Gregorio Luri (1955) es una de las grandes voces del pensamiento contemporáneo en nuestro país, uno de esos valientes que continúan portando con orgullo la etiqueta de filósofo en un tiempo en el que la reflexión sobre el presente se antoja tan compleja como arrolladora para todo el que trate de acercarse a su corriente.
Imprudente en lo filosófico, pero todo lo contrario en lo político, Luri reivindica la serenidad en la época del escándalo, calma en los tiempos de la catástrofe y el sentido de la realidad en el jardín de la relatividad. El filósofo y pedagogo navarro escribe sobre todo esto en En busca del tiempo en que vivimos (Destino), un libro que no pretende arreglar el mundo, pero sí proponer ciertos interrogantes que cuestionan el signo de los tiempos que vivimos para entenderlo mejor, o al menos intentarlo.
Gregorio Luri es maestro, licenciado en Pedagogía, doctor en Filosofía y autor de los ensayos ¿Matar a Sócrates?, Elogio de las familias sensatamente imperfectas y La imaginación conservadora, entre otros. A lo largo de su trayectoria ha recibido el Premio de ensayo Juan Gil Albert 2001, Premio Ensayo Breve 2004, Premio Mejora tu Escuela Pública, 2017 y la Medalla de Carlos III el Noble del Gobierno de Navarra.
Pregunta. Hablar a toro pasado es fácil, pero analizar lo que ocurre con el ser humano en la actualidad, hacer un retrato de su presente es otra historia. ¿Cómo afrontas ese reto en un libro?
Respuesta. Es difícil porque el presente nunca se te da como unidad, siempre ves aspectos que están ahí y muchas veces cuando intentas construir una unidad con esos fragmentos el presente ya ha dado tres pasos y está en otro sitio. Por otra parte siempre hay una cierta perplejidad ante fenómenos que no sabes si van a ser duraderos o van a durar tres días. Como decía Nietzsche, las grandes revoluciones avanzan a paso de paloma, de repente te despiertas un día y ves que aquello que se venía insinuando ha cuajado, por eso planteo la cuestión del fragmento.
P. ¿Tienes miedo de que el libro envejezca mal?
R. Ser filósofo para mí es estar en fuera de juego, eso lo tengo muy asumido. Ser filósofo significa buscar algo que no tienes, sabiendo que te vas a morir sin conseguirlo. Aun así tienes que arriesgarte y, quiero resaltar algo que creo que no se dice lo suficiente, la prudencia no es una virtud filosófica, es una virtud política, una virtud para llevarte bien con tus vecinos, pero a la hora de pensar tienes que ser imprudente. O al menos esa es mi visión de la filosofía.
P. Comentas que estamos en un momento de crisis en el que el hombre ha llegado a temerse a sí mismo ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?.
R. Tenemos desde movimientos que creen que tener un hijo es un atentado contra el planeta, hasta los que defienden que la humanidad debe desaparecer para que el planeta tenga futuro. Los dos movimientos en los que se expresa ese cansancio, poshumanismo y trashumanismo, comparten cierta decepción ante la realidad del hombre actual. Si vas a los jóvenes y les preguntas si son optimistas con respecto al futuro la respuesta será mayoritariamente negativa, en ese sentido es en el que digo que el hombre se ha cansado de sí mismo. Ha habido otras épocas en la historia de la humanidad en las que hemos tenido miedo, pero normalmente se tenía miedo al otro, al invasor, al cual te podías enfrentar. Pero hoy el enemigo es el propio ser humano. Frente a esa situación yo opto por reconocer que los peligros son reales, pero es mejor actuar con serenidad.
P. Parece que ahora que hemos conseguido desterrar la religión de la sociedad, sobre todo en la occidental, es cuando más pecadores nos sentimos y más penitencia creemos merecer
R. Efectivamente, porque ya no tenemos a quién echarle la culpa. Por eso me interesa dedicarle espacio en el libro al Frankenstein de Mary Shelley. El monstruo se enfrenta a su creador y le dice: ¿por qué me has construido mal? Paralelo a la novela de Mary Shelley tienes una abundante literatura de creación de un hombre nuevo o de una mujer nueva. Pero hoy ¿a quién reclamas?, ¿dónde está la ventanilla de reclamaciones en la que puedas decir a tu creador: "oye te podías haber esmerado un poco más"? Has matado a dios, te has quedado desnudo ante ti mismo y ante esa desnudez puedes sentirte inocente o culpable, pero hemos decidido sentirnos culpables, a mí eso me preocupa mucho.
P. Dice Joan Didion que el carácter -la voluntad de aceptar la responsabilidad de la propia vida- es el lugar donde brota el amor propio. ¿Podremos aprender a amarnos un poco mejor a nosotros mismos cuando aceptemos ese exceso de responsabilidad?
