Aficionados, como somos en España, a las efemérides y a las fechas 'redondas', no podíamos pasar por alto en esta semana a punto de concluir el centenario del nacimiento de una de las estrellas más brillantes del firmamento artístico español de todos los tiempos: la gran Lola Flores. Sirva esta pieza que hoy le dedico como humilde homenaje a una de esas grandes mujeres que nacieron de la nada, en la más absoluta miseria, y que con unas enormes dosis de tesón, trabajo, sacrificio, y por supuesto genialidad, fueron capaces de elevarse hasta lo más alto, llevando a su familia, a su arte y a España a cotas difícilmente superables.
Así comenzaba precisamente una de sus coplas más celebradas y recordadas. "Si en el firmamento poder yo tuviera..." Pena, penita, pena, llevaba por título aquella tonada y era, como todos saben, una historia de amor, desgarrada, como todas las que en aquella época eran muy del gusto del público. Si extremos eran sus cantares, extrema fue su vida entera, repleta a raudales de inmensas dosis de pasión, genio, coraje y valentía.
María Dolores Flores Ruiz, que así rezaba su nombre completo en los registros oficiales, nacía en las postrimerías de un frío mes de enero de 1923 en Jerez de la Frontera, emblemático municipio de la provincia de Cádiz al que adoró toda su vida. Sorprendió sin embargo, aunque ella lo explicó en decenas de ocasiones, su deseo de ser enterrada en Sevilla: "Adoro Jerez pero quiero ser enterrada en Sevilla...", porque así lo quería y porque ella lo valía, que siempre tuvo a gala, como hembra fuerte y libre que fue toda su vida, el hecho de hacer su santa voluntad. cayera quien cayera. No pudo ser porque, como se sabe, sus restos reposan para siempre en el madrileño cementerio de la Almudena.
Genio y figura: hizo de todo, y todo lo hizo bien.
Como artista, fue mucho más que un símbolo. Lo fue absolutamente todo. Interpretó como cantante coplas, rancheras, rumbas y todo tipo de piezas, fue bailaora y también actriz, con casi cuarenta películas a sus espaldas, casi todas ellas ambientadas en aquella Andalucía tan suya, folclórica y de posguerra, que retrató como nadie. No fue esto último el mayor motivo de orgullo para 'la Faraona', que siempre se quejó -con razón- de que no se le había sacado el suficiente partido a su vena como actriz, encorsetándola en demasía en papeles siempre de gitana, que le iban, pero de los que le hubiera gustado escapar para explotar otros perfiles.
Lo cierto es que con sus películas ganó muchísimo dinero; es celebrada la anécdota de la firma de su contrato con Cesáreo González, uno de los productores más afamados del franquismo, por un importe de seis millones de pesetas, una fortuna en aquellos años de subdesarrollo y miseria en una España aún empobrecida y devastada tras la Guerra Civil.
En un país poco acostumbrado a la disciplina fiscal, los responsables políticos de la época descubrieron que La Faraona llevaba años sin hacer una triste declaración de impuestos
De ella se recuerda una frase que nunca fue publicada exactamente así pero que ha pasado a la historia. Cuando su carrera empezó a despuntar, hasta el New York Post se fijó en ella y en una de sus críticas, al parecer, se dijo: "Ni canta ni baila bien, pero tienen que ir a verla".
Cénit y declive.
Su estrella empezó a declinar a raíz de sus problemas con Hacienda. En un país poco acostumbrado, aún ya bien entrados los años ochenta, a la disciplina fiscal, los responsables políticos de la época descubrieron que 'La Faraona' llevaba años sin hacer una triste declaración de impuestos. Y fueron por ella, claro. De aquel célebre juicio en el que no quería hablar por declararse 'no entendida en la materia' hasta que el juez la convenció de que lo mejor para ella sería que lo hiciera, siempre quedará el recuerdo de una desesperada Lola pidiendo a cada español 'una pesetita'... para ayudarla a enjugar su factura con la Agencia Tributaria.
Más festivas fueron otras de sus 'salidas' más espontáneas, como cuando en mitad de un programa de TVE, presentado por el inolvidable José María Íñigo, interrumpió su baile porque se le había caído un pendiente, según parece de los más caros que poseía la artista, y pidió al público y al propio presentador que lo buscaran y que, a ser posible, se lo devolvieran. Genio y figura hasta el final. Sin duda, la frase que la hizo pasar a la posteridad como única e irrepetible fue la pronunciada, al borde del llanto y la rabia, cuando se organizó un tumulto durante la boda de su hija Lolita con Guillermo Furiase que amenazaba, no sólo con abortar la celebración, sino con generar un problema de orden público: '¡¡Si me queréis irse!!', gritó a pleno pulmón. Y los ánimos se calmaron. Así era Lola Flores.
Madrina de una saga genial de artistas, con sus tres hijos también con brillantes carreras, el malogrado Antonio, Lolita y Rosario Flores, y con nietas que han seguido su estela, Alba Flores y Elena Furiase, murió trabajando a tope casi hasta el final de sus días. Cuando anunció, para espanto y sorpresa de todos, que estaba herida de muerte de un cáncer de mama, nadie podía creerla, a la luz de su frenética actividad. Su estrella se apagó cuando aún le quedaban años de vida plena, un maldito día de mayo de 1995, a los 72 años y medio de edad.
Un espejo irrepetible para millones de mujeres.
Descansa en paz para siempre, adorada. Ídolo que fuiste de mi juventud y mi madurez, a la altura de mis también adoradas Lucía Bosé y Rafaella Carrá. Mujer libre y valiente, que durante décadas de oscuridad y de dictadura tuviste el arrojo de gritar a los cuatro vientos lo que pensabas sobre las relaciones fuera del matrimonio, consideradas por la censura fascista como adúlteras, o la prostitución, o la violencia de género. Jamás dejaste de hacer lo que te vino en gana, incluso en lo que a tu vida íntima, con el padre de tus hijos, Antonio González, pero también con tus grandes amores como el cantaor Manolo Caracol, que desde jovencita te llevó de su mano al estrellato u otros afamados de la época. Que tu ejemplo y tu recorrido vital sirvan de espejo para tantos millones de mujeres en el mundo que siguen superando obstáculos que, de haber nacido varones, no hubieran tenido que superar.
Aficionados, como somos en España, a las efemérides y a las fechas 'redondas', no podíamos pasar por alto en esta semana a punto de concluir el centenario del nacimiento de una de las estrellas más brillantes del firmamento artístico español de todos los tiempos: la gran Lola Flores. Sirva esta pieza que hoy le dedico como humilde homenaje a una de esas grandes mujeres que nacieron de la nada, en la más absoluta miseria, y que con unas enormes dosis de tesón, trabajo, sacrificio, y por supuesto genialidad, fueron capaces de elevarse hasta lo más alto, llevando a su familia, a su arte y a España a cotas difícilmente superables.
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