su serie Cloacas y campanarios. Dicha serie representa, dentro de la trayectoria artística de Mallo, la más cercana a los planteamientos del Surrealismo, tanto que fue profusamente admirada en París por Paul Elouard e, incluso, el propio padre del movimiento, André Breton, adquirió uno de los lienzos (El espantapájaros, 1929).
Alberti y Mallo trabajaron mucho juntos, el libro Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos, dedicado a los cómicos del cine mudo, lo ilustró ella.
Del mismo modo, cuando se produce el debut de las colaboraciones de Rafael Alberti en el periódico ABC, publicando el 9 de noviembre de 1930 los poemas Chuflillas de “El niño de la Palma”, Joselito en su gloria y Seguidillas a una extranjera, Maruja Mallo es la encargada de ilustrarlos.
Ésta última publicación supone el postrer documento de la relación artística y afectiva que vinculó a Alberti y Mallo, ya que en enero de 1931 el poeta se fugó a Mallorca con la escritora María Teresa León, abandonando a Maruja Mallo y negándola desde entonces hasta la muerte de María Teresa León. Sólo entonces, 50 años después, Alberti reconoció en un artículo en El País su relación con Maruja Mallo y todo lo que le debía como pintora y como mujer.
Lo primero que llama la atención en su juventud es que no se parece en nada a las mujeres de los pintores impresionistas. Mallo transformó la figura femenina de la época, presentando a una mujer dinámica, libre de restricciones sociales. Buscó un nuevo lenguaje pictórico que proyectara una nueva mujer. Un arte de vanguardia al servicio de una idea moral que dota a la mujer de nuevos significados y valores.
Curiosamente, su consagración artística le llegó el año de su crisis personal tras la ruptura con Rafael Alberti. La artista vivió momentos difíciles, pues incluso Buñuel comenzó a despreciarla por no aceptar su actitud transgresora.
En medio de esta crisis personal, sufrió un accidente de tráfico que casi le cuesta la vida. Sus cuadros se volvieron oscuros, sombríos, confluyendo con la Escuela de Vallecas. A esa época pertenecen la materia en descomposición, osamentas, despojos y elementos de la naturaleza que aluden al paisaje castellano baldío en Basura, 1930 y Tierra de excrementos, 1932.
Abandonada por Alberti, aceptó la beca que ambos pidieron para ir juntos a París. Allí conoció a Magritte, André Breton, Paul Elouard, alcanzando cierto prestigio internacional.
A finales del 32, cuando regresó a España, inició una etapa en el que sus ideas revolucionarias y su compromiso con la República pasaron a primer plano. Marulla Mallo abandonó la ley de la destrucción por la evolución de la construcción, a través de la geometría y las matemáticas. Donde antes solo veía despojos, comenzó a ver un futuro.
Miguel Hernández y un trotskista, entre los amores de Maruja Mallo
Aparte de su relación frustrada con Alberti, Mallo también vivió una historia de amor con Miguel Hernández, que, como sucedería con el poeta gaditano, también dio grandes frutos artísticos. En el caso del poeta, la pintora inspira los principales versos de la obra El rayo que no cesa, en el que muestra la satisfacción, primero, y el pesar después por una relación a la que acabó poniendo punto final la pintora, lo que no impidió que ambos mantuvieran contacto y siguieran colaborando.
Con el alicantino, Mallo recorrió los campos de Castilla (según ella, fueron los primeros en hacer autostop) en busca de inspiración. Un periplo que reflejó después en cuadros como Construcciones rurales. Esa mirada al campo, social y revolucionaria dio lugar a una de sus obras más famosas, Sorpresa del trigo, en 1936.
La guerra civil pilló a Mallo en su natal Galicia, con el sindicalista trotskista Alberto Fernández Mezquita, su gran amor tras Alberti, mientras participaban en las Misiones Pedagógicas. Él huyó a Portugal, pero fue deportado y encarcelado y ya nunca más volvieron a verse. Ella permaneció varios meses oculta con unos familiares y consiguió salir del país con una invitación para dar una conferencia en Buenos Aires, donde pasó casi tres décadas de exilio.
Desde el exterior triunfó y expuso con éxito en París, Brasil y Nueva York, mientras en España su nombre fue borrado por la dictadura, hasta su triste regreso en 1961.
La única pintora que apareció en la Revista de Occidente, aclamada por los surrealistas franceses en París, acogida en Sudamérica como una gran artista y reconocida en la Gran Manzana volvió a la España franquista como una don nadie. Y es que hasta la llegada de la democracia, no comenzó a desvelarse el velo de ostracismo que ocultaba su magnífica trayectoria.
La primera Hija adoptiva de Madrid
La caída del franquismo en España ha sido inversamente proporcional al auge de muchas figuras femeninas importantes de nuestra historia. En el caso de Maruja Mallo, su nombre comienza a aparecer tímidamente entre los grandes artistas españoles del siglo XX gracias a los reconocimientos tardíos que acabó recibiendo.
En 1982, obtuvo la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, concedida por el Ministerio de Cultura, en 1990, la Medalla de Oro de la Comunidad de Madrid y en 1991 la Medalla de Galicia.
Uno de los últimos reconocimientos ha sido el de Hija adoptiva de la ciudad de Madrid, concedido a título póstumo el pasado 20 de diciembre. Mallo ha estrenado el primer puesto femenino en esta lista, ya que de las 26 personas que figuraban en ella hasta ahora, todas ellas eran varones.
Este reconocimiento se ha querido hacer extensivo al conjunto de todas las artistas que conformaron Las Sinsombrero, un grupo de mujeres que rompieron moldes a principios del siglo XX para reclamar mayor relevancia femenina en las élites artísticas e intelectuales españolas. Una posición que mujeres como Maruja Mallo se empeñaron en justificar.
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