La sociedad actual, hiperconectada y globalizada, es víctima de una 'dieta' que provoca 'indigencia mental'. Se alimenta de un mundo de pantallas, redes sociales y realidades virtuales que han alejado de lo cotidiano, de lo real, y del entorno más próximo a los ciudadanos hasta desarmarles de herramientas para hacer frente a la vida real. Sujetos en búsqueda de una felicidad con características predefinidas y convertida en un objetivo en lugar de en una consecuencia. Por eso sólo encuentran un sucedáneo, la 'posfelicidad'. La reflexión la realiza el doctor en Filosofía, José Carlos Ruiz en su último trabajo, 'Incompletos' (Ediciones Destino). En el disecciona la sociedad actual, condicionada por la tecnología virtual y que deriva, apunta, a un aislamiento social que llega al extremo de buscar la validación de la intimidad propia en el otro viralizándola.
Defiende la necesidad de recuperar lo que llama un "pensamiento elegante", la capacidad de saber elegir. Si a ello se suma una incapacidad crítica ante el mundo de pantallas actual impiden discernir entre "la imagen de la felicidad" y la realidad de cada sujeto, sometido a un dinamismo continuo y que ha sustituido la reflexión por las emociones bajo las que construye su visión de la vida.
Pregunta.- ¿Qué entendemos hoy por felicidad? ¿Se debe o se puede definir qué es? Quizá la respuesta difiera si se lo preguntamos a nuestros padres o a nuestros hijos…
Respuesta.- Definirla siempre ha sido imposible y creo que no es recomendable. No es posible porque tiene un peso biográfico importante. El problema surge cuando olvidas el peso de tu biografía, de lo que ha configurado tu identidad. Cuando eliminas ese contexto y circunstancias de tu vida y quieres acercarte a un modelo de felicidad que se ha objetivado, que tiene una especia de guía didáctica para conseguirla, empiezan los problemas. Por eso digo que eso no es felicidad sino posfelicidad, es algo diferente. Hasta hace poco la felicidad, como decía Kant, se podía definir como el agrado de la vida, ese agrado que te acompaña a poder ser sin interrupción, a lo largo de la existencia porque has llevado una vida virtuosa. Es ese agrado de acostarse sabiendo que has hecho lo debido y te sientes bien contigo mismo. Mucha gente definía eso como la felicidad.
P.- ¿La felicidad hay que concebirla como una consecuencia, no como un objetivo?
R.- En realidad así era hasta hace poco. La felicidad es la consecuencia, el resultado, pero no el objetivo. En los últimos veinte años, con la globalización y la eclosión de este mundo de pantallas y autoayudas, se nos ha hecho creer que sería fácil objetivar y definir la felicidad, se le ha puesto un libro de instrucciones para conseguirla, a eso lo llamo posfelicidad. Esa es la diferencia de fijar la felicidad como objetivo y no como una consecuencia.
P.- Usted cuestiona que el mundo globalizado actual, nos la acota y, de algún modo, nos dice qué es y qué no felicidad.
Las emociones están configurando las reflexiones, antes eran resultado de una cultura que se expresaba, ahora la configuran"
R.- Sí, de algún modo así es. La actual es una felicidad que te viene determinada desde fuera. Cuando te dicen cómo ‘conseguir la felicidad en 20 días’ y los hábitos que debes aplicar, te dicen que si lo haces lograrás esa idea de felicidad. Todo el mundo sabe que no es así, pero esa idea se consume y provoca un daño emocional importante en el sujeto. Olvida la parte biográfica del sujeto. La felicidad tiene mucho que ver con cómo se ha ido construyendo mi identidad, mi biografía, mi criterio de selección, cómo jerarquizas. Cuando intentas salirte de todo eso, dejarlo a un lado y acercarte, no a un modelo autónomo de felicidad, sino uno heterónomo de felicidad algo falla.
P.- En este proceso de globalización apunta que también se ha ido quedando por el camino la reflexión personal, importante para la felicidad, y ha sido sustituida en gran medida por el placer, el sentir. Explíquemelo.