Por primera vez en la historia de la humanidad se le está educando a los niños en el miedo al futuro
R. Uno únicamente podría amarse a sí mismo si ya estuviese hecho definitivamente y pudiera decir: "qué obra magnífica tenemos aquí". A mí no me gusta la expresión de amarte a ti mismo, prefiero la de conocerte a ti mismo. De igual manera que intento hablar muy poco de felicidad, sé que estamos en un tiempo en el que por todo el mundo anuncian felicidad, yo creo que lo noble es amar a la vida, con todas sus pegas, la vida es puñetera y tiende a clavarte un puñal por la espalda, se acaba llevando a las personas que más quieres, te llena de decepciones y con todo eso yo creo que lo noble es amar a la vida. Donde mejor se ven los fenómenos del presente es en las escuelas porque es donde se manifiestan de manera más diáfana. Y como estoy viendo que a los niños se les está educando por primera vez en la historia de la humanidad en el miedo al futuro. Cómo se reacciona ante algo así, cómo va a quererse a sí mismo un niño con miedo al futuro. Más que quererse a uno mismo, lo importante es educar y crecer en una cierta serenidad. La serenidad no nos garantiza el éxito pero nos va a garantizar una visión más amplia, el escándalo siempre reduce la visión.
P. Recuperando aquello de la prudencia, en tu libro insistes mucho en que es la lección más importante que nos ha dejado la pandemia.
R. Nosotros tenemos en nuestra tradición a Baltasar Gracián, que cuando lo lees ves que en el fondo lo que está planteando es una especie de marketing de la propia vida, cómo gestionar tu vida y sacar oportunidades de lo que tienes y la prudencia es eso. Y sí, yo aprendí mucho de la pandemia, pasaron cosas muy curiosas sin que se reflexionara sobre ellas, de repente sustituimos la moral kantiana de que todo hombre es en sí mismo un fin por una moral utilitarista. Igual no había otro remedio, pero merecía una reflexión. Como si la moral kantiana del respeto absoluto al otro solamente pudiera defenderse en situaciones de abundancia. En situaciones de escasez parece como si tuviéramos que elegir a quién perjudicar, que en este caso fueron los ancianos.
P. ¿Sigue faltando reflexión?
R. Siempre va a faltar, porque en política siempre es más movilizador una metáfora o una sinécdoque que un silogismo. La vida no está gestionada con teoremas matemáticas y por eso está abierta y por eso, como decía Unamuno con toda la razón: "la vida siempre es mucho más compleja que nuestras reflexiones sobre la vida". Por eso cuando tienes que desenvolverte con realidades complejas y recursos escasos la prudencia es esencial, pero es algo que hay que aprender.
P. En el libro hablas de la diferenciación de dos ideologías con el progreso como paradigma, ¿cómo vemos el progreso?
R. Me parece obvio que el progresismo se ha vuelto timorato, ¿quién tiene hoy la convicción que tenían mis padres de que el futuro iba a ser mejor? En El camino de Delibes, un niño le pregunta a otro: "oye, ¿qué significa progresar?", y el primero responde: "mi padre dice que progresar es trabajar menos que él y ganar más". Eso era el progreso, trabajar menos que tus padres y ganar más, vivir mejor que ellos. Hoy miras a tu hijo y dudas de que eso lo vaya a tener él. El futuro se ha vuelto inquieto, Marx estaba convencido de que el socialismo iba a llegar, convencido de que hay leyes que necesariamente nos llevarían hacia ahí. ¿Crees que hoy en día existe alguien en la izquierda que crea que el socialismo necesariamente va a llegar? Más bien lo que te encuentras es con un miedo a lo que pueda llegar. Ese fenómeno de que el progresismo se haya vuelto miedoso es inquietante, porque entonces ¿quién es optimista, quién puede jugar a favor del optimismo? Estamos abocados a una especie de nostalgia.
P. Aún así no nos cansamos de oír la palabra progreso, sobre todo en la esfera de la política.
R. Sí, porque son palabras que venden pero, si vas ciencia por ciencia, todos tienen progresos importantes en los últimos 100 años, la biología, la química, la física, la ingeniería, la medicina.., pero cuando sumas todos esos progresos ¿te da para un progreso general? Es curioso que la suma de progresos parciales no te dé para un progreso general. Y ese es uno de los rasgos de nuestro tiempo. Todos hablamos de progreso sí, pero el contenido del progreso se ha convertido en una especie de asíntota en la que siempre estamos en camino y nunca llegamos, mientras tanto hay que ir reequilibrando la ruta. ¿Qué pasará si seguimos creciendo a la manera que seguimos creciendo?, ¿qué pasará con la contaminación? Es un progreso con muchos interrogantes.
P. Ese miedo a que el progreso no haya ido en la dirección que queríamos también ha provocado el efecto contrario, muchas personas asustadas quieren volver a lo anterior.
