Prefiere referirse a sí misma como narradora antes que escritora, pues rehúye del carácter intelectual que conlleva esta segunda acepción. Su tono es sosegado, dice que le suelen echar la bronca por hablar bajito, pero su acento cordobés se entiende con perfecta claridad. En su rostro, hundido en la frondosidad de su cabello oscuro y rizado, brillan dos ojos castaños que observan con quietud y atención. Rosario Villajos (Córdoba, 1978) acaba de ganar el Premio Biblioteca Breve gracias a La educación física (Seix Barral) y luce como quien se hubiera quitado un peso de encima, transmitiendo una envidiable y ostensible calma.
"Ha sido súper liberador, me he quedado muy ancha escribiéndolo", explica. Aunque aún está a la expectativa de cómo será recibido el libro, sobre todo en el caso del público masculino. "No lo escribí para vosotros -me confiesa- lo escribí para mí y pensando también en las chicas jóvenes. Sé que mis novelas anteriores han gustado también a hombres, pero ¿a qué hombre le pueden interesar los coágulos de esta chica?".
La educación física es un acto de reconciliación, una tregua entre una adolescente y las batallas con su cuerpo. Sin embargo, la universalidad de esta historia, más allá de representar una etapa en la que todos hemos sentido esa insatisfacción de no saber encajar, está en el hallazgo de sentimientos reales y en la forja de una empatía capaz de salvar cualquier distancia corporal o generacional.
No puedo explicar el mundo, supongo que por eso escribo, para explicarme a mí misma
Catalina es una chica de periferia que acaba de cumplir dieciséis años y ya ha aprendido a temer todo lo que una mujer de su edad debe temer. A pesar de todas las advertencias, decide volver a casa haciendo autoestop tras un desagradable incidente en casa de su mejor amiga. Durante ese camino, su cabeza dibuja un sinuoso recorrido a través de su historia, en el que pensamientos, recuerdos y ensoñaciones se entremezclan dando forma a esa educación física en la que la relación con el propio cuerpo marca irremediablemente su vida.
La historia de Catalina se ubica en la década de los 90 pero, como recalca su autora, no por ello pierde actualidad. "Cada vez que veo las noticias pienso que hay chicas que pueden seguir sintiéndose identificadas, sigo viendo las mismas historias: lo de los pinchazos, el colegio mayor en el que las llamaban putas mientras ellas se reían, la chica que encontraron en la cuneta..."
Y en un presente que parece no haber cambiado tanto, Villajos se pregunta por el empeño que persiste para meter ese miedo a las mujeres. "¿Por qué hay tanto esfuerzo por asustarnos, cuando la estadística real dice que es más probable que te viole tu abuelo a que te viole un desconocido?, ¿por qué ese empeño en hacernos creer que el peligro está fuera? Porque quieren tenernos controladas".
Me gustaría que las mujeres dejáramos de sentirnos como víctimas potenciales
En la novela, por ejemplo, sobrevuela constantemente el caso de las niñas de Alcàsser, un atroz asesinato convertido en una especie de serial televisivo que marcó a toda una generación. "Lo que más me molesta y que aún perdura de aquella época son los medios de comunicación. Me revienta que cada vez que aparece una chica en una cuneta o violada, siempre se cuestione qué estaba haciendo antes: 'es que estaba en una discoteca, es que había salido por la noche…' ¿Realmente es tan importante? Da igual lo que estuviera haciendo, no hay forma de saber por dónde te va a venir. Me molesta la falta de educación en los medios, el trato que se da para que entremos en pánico a cada momento. Me gustaría que las mujeres dejáramos de sentirnos como víctimas potenciales y que el foco se pusiera sobre los agresores".
Catalina siente un gran interés por la cultura clásica y reflexiona sobre la abundancia y normalidad que entrañan los raptos a mujeres, como una forma de advertencia sobre su ineludible destino. "La mitología te estaba contando lo mismo que ahora cuentan los medios, no hemos cambiado nada". La autora también se acuerda de los ideales corporales que nos han llegado de la Antigua Grecia, cuna de nuestra civilización donde, los genitales del hombre se mantienen, pero los de la mujer directamente desaparecen. "No verás una vulva en las esculturas griegas, ves un triángulo y nada más, casi como en la portada del libro. Sin embargo, si vas a la prehistoria sí que aparecen y te preguntas cuándo empezaron a desaparecer los genitales y por qué, yo pienso que tiene que ver con el discurso de poder".
Dice Villajos que lo que más miedo le da en este mundo es volverse "conservadora y anticuada". "Quiero escuchar y abrirme, ver por qué cada generación tiene una preocupación diferente y estoy dispuesta a respetar y a abrirme, ¿por qué voy a tener yo más razón si no estoy viviendo lo mismo que ellos? En política y en el mundo en general, todo el mundo sería más feliz si se permitiera cambiar de opinión. Lo que nos habríamos ahorrado si toda esta gente aprendiera a llorar de vez en cuando".
Sin embargo, sigue siendo consciente de las humillaciones y faltas de respeto que a su cuerpo le quedan por vivir. "El primer día, nada más ganar el premio me dijeron que era una oportunista por sacar este libro ahora, si supieran la de veces que he presentado este tipo de cosas a concurso y no me ha hecho caso nadie". El síndrome de la impostora pesa más en un cuerpo de mujer, pero Rosario parece haber aprendido a lidiar con ello, "veo a tíos publicando mierda y pienso: ¿por qué no puedo publicar yo la mía? Cada vez que preguntan qué supone el premio para mí, digo que no lo sé, porque no he ganado nunca nada en mi vida. No tengo ni idea de si esto va a cambiar en algo el trato".
Por el momento, este premio sirve para situar el nombre de Rosario Villajos junto al de otros ilustres Biblioteca Breve como Mendoza, Poniatowska o Aramburu. A expensas de ver cómo recibe el público general La educación física, resulta siempre admirable el valor de su autora para abrir una vía de diálogo que avance hacia esa ansiada tregua entre una chica y su cuerpo. Una historia que alude directamente a todas las mujeres y, en su camino hacia una igualdad basada en la empatía, a todos los hombres también.
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