R.- El mundo ha cambiado mucho en poco tiempo, no sólo la idea de felicidad. Los últimos 20 años con Internet y con la ‘omnipantalla’ el cambio ha sido bárbaro. La idea de posfelicidad se ha construido en torno a dos ejes importantes, el mundo laboral, que ha encontrado que si se asociaba al concepto de felicidad seríamos productivos, y en el mundo de la ciencia, donde el laboral ha encontrado un aliado al intentar cuantificar la felicidad y darle forma. La política incluso tiene ya ‘ministerios de la felicidad’, las empresas tienen ‘gerentes de la felicidad’. Es decir, un término ajeno al mundo laboral se convierte en algo objetivable y relacionado con el deseo. El deseo le ha ganado la batalla al placer. Antes, la felicidad tenía mucho que ver con la repetición de un placer que conocías. Entrabas en una dinámica de goce, querías repetir aquel placer una y otra vez. Hoy resulta que repetir está estigmatizado porque parece que estás perdiendo oportunidades para hacer cosas nuevas. La novedad se ha convertido en el epicentro de la cotidianeidad.
P.- En toda esta transformación social y tecnológica se han perdido, así las define, las ‘personas elegantes’. ¿Cómo y quiénes son?
R.- Son aquellas que tienen muy claro cuál es la jerarquía de valores en su vida, la abrazan y la disfrutan porque es una vida placentera. El sujeto hipermoderno que busca la posfelicidad está ansioso en busca de la novedad constantemente, por eso el deseo está por encima de su placer. Por esa razón se convierte en un sujeto proactivo, con iniciativa, con emprendimiento constante. Esa narrativa de un sujeto hiperactivo resta tiempo al sujeto contemplativo, el del deleite, el que repite rutinas porque le encanta.
P.- ¿Por qué habla de ‘indigentes mentales’? ¿El problema de la indigencia está en la ‘dieta’ de la que nos alimentamos en esta sociedad globalizada?
A la felicidad se le ha puesto un 'libro de instrucciones' para conseguirla, cuando es una consecuencia, no un objetivo"
R.- El indigente es una persona que se da cuenta de que no tiene recursos. Pero cuando eres ‘indigente mental’ el problema que te surge es que no eres capaz de salir del atolladero emocional o intelectual en el que te encuentras. Te das cuenta de que no tienes los instrumentos y herramientas para seguir adelante y te encuentras en la necesidad de acudir a lo extraño a ti: a la autoayuda, al psicólogo, a los psicofármacos. Ocurre cuando has perdido el relato biográfico, el sostén de lo que tenías antes, el peso de tu entorno que era el que te conocía, te daba consejos etc. Ahora, como las relaciones sociales se están sustituyendo por conexiones, la intimidad de esa relación ya no es tan grande y los sujetos no encuentran ese amparo para seguir adelante. Por eso digo que se encuentra en la indigencia mental y que precisan de un agente externo que le diga lo que tiene que hacer.
P.- Dibuja un perfil de ciudadanos más débiles, con un menor rigor moral, con un lenguaje empobrecido, que han transformado el concepto de lo físico, lo material o incluso la percepción del tiempo.
R.- Intento definir un sujeto moderno arquetípico, pero eso no implica que todos nosotros nos sintamos así. Todo el mundo pasa por pequeñas fases de ‘indigencia mental’. Otra cosa es que eso se encarnice en ti hasta que te genere callo. El peligro es quedarte en esas narrativas de lo contemporáneo. Es cierto que quizá estamos entrando en un mundo en el que lo emocional ha impregnado todo lo cotidiano. El espacio, por ejemplo, también se ha sentimentalizado, sólo me interesa en función del recuerdo que me genera. Es un modo de contaminar las ideas. Por tanto, las experiencias se terminan convirtiendo en categorías y el sujeto se fanatiza, absolutiza sus experiencias sobre las que construirá su idea de la belleza, del amor, de la justicia, etc. Un sujeto individualizado en su experiencia de lo cotidiano termina siendo un tirano. Por eso la sociedad se está polarizando a un nivel preocupante en la conceptualización de la vida.
P.- ¿Las emociones han sustituido a las reflexiones?
R.- En parte. Más bien lo que sucede es que las emociones están configurando las reflexiones. Antes las emociones eran un resultado de una cultura que se expresaba y ahora, en cambio, son las que configuran la cultura. Por eso lo que te venden son experiencias, esa necesidad de subjetivizarlo todo con emociones. Ahora los procesos reflexivos han pasado a un segundo plano.
P.- ¿Somos más débiles que las generaciones de nuestros padres para enfrentar los retos de la vida?