Hay gente que piensa que tener un hijo es un atentado al planeta y esas personas posiblemente se consideran progresistas
R. Esos que quieren volver a lo anterior son básicamente progresistas desencantados que creen que la utopía no está en el futuro sino en el pasado. El otro día me hablaron sobre un grupo en Barcelona de madres que están reivindicando la maternidad del neolítico, pues muy bien que reivindiquen lo que quieran pero ¿qué sabemos de la maternidad del neolítico? A medida que el futuro se está volviendo tenebroso, el pasado vuelve como la utopía que hay que recuperar. Objetivamente hay un ejemplo en el que deberíamos pensar: hoy un pobre en un hospital dispone de tecnología para cuidarse mucho más sofisticada que la que utilizaba un rico hace 30 años. Vivimos entre progresos parciales y sin embargo cuando entrevistas a jóvenes principalmente europeos y del mundo anglosajón todos te dicen lo mismo: la ecoansiedad. Hay gente que piensa que tener un hijo es un atentado al planeta y esas personas posiblemente se consideran progresistas.
P. En el contexto de ese desencanto occidental, ¿acaso está Europa reescribiendo el relato desde la perspectiva de los "perdedores de la historia"?
R. Están los que hablan de que Europa se ha acabado y que lo que hay que hacer es que los africanos regeneren Europa, se habla de Eurafrica. Ese sentimiento de perplejidad de Europa ante sí misma, cuando sin duda es el continente en el que querría vivir la mayor parte de la humanidad parece obedecer a un cierto masoquismo. Estamos flagelándolos continuamente, pero algo bueno tendrá Europa cuando es el modelo que intentan imitar en cualquier parte del mundo. Problemas siempre los vas a tener, pero reaccionar ante los problemas con el desprecio a ti mismo, hacia lo que eres, me parece que es la peor alternativa si intentas solucionarlos.
P. ¿Nos estamos pasando con tanto golpe en el pecho?
Si eres blanco y europeo eres culpable de todo
Es peor que eso, si eres blanco y europeo eres culpable de todo, lo cual quiere decir que tienes muy poco respeto por los demás, porque los haces totalmente incapaces de tomar decisiones sobre sí mismos, además estamos practicando con el hombre aquellas maldiciones bíblicas que afectan a las generaciones siguientes. ¿Por qué tengo que estar pagando yo los delitos que pudo cometer un señor hace 200, 500 o 1000 años?, ¿tengo que ir yo a Roma a decirles a los herederos de los antiguos romanos que fueron unos depredadores e invasores?
P. Cuando nos enfangamos en los problemas del presente, siempre nos encomendamos al futuro, ¿tiene la educación la solución a todos los problemas?
Eso es una ingenuidad extraordinaria, desde que se creó la escuela. Esa tesis del XIX de Víctor Hugo en Francia o Concepción Arenal en España que decía que una escuela que se abre es una cárcel que se cierra… No hemos parado de abrir escuelas y cárceles. La gran diferencia es que ahora van a las cárceles condenados con estudios. La incapacidad para aceptar que el hombre es un ser complejo que vive en una realidad compleja, que además incluso nuestras buenas intenciones tienen consecuencias imprevistas, disminuye nuestra propia dignidad como seres humanos. A la escuela se le pide todo, tanto es así que en esta ya no, pero en las leyes educativas antiguas se decía que el objetivo de la educación era desarrollar todas las capacidades del niño, pero ningún padre sensato desarrolla todas las capacidades de su hijo, educar es estimular unas cosas y reprimir otras o, diciéndolo de manera más amable es educar el apetito, pero resulta que después los seres humanos toman sus propias decisiones y con frecuencia las toman en dirección contraria de lo que tú tenías previsto, eso se llama libertad y siempre vamos a estar así, siempre el futuro nos va a pillar por sorpresa.
P. Entonces, ¿cómo podemos usar la educación para mejorar nuestro presente?
La educación puede cambiar muchas cosas, porque el mero hecho de enseñar a leer te abre perspectivas extraordinarias, pero es un error creer que todos los problemas de la sociedad van a tener solución educando a los niños, si fuera así aún estaríamos en el franquismo, porque la escuela de franco fue una escuela en la que se adoctrinaba de manera masiva a los niños en una determinada dirección y resulta que la gente decidió votar otras cosas. Lo mismo te podría decir sobre la escuela rusa, durante décadas se estuvo educando en una determinada dirección y después resultó que los rusos fueron en masa a comer al McDonald's en cuanto se abrió su primer restaurante en Moscú. Seamos un poco más humildes con las expectativas, nuestro ecosistema es siempre un ecosistema problemático y eso no es ningún drama, es prueba de nuestra propia libertad, el drama resultará de lo que podamos hacer con nuestra libertad, pero ser libres no me parece un drama.
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