El siglo XX fue el siglo de las grandes guerras, del auge de los totalitarismos, las ideologías y el triunfo de las revoluciones. Una época en la que la crisis de la modernidad se enquistó en una perpetua transición entre lo viejo y lo nuevo, cuando el ser humano aplazó su hambre de certezas para sumergirse en la profundidad de las nuevas preguntas.
En este contexto, surgió una nueva generación de líderes, hubo quien aprovechó el desconcierto para sembrar el miedo, pero también los hubo quienes buscaron la luz entre tanta confusión. En este último grupo se encuentran tipos como José Ortega y Gasset o Gregorio Marañón, ambos referentes en sus materias, ambos humanistas ejemplares.
Sobre esta relación reflexiona una exposición en la Fundación Ortega-Marañón. Un recorrido a través de la vida de dos de las figuras que marcaron el siglo XX español. Fotografías, manuscritos, cartas y utensilios acercan aquella época y aquellos líderes a los visitantes que se quieran acercar a esta muestra dedicada a la divulgación de las aportaciones a la ciencia y al pensamiento de estos dos genios universales.
En este cambiante mundo que avanza tan aturullado, casi pisándose los talones a sí mismo, volver sobre la obra y vida de hombres como Ortega y Marañón es una forma de encontrar bases sobre las que asentar esa aspiración social que se conoce como 'el progreso'. Pues, aludiendo a la obra cumbre de Ortega, La rebelión de las masas (1927), el error consiste en pensar que el progreso es un proceso irreversible fruto de una evolución natural, que no requiere ningún esfuerzo.
En los ejemplos del pensamiento y la ciencia que produjeron ambos genios es posible encontrar siempre una estela humanista que los guía hacia la verdad. Ortega y Marañón nacieron en esa España decadente en la que se recogieron sus compañeros del 98. Sin embargo, ellos prefirieron mirar hacia fuera para luego proyectar mejores aspiraciones para el país, ellos fueron la generación del 14.
En el caso del filósofo, Europa era la solución y su paso por Alemania no hizo más que confirmárselo. Marañón por su parte encontró en la abandonada región de Las Hurdes la justificación de poner sus conocimientos al servicio de los más necesitados.
Ortega y su solución europea
Para el filósofo, la importancia de mirar hacia el norte de los Pirineos era primordial en un momento en el que la crisis de España en América fundamentaba casi todos sus lamentos. Ortega creyó encontrar la solución en Europa al problema de España, una reconstrucción a base de una modernización aristocrática.
Ortega, junto a Marañón y Pérez de Ayala, impulsó la Agrupación que dio voz a los intelectuales liberales y no solo atiende intelectualmente a estas circunstancias con trabajos teóricos, como los artículos recogidos en La redención de las provincias, sino que contribuye activamente en la redacción de la Constitución de la II República.
En su pensamiento raciovitalista es posible reconocer un punto de encuentro entre el subjetivismo y el realismo. Aportando las circunstancias al 'yo', como una especie de simbiosis retroactiva que, asumiéndola, era la mejor razón sobre la que fundamentar el progreso.
Fue uno de los intelectuales más optimistas con la creación de la Segunda República, pero el fracaso de sus ideas y la destrucción que vino con la guerra acabaron por desilusionar al filósofo.
Marañón, el médico que humanizó la enfermedad
El doctor Marañón siempre será recordado por su brillantez científica y humanística, el ejemplo de sus procedimientos es hoy más necesario que nunca, tras una crisis pandémica que ha hecho volar por los aires códigos médicos y deontológicos en una tormenta de la que aún nos estamos reponiendo. El doctor fue capaz de humanizar la enfermedad en el enfermo y el enfermo en la enfermedad gracias a su inalterable concepción antropológica de la medicina.
Tal fue el compromiso de Gregorio Marañón con oficio que consiguió que Alfonso XIII, un rey que nunca destacó por su filantropía, viajase a Las Hurdes para ver las infrahumanas condiciones en las que vivían sus gentes. Y no sólo eso, pues este viaje fue el inicio de algunas de las primeras reformas estatales por la salud pública. Allí fueron testigos de muchas enfermedades endogámicas pero ese viaje fue la mejor forma de que un el rey fuera consciente que la peor de las enfermedades seguía siendo el hambre aguda.
La inquietud cultural y de conocimiento de Marañón hacen de él un ejemplo de genio multidisciplinar, que fue miembro de cinco Reales Academias: Lengua (1934), Historia (1936), Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1947) y de Bellas Artes de San Fernando (1956).
Una amistad a vida o muerte
La amistad entre Marañón y Ortega fue heredada familiarmente. Sus mayores, compartieron la aventura del Trust de la prensa en España de la Restauración. Junto a Pérez de Ayala lideraron la Agrupación al Servicio de la República, un movimiento político dedicado a «movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española», según su manifiesto.
Sin embargo, el mejor ejemplo de lo que significó su amistad fue cuando, en el París de los exiliados, Marañón fue decisivo para que Ortega salvara la vida. El filósofo iba a ser intervenido por el doctor Gosset, cirujano prestigioso del hospital de la Pitié-Salpêtrière. En el momento decisivo Gosset se negó a intervenirle con aquella frase de que la operación sería como hacerle la autopsia a un muerto, pero en ese momento fue Marañón quien lo convenció diciéndole que Ortega era un celtíbero capaz de aguantarlo todo. Afortunadamente, la operación fue un éxito y Ortega y Gasset salvó la vida.
Fue Marañón uno de los que celebró con mayor entusiasmo la repatriación del filósofo a España en el 45 y también protagonizó alguno de los homenajes suscitados con motivo de la muerte de Ortega en octubre de 1955 y que servirían de punto de arranque para el compromiso con la libertad de la generación que protagonizaría la Transición.
Médico y filósofo son ejemplos de un liderazgo personal y colectivo, casi extinto en nuestros tiempos, auténticos símbolos de esperanza para una España que quiso ser mejor. Una España que, si hoy tiene algo de lo que enorgullecerse en aquellos emocionantes y agitados años, es en gran parte gracias al empeño y labor de José Ortega y Gasset y de Gregorio Marañón.
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