Somos más frágiles, ahora la intimidad de los 'indigentes' mentales necesita la validación del otro, eso es una locura""
R.- No sé si más débiles, quizá más frágiles. Hemos dejado que el exterior permee en la intimidad mucho más. Son personas que no tienen tan clara la frontera entre lo íntimo y lo externo, lo privado y lo público. Se han roto esas fronteras. También en el mundo laboral ocurre. Ponemos sofás y café para sentirnos como en casa y en casa ponemos un espacio para trabajar. Han empezado a hibridar esos dos espacios. Ahora, la intimidad de los ‘indigentes mentales’ se debe someter a la validación del otro, esto es una locura. Subir a redes sociales momentos de intimidad por creer que tienen potencial de vilarización y que todos chequeen mi intimidad es una locura. Cuando sometes una parte de tu intimidad a exposición pública aumentas la posibilidad de que te hagan más daño. Ahí está el incremento de la fragilidad, en esa ruptura de la frontera ente lo íntimo y lo público.
P.- ¿Este escenario social se puede o debe revertir para asemejarlo al tiempo preglobalización?
R.- Mirar atrás no es solución. Hemos llegado a implementar la tecnología en nuestras vidas. Estamos en la fase de sobreabundacia de pantallas, de narrativas audiovisuales, de interiorizar desde lo digital hacia lo personas. Llegará un momento en el que nos atoremos. Ya hay mucha gente que se da de baja de redes sociales para ‘limpiarse’ un poco. Llegará un momento en el que regularemos este modo de estar consumiendo sin jerarquía y con mucha intensidad y empecemos a educar la mirada. Hay que poner una pedagogía crítica de la mirada, en especial en los niños. Las pantallas han venido para quedarse y habrá que enseñar cómo mirarla, a conocer el nivel de realidad que muestran. En el sujeto habrá que potenciar la vivencia de la realidad, que experimente cosas al margen de las pantallas, que son sólo una simulación. Esto se va a regular en no mucho tiempo, tendremos materias de pensamiento crítico audiovisual en los colegios para aprender a mirar las pantallas con criterio. Si no tienes criterio es la pantalla la que te lo configura, ese es el problema.
P.- ¿Aprender a dejar de mirar una pantalla, puede ser una solución?
R.- Lo que hay que recuperar es el asombro por lo cotidiano. Potenciar la curiosidad, la experiencia de lo cotidiano para que sea más enriquecedora que lo virtual. Para eso hay que reeducar la mirada hacia el día a día. Se puede hacer. Lo hemos hecho en colegios y cuando reeducas la mirada y descubres que el día a día puede ser más emocionante que cualquier pantalla que te den, el niño prefiere lo real a lo digital. La cuestión es qué alternativa ofrecemos a lo digital.
"Hay que recuperar el asombro por lo cotidiano, para que su experiencia sea más enriquecedora que lo virtual"
P.- Por tanto, podremos cambiar la ‘dieta’ para sanar a los ‘indigentes mentales’.
R.- Sí, se puede. Yo apuesto por la elegancia. Hay una idea de elegancia que ha desaparecido del sujeto contemporáneo, alguien que tiene capacidad de elegir sin necesidad de estudiar esta inmensa opcionalidad que nos ofrece la vida cotidiana. Alguien que integra la mirada del otro, que tiene buenos modales, que en esa interacción en su vida no quiere el histrionismo de las emociones, no quiere secuestrar tu atención, es alguien sereno, aseado, curioso, que adorna bien la realidad y se preocupa por su esencia, por conocer la realidad. Ahí es donde se encuentra el deleite. Los mejores maestros son los que te exigían que sabían que ibas a disfrutar de ese conocimiento si llegabas a él. Platón sacó al individuo de la caverna contra su voluntad y al final se lo agradeció por traerle a un mundo maravilloso que el por sí mismo no hubiera descubierto.
P.- ¿Cómo se diferencia esa mirada en este mundo de pantallas?
R.- Cuando lees una novela vas relajado a leerla, a disfrutarla. Si te doy un poemario te paras en cada poema y lo relees. Si te doy un ensayo, te detienes, subrayas y apuntas. Cambias tu manera de acercarte a esas narrativas, aun siendo todas literatura en papel. Por tanto, ¿por qué no hacemos lo mismo cuando miramos twitter, Instragam o Tik Tok? ¿Por qué no educamos la mirada para todas estas nuevas narrativas?
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